Al principio llovía muchísimo. Luego… llovía mucho más. Cuando se jartó de jarrear –parecía que iba a dar tregua– el dichoso dios Eolo, levantó una ventolera que amenazaba con hacernos rodar por el cortadero… Secarnos, nos secó, pero nos dejó tiritando como pollos desplumaos y con unas ganas enormes de ‘abandonar’ el puesto y buscar el rescoldo de la lumbre para templar el espíritu…
Pero todo el mundo aguantó hasta el final cumpliendo como lo que somos, cazadores. Al fin y al cabo, esto es la caza y lo que tantas veces decimos: lo importante no es cazar, es estar cazando, aunque, en casos como éste, parezca cosa de locos…