Caza Mayor

Macho montés. Su situación y problemas que le acucian

Cualquier amante de la caza mayor habrá soñado alguna vez con tener la ocasión de realizar un lance sobre el rey de las cumbres, el macho montés, una especie apasionante, casi única y endémica, esto es, originaria de la península Ibérica, que en los últimos años está alcanzando un triste protagonismo y no precisamente siempre por cosas positivas.

Su caza es atractiva por numerosos motivos: el entorno en el que se practica, la exclusividad de la especie, la oportunidad del lance y la dificultad de todo el proceso son ingredientes que, a aquel que ha tenido la oportunidad de acercarse a un gran macho, harán que no sea sencillo borrárselo de la mente y no digamos ya si consigue rematarlo con éxito.

Pieza de aprovechamiento cinegético desde la prehistoria, está presente en los núcleos montañosos peninsulares, con tres subespecies, la subespecie Capra pyrenaica victoriae que se encuentra en las montañas del centro peninsular, en la Sierra de Gredos, Ávila, y a partir de la que se han realizado repoblaciones en Las Batuecas, Riaño, Montes do Invernadeiro, etcétera. La segunda subespecie es C. p. hispanica con una distribución mayor, a lo largo del arco montañoso mediterráneo, desde la desembocadura del Ebro hasta Gibraltar, destacando la población de Sierra Nevada donde ha sido descrita una nueva subespecie, la C. p. nowakiae.

La cabra montés es una parte de nuestro patrimonio natural que debemos proteger.

A modo de curiosidad debemos apuntar que todas las especies del género Capra presentan una morfología similar y la misma dotación cromosómica (2n=60), por lo que pueden cruzarse entre sí, incluso con la cabra doméstica, dando descendencia fértil, lo que ha llevado a pensar a los investigadores que se trata de un género que no ha alcanzado aún su máxima evolución, de modo que son habituales las discrepancias entre los diferentes autores a la hora de establecer su clasificación taxonómica.

El macho montés es apreciado por su valioso trofeo, los cuernos, que no cuernas, de crecimiento continuo y no ramificado que van incrementando su grosor y longitud con la edad del animal, a modo de tramos de crecimiento anual conocidos como medrones, separados por una, más o menos marcada, depresión señal del rigor del invierno.

Los monteses presentan un claro dimorfismo sexual, que resulta relativamente sencillo, incluso para los no expertos, diferenciar machos de hembras, ya que, además de las diferencias evidentes en el trofeo, mientras que los primeros pueden alcanzar pesos que superan los 100 kilos, las hembras rondan los 40. Es típica, además, la presencia manchas oscuras en patas, pecho y flancos que van aumentando con la edad en los machos, de modo que los animales más viejos presentan el cuerpo casi cubierto por esta coloración negruzca.

Otra característica de la especie es el pelaje, de color pardo en época estival y más grisáceo si se acerca el invierno, momento en el que presenta una espesa borra. Un aspecto llamativo es su capacidad de adaptación al hábitat donde se encuentra, en buena medida por sus características pezuñas, que carecen de unión interdigital entre los dedos principales, permitiendo una separación y autonomía para desplazarse por los entornos rocosos y de elevadas pendientes.

El celo de la cabra montesa abarca desde finales del otoño hasta principios del invierno, fundamentalmente entre noviembre y enero y, tras una gestación de cinco meses, los partos se producen entre abril y junio, con un cabrito por parto de forma habitual. Será durante el periodo de celo el único momento del año en el que machos y hembras permanezcan juntos, ya que el resto del año las hembras y su descendencia formarán grupos familiares, mientras que los machos constituirán grandes grupos.

¿Cuáles son las amenazas para la especie?

Como analizaremos a continuación, a pesar de que nos encontramos ante uno de los emblemas de nuestro patrimonio natural, desde las más diversas instancias se están cometiendo verdaderas atrocidades que, sin duda, antes o después desencadenarán un declive de la especie, al menos a niveles locales.

Nos referimos a tres aspectos fundamentales: la pérdida de la exclusividad ibérica de la especie al amparo de translocaciones a territorio francés, la deficiente gestión en determinados espacios naturales, gracias en parte a la inestimable colaboración de grupos ecologistas y, de la mano de este aspecto, el riesgo de la aparición de enfermedades, fundamentalmente la sarna.

La pérdida de la exclusividad ibérica

Como apuntábamos al inicio, se trata de una especie endémica (originaria y única) de la península Ibérica, hasta hace poco sólo presente en nuestro territorio y, por tanto, muy apreciada.

Existen citas, ya desde hace varios siglos, de cazadores franceses e ingleses que cruzaban nuestras fronteras con el único objetivo de dar caza a un gran macho montés, hecho que se ha mantenido hasta nuestros días, siendo muchos los cazadores extranjeros que año tras año visitan zonas como la Sierra de Gredos, la Cordillera Cantábrica o Sierra Nevada en busca de ese trofeo que en ningún otro sitio podrían conseguir.

Por todo ello, podemos considerar a la cabra montés como una parte de nuestro patrimonio natural, un patrimonio de todos y que, por tanto, todos estamos obligados a conocer y a conservar y, sobre todo, a proteger. De este modo, estaremos también favoreciendo muchas otras cosas de forma paralela, entre ellas, el desarrollo rural sostenible.

Sin embargo, por desgracia, parece que esa responsabilidad se ha pasado por alto en los últimos años y desde el año 2014 venimos conociendo, no sin dificultad, diversos episodios en los que la cabra es protagonista de translocaciones ‘oficiales’ desde nuestro territorio hasta Francia.

Desde 2014 conocemos episodios en los que la cabra es protagonista de translocaciones ‘oficiales’ desde nuestro territorio a Francia.

Desconocemos los verdaderos motivos de la historia, consideración excelsa hacia nuestros queridos vecinos franceses, compensación frente a otros ‘pactos de Estado’, acuerdos políticos ‘de interés general’ o, simplemente, un cúmulo de errores y actos de desidia que han hecho que, con esta generosidad, estemos perdiendo un patrimonio exclusivo de nuestra geografía y, por tanto, un valiosísimo recurso natural que hasta ahora ha contribuido de forma indudable al desarrollo rural de las zonas donde está presente, no sólo por el efecto de la actividad cinegética en sí, sino también por la presencia de turistas de naturaleza que, atraídos por la majestuosidad de la especie, viajaban hasta las cumbres de nuestras sierras a disfrutar de los grandes monteses.

Según un plan publicado por el Gobierno francés, las sueltas iniciadas en 2014 no eran más que el inicio de un macroproyecto de recuperación de la especie en Francia con un total de 160 ejemplares procedentes de España que serán soltados allí hasta el año 2020.

Superpoblación en espacios naturales protegidos

Por las características de la especie y el hábitat donde se encuentra, las cabras monteses apenas cuentan con limitaciones para el crecimiento de sus poblaciones, sólo la caza, allí donde se practica, y la disponibilidad de recursos para reproducirse pueden ser factores limitantes.

Por su morfología no existen predadores naturales capaces de hacerle frente. Sólo el lobo, o en algunos casos el zorro sobre jóvenes, podría capturar algún animal, si bien por el hábitat en el que viven no es habitual que se produzcan bajas por estas causas.

La presión animalista contra su caza genera superpoblaciones incontrolables

En los últimos años venimos asistiendo a una presión sin precedentes por parte de grupos animalistas que han comprometido hasta, en algunos casos, conseguir su limitación total, los aprovechamientos cinegéticos de la especie en determinados territorios, espacios naturales protegidos, herramienta casi única capaz de permitir una gestión sostenible de la especie.

Este hecho, amparado por la tibieza de las administraciones públicas, en ocasiones maniatadas por resoluciones judiciales, han provocado que sean frecuentes las noticias sobre la presencia de superpoblaciones de monteses en nuestras sierras, quizá las más sonadas sean los casos de la Sierra del Guadarrama o en el Levante español.

Estas superpoblaciones tienen efectos muy negativos para los entornos donde se producen, puesto que generan un deterioro evidente en la vegetación, comprometiendo la viabilidad, incluso, de especies endémicas y protegidas por su alto valor, provocando una deriva en la calidad de las poblaciones y, lo que es más grave, incrementando el riesgo de presencia de enfermedades infectocontagiosas como la sarna que, como apuntaremos en el apartado siguiente, ejerce el papel de controlador natural de las poblaciones que, de otro modo, podría ser gestionado de manera sostenible como un recurso económico de alto valor a través de su aprovechamiento cinegético.

Sirva como ejemplo un estudio realizado por Refoyo y colaboradores que analizaron la evolución de la población de cabra montés en Guadarrama durante siete años, pudiendo comprobar como la densidad pasó de ser 6,57 cabras por km2 en el año 2000 a 33,16 cabras por km2 en 2007, registrándose también que las cabras fueron ocupando nuevos territorios con el paso del tiempo. Estas cifras, además, seguramente sean superiores en el momento actual.

En aquel momento, los autores pudieron comprobar como al principio existía un equilibrio entre la razón de sexos, pero más tarde comenzó a haber más hembras que machos, y la pirámide de población (la relación entre sexos y edades) también cambió tras el incremento en las densidades. El número de cabras por rebaño se fue reduciendo con el tiempo, mientras que el número de cabritos nacido por hembra fue elevado en comparación con otras poblaciones de monteses. Las hembras con jóvenes se dispersaron desde la zona de suelta mucho menos que los machos y los grupos mixtos.

La conclusión de este estudio no fue otra que la comprobación evidente de que la población de cabra montés en Guadarrama había superado la capacidad de carga del entorno y se encontraba en una situación muy delicada.

La sarna sarcóptica, una amenaza real

La sarna sarcóptica es una enfermedad producida por el ácaro Sarcoptes scabiei. La hembra del parásito excava ‘galerías’ en la piel al depositar sus huevos, lo cual produce el síntoma más característico de la enfermedad: inflamación de la piel y picor intenso (también conocido como prurito, que puede llegar a ser muy molesto). Por lo general, las zonas afectadas suelen ser codos, orejas y abdomen, en las que se acaba perdiendo el pelo, si bien se puede extender a otras zonas corporales en función de la especie y gravedad. La transmisión de la enfermedad se produce por el contacto con animales afectados.

La sarna sarcóptica es una amenaza real para distintas poblaciones de cabra montesa. «Los estudios realizados en España sobre la sarna en rebeco y cabra montés sugieren que las altas densidades de animales y el contacto entre distintas especies que pueden sufrir la enfermedad habrían favorecido su expansión».

La sarna ha sido detectada en un gran número de animales, incluyendo especies domésticas (cabras, cerdos, ovejas y vacas) y silvestres. Dentro de éstas tenemos especies que la sufren de forma esporádica (como ciervos, mustélidos, conejos y felinos) y otras que, por el contrario, la tienen con frecuencia, incluyendo especies cinegéticas de interés como el rebeco, arruí, lobo, zorro y, por supuesto, la cabra montés. Durante las últimas décadas se han venido registrando importantes brotes de sarna en las poblaciones de rebecos y cabras, destacando los producidos en la Cordillera Cantábrica y Sierras de Cazorla y Segura.

Los estudios realizados en España sobre la sarna en rebeco y cabra montés sugieren que las altas densidades de animales y el contacto entre distintas especies que pueden sufrir la enfermedad habrían favorecido su expansión. También sabemos que la enfermedad tiene ciclos o etapas: una vez que se produce un brote son muchos los animales que se ven afectados, mientras que, con el tiempo, el número de casos se va reduciendo, generándose cierta resistencia por parte de la población (algo parecido a lo que sucede por ejemplo en el conejo de monte y la mixomatosis). Los brotes suelen ser más frecuentes en aquellos momentos en los que hay más contacto entre los animales (como en la temporada de celo) y también en inviernos muy duros, en los que los animales tienen una peor condición corporal.

En los animales domésticos el tratamiento de la sarna es asequible (aunque costoso) a través de antiparasitarios como la Ivermectina, administrándola por inyección subcutánea, o por el alimento, agua y en forma de pipeta (como las que utilizamos en los perros).

Por desgracia, esto no es tan sencillo en la fauna silvestre. Las estrategias actuales de control se basan en la caza selectiva de los individuos afectados, sin que, por el momento, sea posible administrar un tratamiento eficaz por la dificultad de acceso y captura de estos animales.

EN CONCLUSIÓN

Ante este panorama es evidente que no podemos quedarnos de brazos cruzados, porque, de lo contrario, estaremos comprometiendo el futuro de una de las especies más emblemáticas de nuestro panorama cinegético.

No es sencillo actuar, puesto que, en muchas ocasiones, la ubicación de la especie se encuentra ligada a espacios naturales protegidos, lo que complica enormemente la gestión al amparo de multitud de normativa, casi siempre excesivamente proteccionista, pero también es verdad que, como avala la ciencia, un aprovechamiento cinegético planificado es, hoy en día, la única herramienta capaz de garantizar la adecuada gestión de la especie y, por tanto, su conservación en un futuro no tan lejano, no sólo desde un punto de vista de presencia de ejemplares en nuestras sierras –que eso podríamos tenerlo garantizado–, sino del mantenimiento de poblaciones bien equilibradas, estables, con un elevado estatus sanitario y en densidades que no comprometan la conservación de los ecosistemas donde están presentes.

Para lograrlo es imprescindible una mediación por parte de nuestros representantes ante las diferentes administraciones públicas, que contrarresten opiniones ecologistas radicales y vayan avaladas por criterios científicos y técnicos, que hagan posible asegurar la práctica cinegética, entre otros, en los parques nacionales, por ejemplo, puesto que, además de ser un recurso indiscutible para el desarrollo rural, también es una herramienta necesaria y compatible con la conservación. CyS

Por Carlos Díez Valle y Carlos Sánchez García-Abad. Equipo Técnico de Ciencia y Caza (www.cienciaycaza.org) • Fotografías: Adolfo Sanz.

 

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