«The mountain will decide, my friend. The mountain always decides who gets a sheep and who doesn’t», dijo Steve Johnson instantes antes de apagar su lámpara de cabeza, cerrar su libro y acomodarse en la bolsa de dormir para caer en un largo y profundo sueño
Así que la montaña decidiría; que la montaña siempre decide quién caza y quién no caza un borrego. Esa fue la enseñanza que lanzó Steve, mi guía, a modo de despedida, a modo de buenas noches, previo a emitir sus sonoros ronquidos, que dentro de la pequeña Hilleberg que compartíamos él y yo, junto con su packer, Jason, tronaban como rugidos estruendosos y escalofriantes.
Para Steve Johnson la cacería en la cordillera de Alaska va íntimamente vinculada con el karma del cazador. Es decir, los cazadores buenos cazan; los cazadores malos, no. Buenos o malos, en el sentido de sus actos en la vida, no de su destreza para cazar. O por lo menos así sucede la mayoría de las veces, según contó mi guía.