Difícil, a simple vista, se convierte tratar de convencer al profano de las virtudes de un cartucho como éste. En la mano, el tacto borra su aspecto técnico, quedando sólo la imagen aplastante de su tamaño.
La comparativa con un estándar o magnum habitual en cualquier jornada de caza mayor hace pensar erróneamente que aquello no vale. Luego, llega la evidencia de las piezas que se desploman como segadas, girando la historia ciento ochenta grados en la boca de quien lo ve. Es entonces cuando llega mi turno. Pongamos sensatez y verdad, llamando por su nombre al doscientos cuarenta y tres. Emociónese, sí, pero cuidado con los pasos: una cosa es toreo de salón y otra muy distinta tener delante los pitones de un Miura.