Nací en el Sur. El viento, bravo, de Levante; el aroma, mediterráneo, a lentisco, a retama, a pino… Las calimas abrasadoras de agosto; el sabor del salitre de la mar y el de los piñones, frescos y tiernos, recién caídos de la piña; el sonido de los abejarucos en septiembre… Sentires de unos años, viejos ya, doblados por la soledad de una ausencia cruel.
No recuerdo con cuántos años –puede que cinco o seis– escribí aquella carta a los Reyes Magos en la que les pedía una escopetilla de plomillos. Lo que nunca podré olvidar fue aquella mañana de enero, cuando entré en el salón de casa y, allí, apoyada en el mueble bar de papá, vi una pequeña carabina de cañón cromado y culata de madera clara. Aún hoy, estoy seguro de que aquel fue uno de los días más felices de mi vida.