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Esperas con arco y flechas: el guarro soñado

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Cuando vas con tu hijo de cinco años de espera, lo normal es que te dediques a disfrutar del día de campo, con muy pocas esperanzas de cazar algo. Si, además, vas con arco, con el que ya de por sí las posibilidades de éxito se reducen mucho, ya para qué contar.


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so sí, si tu hijo es Pablo, ‘cazador profesional de lagartijas’, que es un apasionado del campo y que tiene una ilusión enorme por cazar a Rodolfo, ese gran guarro de enormes colmillos que deambula por los montes toledanos, la cosa cambia…

Con esa ilusión nos pusimos de espera en el puesto del valle. Se retrataba asiduamente un guarro de buen tamaño que no mostraba grandes defensas, vamos, ni grandes ni pequeñas. Pero, con el arco, nos volvemos cazadores de lances, no de trofeos.

Ya anochecido y, todo sea dicho, tras ver una película en el iPad, por supuesto ni Bambi ni Hermano Oso ni Colegas en el bosque, Pablo se durmió. La cama que tenía preparada era bastante cómoda. Su sueño no era profundo y de vez en cuando preguntaba: «¿Ha entrado algo?». Finalmente, se durmió profundamente y pensé: «Ahora comienza mi espera».

Ya era de noche y una rajita muy pequeña de luna creciente iluminaba mi cazadero, un par de horas antes de ponerse tras la umbría. Los primeros ruidos empezaban a oírse y en muy poco tiempo tuve que coger el arco. De repente,vi el lomo de un guarro iluminado por la luna que, tranquilo, venía a mi comedero. Ya latía fuerte el corazón e intentaba concentrarme en todo lo que tenía que hacer para tener éxito. «No te precipites, que viene tranquilo, deja que coma, que son veinte metros justos, apunta bien con el primer pin y tira solo si está atravesado».5 arco carlos ruiz merello

El guarro, ajeno a que otro animal junto a su cría le estaban acechando, fue acercándose lentamente hacia nuestro puesto. Su trocha pasaba irremediablemente cerca de nosotros. Aún así, no me planteé abrir el arco, confiado en que iba a comer. Pero no fue así, incomprensiblemente, no comió ni un grano y mi decepción fue enorme. Lo podía haber tirado antes, pero no me esperaba un desenlace así. En fin, así es la caza. El guarro se fue por donde vino haciendo poco ruido y finalizando un corto, pero emocionante lance. 

La noche era espectacular, no había nada de viento y sólo algún leve movimiento me recordaba que mi hijo, de algún modo, estaba viviendo conmigo todo lo que aquella noche nos deparaba.

3 arco carlos ruiz merelloUn buen rato más y, tras una cabezada, pues el puesto era cómodo, decidí que aquella espera había acabado. Antes de despertar a Pablo fui recogiendo todos los chismes que acostumbro a llevarme, que suelen ser muchos, quizás demasiados. Cuando estaba todo en la mochila, oí algún ruido de monte, no sabía si era mi ilusión por alargar aquella noche o que realmente algún bicho merodeaba por allí. En cualquier caso, eso significaba que quedaban diez minutos más de atención para averiguarlo.7 arco carlos ruiz merello

Efectivamente, el ruido fue en aumento y claramente pude identificar el levantar de piedras de un guarro que venía del otro lado contrario al primero. El cochino pasó por encima del comedero haciendo el rodeo típico, que hace que nuestra moral se desvanezca por momentos. Aquel guarro estuvo incluso detrás de nosotros y bastante cerca, tan cerca que si no fuera por lo espeso del pinar lo habría intentado. Poco a poco se acercó y empezó a coger la trocha de su antecesor.

Lo tenía claro, había lamentado y revivido tantas veces lo ocurrido con el primero, que sabía que tenía que arriesgarme a tirarlo antes de que comiera… Con el arco en la mano y mirando al cochino gracias a lo poco que quedaba de luna, esperé pacientemente hasta que se colocara donde yo quería, y lo hizo. A escasos quince metros abrí el arco fenomenal, sigiloso, lento y seguro, y esperé a que el guarro diera un paso para que no le tapara tanto esa chaparra que siempre me arrepiento de cortar cuando tengo el hacha en la mano.

Tras unos eternos segundos dio el paso e iluminé. La luz era demasiado tenue, lo que hizo que el guarro no se asustara, pero me costaba encontrar el sitio perfecto donde colocar mi flecha . Solté la flecha y ¡zas!, pegué a aquel jabalí , que dio una vuelta sobre sí mismo para deshacer el camino andado y perderse, sin parar, en la espesura del monte.

El lumenok hizo que me diera cuenta de dos cosas que no me gustaban: la primera, que la flecha no había atravesado, sino que había dado en un gran hueso, probablemente en el codillo. La segunda, que el guarro no paraba, seguía paso firme y yo veía como mi flecha se alejaba… Al minuto ya no oía ni un ruido, el guarro no se había echado.

10 arco carlos ruiz merello«Pablo, despierta, creo que hemos cazado un guarro…». Pablo se despertó y rápidamente me preguntó que si se trataba Rodolfo y yo le contesté que no, que Rodolfo esa noche no andaba por la finca, pues, probablemente, se había ido a otra zona al oírnos entrar con el coche esa misma mañana.

A la mañana siguiente no nos costó encontrar las primeras gotas de sangre que, en algún momento, se convertían en regueros. Sorprendentemente, Pablo fue una ayuda inestimable, logrando encontrar el rastro en algunos momentos en los que yo lo había perdido, por las ansias de encontrar el guarro.9 arco carlos ruiz merello

Ya bastante lejos del tiro encontré la flecha, con una cuchilla rota. Más de seiscientos metros minaron nuestra moral y Pablo no hacía más que repetirme que se lo habían comido los buitres. Nada, acabamos perdiendo el rastro y, tras varias intentonas, demasiadas quizás, desistimos, claudicamos y casi lloramos.

La mayor decepción, aparte de saber que aquel guarro vivo o muerto habría sufrido lo indecible, fue el no haber vivido ese momento que Pablo y yo nos habríamos llevado para siempre, ese momento en el que Pablo encontrara el guarro, tras un estudiado despiste de su padre, que  elevará su categoría de ‘cazador profesional de lagartijas’ a ‘rastreador profesional de guarros’.

Diez días después me llamaron para darme la noticia de que el jabalí había aparecido. La verdad, no me alegró demasiado, y más sabiendo de antemano que, aunque el tamaño no era malo, no tenía un buen trofeo. Casi prefería pensar que aquel guarro seguía merodeando los montes con una herida profunda que le sirviera para no volver a entrar alegremente a un comedero, creando una leyenda más aparte de la del guarro Rodolfo. CyS

   Por Carlos Ruiz Merello

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