Relatos

El ‘aifón’

352 - Polvorilla

No me lo enseñes, por favor. No saques tu supermóvil, porque es que no me interesa…

Hace poco, corriendo cochinos a lanza o herrando becerros o acrotalando chotos o limpiando un establo con la manitou, es decir, llevando a cabo esas cosas que nos toca hacer a los corbatillas, le pegué un trastazo al celular que escupía las teclas a chorro. Total, que uno sin móvil está como un perro sin collar: libre, pero expuesto a que lo maten.

A la tienda de turno que fui: «Mire usted, yo llamo y cuelgo, y si me apuras algo de whatsapp, pero no quiero más». «Bueno, bueno, bueno, hoy es su día de suerte, tenemos aquí…», el cojo-móvil que escribe los mensajes solo, gprs, 4G y no sé qué más. «Es su móvil. Seguro. ¿Se lo envuelvo?». Servidor tomó en sus manos el miniordernador  y le solté lo que más me llamó la atención: «Mire usted, de nuevo, que yo quiero uno con botones, con teclas, que mis manos son como un racimo de salchichones sin curar y, además, es que de todas las mieles que tiene este cacharro yo no voy a utilizar ninguna…». Que sí, que no… Que, total, que me lo llevo puesto…

Y es que creo que el aifón, o cualquiera de ésos, es el mayor causante de tener que mandar al prójimo a por níscalos. Que clásico es eso de ir por la calle y encontrarte a un conocido que se te acerca encantador a saludarte. Y más clásico no tener ni idea de cómo se llama, pero, para camuflarlo, le plantas un abrazo, le preguntas por la familia en general y, cómo no, eso de: «¿Bueno, cómo te fue la temporada?».

Si eres tan torpe como para pronunciarlo y el otro tan coñazo como para sacar el móvil, lo más probable es que recibas el merecido a tu ineptitud: «Bueno, mira el cochino que maté el otro día en la sierra del Poyato». «Sí, sí, muy bonito, ¡caray qué suerte!». «Bueno, bueno, espera un segundo que te enseñe…», entonces el colega empieza a deslizar su dedo índice por la pantalla para buscar la foto del venado que mató en Argentina el año pasado y, de propina, te pasa por el morro todo su palmarés cinegético… «Bueno, ésta es de un corzo de un coto que tengo en Soria…», sobran las palabras. «Sí, precioso, compadre… Oye, me pillas con un poco de prisa. ¡Enhorabuena por esa suerte!», apretón de manos y al carajo.

Y se repite como los balazos de un semiautomático en un sopié ocupado por dos indocumentados. Y todo el mundo, todos, enseñamos el dichoso celular para exponer lo buenos cazadores que somos, los trofeos superlativos y los distintos ángulos de la placa para apreciar que no es la foto, es que el animalito es grande de colores.

Y, para colmo, la otra tarde me encuentro a Aníbal, que tiene más años que un palomar. «¡Coño, Aníbal!, ¿qué tal te trata la vida?, ¿creo que fuiste abuelo, no? Espero que el crío esté bien…». ¡Cagada, cagada total. Porque el amigo se prende en la cara con el imán las gafas que llevaba colgadas y, sacando el fuckin teléfono, empieza a mostrar a todos los presentes la foto de su nieto. Hasta ahí, bien; pero… claro, al abuelo le hacía falta una palangana para no resbalar del babe y comienza a mostrar las imágenes del nieto de tres años vestido de power ranger, de torero, de cazador, de pastorcillo el día del belén viviente en el colegio, de legionario, de capitán Garfio… Entonces, le sueltas una medio coña, medio en serio, de: «¡Sí, qué salao…! Por cierto, te cambio el tercio, ¿qué tal por el campo?, ¿este año tienes muchos becerros para la venta?». «¿Becerros?, muchos, pero mira el cochino que maté la otra luna, que se lo levanté a mi sobrino Alberto…», ¡horror…!

Por eso, amigos, que no me interesa el aifón, ni el verraco de la otra mañana ni la foto de tu nieto vestido de tirolés… ¡A mí enséñame fotos de jamelgos de cuatro patas y jacas de dos!

 

Por Lolo de Juan.

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