Relatos

El efecto Colioghi

360 - Polvorilla

«No, mire usted, si yo soy francotirador. A mí, si no me colocas setecientos metros de tierra de por medio, es que no tiro. A mí me gustan los retos. Los tiros con vientos huracanados laterales. Con mucho frío, porque la densidad del aire influye que te cagas en el vuelo de la bala… Si yo, mire usted, estoy de vuelta en esto de quemar pólvora…».

Total que el inginiero sabía más de tiros que el Tío Escopetilla, que viene pisando fuerte con su espingarda. Y al tío no se le va un mosquito a trescientos metros. Y ese chaparro está mal podado y ese venado mal comido y esa cierva mal follada… Aquí o todos somos tontos o él es muy listo, porque parece que hasta de capar ranas sabe mi hombre.

Vamos a descastar y vamos a repartir balazos al ganado que no nos guste. Pero la tarde está encapotada, con un aire frío y fuerte. Los animales buscan las hoyas donde están al socaire y parece que esta tarde no es tarde más que para meterse en la cama… con la mujer de otro. Pero no, porque el inginiero sabe de esto más que un herrero de descolgar santos. «Esta tarde es cojonuda. Ojalá todas las tardes fueran como la de hoy. Y esta tarde vamos a llenar el remolque hasta los laterales». Además, el precio de la carne va a subir en dos días porque se lo han dicho desde Rusia. Y todos sabemos que los rusos son expertos en carne de caza española y en vodka, ¡qué demonios!

Total, que al llegar a la Morra de los Contrabandistas vemos lo único que veríamos aquella tarde. Y ellos vieron lo último que verían en sus vidas… Hay un ‘insecto’ de venado atravesado al amparo de una madroña que le protege del vendaval. Un poco a la derecha hay un ‘pavo’ de campanilla, con las orejas marcadas por ser el semental comprado en no sé dónde. Un aparato de esos que no tienen más que grosores, longitudes y brío. Gran venado. Están tranquilos. «¡Metros! ¡Dadme metros ahora mismo!». El inginiero sabe de esto más que un padre de hacer muchachos y dice que hay que liquidar ese ejemplar. Dice que el venaducho mal engendrado hay que recogerlo. Está largo, pero él conoce la balística del .243 como conoce un perro por donde lamerse. «Trae pacá el hierro ése». Se apoya en el capó colocando la mochila. «¿A cuántos metros está?», pregunta sin mirar. «A ciento cincuenta y bajando. Los mete en una peseta».

Total, que empieza a explicar su táctica, que si la densidad debe ser del 40%, que si el aire va a 50 km/h de derecha a izquierda, que si la caída…. «¿Qué bala y grains tiras?», pregunta nervioso el tío. «80 grains en punta de plomo semidura, Remington Core Lock…», ¿algo más? «¡Metros, dadme metros!», insiste poniendo nervioso al personal. «¡Espera, no me los des! Porque ya sé medir distancias con el visor, por el tamaño de la cruz y los aumentos… Esto está chupado. Hay entre trescientos y trescientos tres».

Total, que empieza a culturizarnos… La caída de la bala, el rozamiento del aire, la presión atmosférica… La caída de la bolsa y la subida de la prima de riesgo… Empieza mi hombre a girar el cañón… «Yo no digo , pero están colocándole la cruz al venado que no es».Se gira con los pelos revueltos, cabreado, y me espeta: «¿Lo quieres tirar tú? ¿Sabes tú algo de esto?».

«Boca cerrada. Aquí yo no sé más que de pegarte una patada en la entrepierna y levantarte dos palmos del suelo, si vuelves a hablarme así», pero lo pienso, no lo digo. Vassili Záitsev se prepara de nuevo, comienza a narrar… Hay 43 centímetros de caída, tres metros de desvío de la bala por el aire lateral, subir 5 centímetros más porque estoy tirando con un ángulo de 32 grados… ¡booommmmm!

No hizo falta nada más. El ‘insecto’ siguió corriendo mientras el aire le azotaba los costillares… Su abuelo, el semental de los crotales, estaba con el cuello roto por un balazo que le fue directo a su ser… Y el inginiero miraba a su alrededor buscando culpar a alguien de su gran actuación…
No hizo falta pegarle la patada en la entrepierna… Con descontarle los duros que valía el venado de su proyecto para la construcción de una granja de nenúfares sería suficiente… Pero, por si acaso, le cayeron un par de collejas, de ésas que suenan y humillan, de parte del guarda mayor que casi lo despelleja allí mismo… Y va mi hombre, colocándose las gafas y barriéndose los pelos con la mano, alborotado de la que se le caía encima, y se critica: «¡Joooooooder, me olvidaba del efecto Colioghi!».

 

Por Lolo de Juan.

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