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La caza como una garantía de salvaguarda medioambiental (XI): El bucardo

Caso concreto: el bucardo

La cabra montesa, especie endémica de la península Ibérica, fue objeto de subdivisión en subespecies por parte de Cabrera, quien en 1914 distinguió cuatro subespecies, basándose en el diseño de las manchas negras en el pelaje de los machos adultos, en el tamaño de sus cuernos y en el tamaño total. Fruto de aquel estudio las poblaciones de cabra montesa quedaron divididas en cuatro subespecies, el bucardo del Pirineo (Capra pyrenaica pyrenaica), la cabra montés de Gredos (Capra pyrenaica victoriae), la cabra del sur y este de la península Ibérica (Capra pyrenaica hispanica) y la cabra montesa que se extendía por el norte de Portugal, Galicia, y montañas cantábricas (Capra pyrenaica lusitanica). Esta subespecie fue la primera en extinguirse, hacia 1890.

A día de hoy la polémica sigue viva, puesto que muchos consideran que la mayor parte de las diferencias se deben a simple gestión trofeística. Esto molesta enormemente al ecologismo, que siempre ha negado y ha abjurado de la posibilidad exitosa de gestión humana de las especies. No obstante, es un hecho que las antes escasísimas poblaciones de cabras que se han mantenido en los Montes de Toledo (en teoría la misma de Gredos), responden a un tipo de cabra ‘rondeña’, diferente exclusivamente en la cornamenta con la de Gredos, que a su vez ha sido objeto de exportación a muchas otras zonas de España como Las Batuecas, en Salamanca, donde, tras gestión cinegética de varios decenios, se ha conseguido una cabra con una personalidad propia y diferenciada de la de Gredos.

Según la organización Ecologistas en Acción, en su revista de enero de 2017:

Aunque la polémica sobre esta división subespecífica ha sido intensa, desde 1995 los análisis genéticos realizados sugieren la existencia de diferencias relativamente importantes entre el bucardo y el resto de las subespecies.

El tema de las subespecies siempre ha sido polémico, porque era por criterios muy particulares el considerar cuando eran justificadas esas subdivisiones, que en muchos casos sólo se basaban en pequeñas diferencias morfológicas producto de endemismos muy próximos en el tiempo. Muchas veces se debía al ansia de biólogos de dejar su impronta en esta ciencia. Y es curiosa la cantidad de subespecies que fueron determinadas a principios del siglo XX o finales de siglo XIX.

Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido. Fotografía: Lisa Redfern.

Dejando por un momento de lado esta polémica siempre viva de las subespecies, lo cierto es que el 6 de enero de 2000 apareció muerta en el paraje de la Faja de Pelay, dentro del Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido el último ejemplar de bucardo. Aunque dicha muerte equivale al certificado de defunción de esta subespecie, la realidad es que se encontraba en estado terminal desde hace décadas.

Desde principios del siglo XX el bucardo estaba considerado como una especie en regresión, lo que motivó que en 1918 se declarase el valle de Ordesa como parque nacional, protegiendo también al bucardo. La última evidencia de cría de esta especie data de 1987, y en 1990 se cifró su población en diez ejemplares, aunque existen serias dudas sobre dicha estimación. Sin embargo no fue hasta 1994 cuando se iniciaron los trabajos de campo, en los que se detectaron sólo tres hembras, capturándose una de ellas en enero de 1996, la cual murió al poco tiempo.

Posteriormente, en 1997, se llevaron hasta Ordesa dos machos de cabra montés, de otra subespecie, provenientes de Beceite, con el objetivo de cubrir a la última bucarda, de avanzada edad, no obteniéndose ningún resultado. Finalmente en 1999 se capturó el último ejemplar para tomar muestras de ADN, liberándose posteriormente, hasta que el 6 de enero de 2000 se la encontró muerta.

Podría ser un caso más de especie extinguida en la que luego se teorizaría sobre las causas de tal desaparición. De hecho, Ecologistas en Acción, en su revista de enero de 2017 dice:

En la extinción del bucardo han participado muchos factores, la caza ilegal, las molestias causadas por la masificación turística, la competencia con el sarrio, la endogamia, las enfermedades, y especialmente la combinación de todas ellas. Las responsabilidades deben buscarse en todas las administraciones competentes, estatal y autonómica, de las últimas décadas, incluyendo el Ministerio de Medio Ambiente. Sin duda las iniciativas para conservar el bucardo debían haberse iniciado muchos años antes, y tenían que haber incluido la conservación estricta de su hábitat. Sin embargo, en ocasiones los intereses turísticos, facilitando el acceso a los visitantes, han primado sobre la conservación del hábitat del bucardo. También proyectos como el desvío y canalización del río Arazas, para construir el aparcamiento actual, así como algunas de las instalaciones del parque han podido influir negativamente.

Y tal sarta de pronunciamientos sin base alguna pasarían, sin duda, como un verdadero dictamen técnico, si no fuera porque en este caso tenemos la prueba más clara de tales falsedades; el resto de cabras existentes en España y la gestión que se ha hecho de ellas y de su entorno.

«En las mismas fechas en las que se declaró el primer Parque Nacional de España, el de Ordesa, con el ánimo de proteger al bucardo, la cabra de Gredos estaba considerada prácticamente extinguida. […] En Gredos se ha cazado y se caza a las cabras. Existe asimismo un aprovechamiento humano bastante intenso y también turístico. Pero hay cabras. En Ordesa no». Cabras montesas en Gredos.
En las mismas fechas en las que se declaró el primer Parque Nacional de España, el de Ordesa, con el ánimo de proteger al bucardo, la cabra de Gredos estaba considerada prácticamente extinguida. El rey Alfonso XIII, muy aficionado a la caza, se interesó por estas cabras, enviando expertos a la zona, para intentar ratificar si esa extinción era cierta. Los resultados que le dieron no pudieron ser peores, porque ninguno de los ‘expertos’ fue capaz de avistar una sola cabra (posiblemente ese tipo de ‘expertos oficiales’ es el mismo que ahora seguimos sufriendo en la Administración ambiental). Sin embargo, hubo un dato que las autoridades sí le trasladaron al monarca; a un paisano de Gredos, conocido furtivo, pero al que nunca había logrado pillar los guardias, le habían detectado unas pieles de cabra recientes. El rey ordenó al gobernador civil que se entrevistase con el furtivo y le dijera que él mismo quería hablar con él.

Pero tal proposición real hacia un pobre paisano rural no fue creída, considerando, por el contrario, que era una treta de las autoridades para pillarle y probar su actividad de furtivismo. Ante esa actitud, el rey tuvo que ratificar su palabra y su voluntad de alguna otra forma y con alguna otra prueba que no llega a confirmarse. Se habla de una carta de puño y letra del monarca, pero dudo que el paisano pudiera conocer la letra del rey (si es que sabía leer).

Fuera de una forma u otra, el caso es que el furtivo se entrevistó con el monarca y le dijo que seguía habiendo cabras, dijeran lo que dijeran los ‘expertos reales’, y “si su majestad lo desea y tiene piernas, yo se las enseño”. Con una decisión, empeño y clarividencia que si hubiesen sido empleadas en el gobierno de su país le hubiera llevado a ser considerado el mejor rey de la Historia de España, en vez de acabar en el exilio, el monarca acompañó a este hombre por Gredos y pudo ver varias hembras y cabritos, así como huellas de machos (aunque la existencia de cabritos ya constituía prueba suficiente de la existencia de machos).

Ante esa situación, la propuesta real fue clara: quería hacer una reserva de caza, para recuperar esa joya de la fauna hispánica y, cuando su salud poblacional lo permitiera, poder cazarla. Para ello nombró Guarda mayor al furtivo, el señor Blázquez, origen de una dinastía gloriosa de guardas de Gredos que han ido conformando a la cabra tal y como la conocemos y que ha permitido que su salud poblacional sea tan enormemente excelente, que desde Gredos se haya repoblado de cabras media España.

En Gredos se ha cazado y se caza a las cabras. Existe asimismo un aprovechamiento humano bastante intenso y también turístico. Pero hay cabras. En Ordesa no. Y sin embargo, en el listado de causas de desaparición del bucardo, Ecologistas en Acción ponen a ‘la caza ilegal’. La gran diferencia es la gestión de la población, que no se hizo en Ordesa, considerando la estúpida frase ecologista de que “la Naturaleza es sabia y hay que dejarla hacer”, que sólo pretende la desaparición del hombre del campo, en un neardhentalismo polpotiano que ya es preocupante. La única realidad incontestable es que en una Reserva de Caza, donde se caza, hay cabras y que en un Parque Nacional, donde nunca pudo cazarse, no hay cabras.

Comparativa con otras cabras de España

Siendo muy rápidos en este punto, no podemos dejar de señalar que las cabras hispánicas han tenido siempre su mayor enemigo en los proteccionismos exagerados. En Sierra Nevada, ante la negativa administrativa de hacer un sistema de capturas y abatimientos muy intenso, dada la enorme densidad de cabras que ya había, en los años 90 se dio un suceso de sarna que obligó a masacrar a casi toda la población, que no obstante, con una correcta gestión, que incluye las capturas, se ha recuperado en poco tiempo.

Machos monteses en la sierra de Madrid.

En la sierra de Madrid hay una población muy creciente procedente de la reintroducción que, por las influencias y presiones ecologistas en la Administración ambiental madrileña y, sobre todo, en el proceso judicial que ha conseguido paralizar la gestión que se pretendía, no se le está dando la que reclaman los técnicos, que temen un episodio de sarna como el de Sierra Nevada. El tiempo nos lo dirá. (Continuará).

Un artículo de Antonio Conde Bajén

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