Relatos

El Macareno de Calidón. Primera Sangre

Atalanta
La carrera entre Atalanta e Hippomenes, de Nicolas Colombel (1644-1717). Museo Liechtenstein, Viena.

«[…] Y la diosa suscitó entonces una clamorosa contienda entre los curetes y los magnánimos aqueos por la cabeza y la hirsuta piel del jabalí». Homero, La Ilíada IX.543.

Mítico donde los haya, monstruo ctónico, el guarraco de Calidón, en la Etolia Helena –golfo de Corinto– es un símbolo del castigo de los caprichosos dioses del Olimpo –en este caso la diosa de la caza, Artemisa– para joder a sus héroes. Si se descuida nos hoza todo el planeta…

Raudos y prestos, ataviados con sus mejores galas, aguzadas las jabalinas para el evento, las flechas emplumadas y henchidas las aljabas… respondieron a la llamada los héroes desde todos los rincones de la Hélade, dispuestos a apostar sus vida en aras del más grande de los trofeos: los caninos y la recia piel del más terrible suido que los dioses legaran en la humana memoria.

Teseo, rey de Atenas; los Dioscuros gemelos, hermanos de Helena de Troya, Cástor y Pólux; Jasón, el del vellocino, rey de Yolcos; Telamón, rey de Egina; Néstor, el sabio rey de Pilos que participó en La Ilíada; Anceo, tan coloso como Heracles, hijo de Poseidón y rey de la Arcadia; Fénix de Beocia, educador de los jóvenes en el sagrado arte de la cinegética, junto a Quirón, el Centauro, educador de Aquiles, el del famoso talón; su padre, Peleo, rey de Egina y de los invatibles Mirmidones; Meleagro, hijo de Eneo, rey de Calidón; y, entre otros titanes, la bella Atalanta, la Indomable, excepcional cazadora –consagrada, protegida y amamantada por Artemisa–, transformada en una osa y criada por cazadores, que le adiestraron en todas las artes y habilidades venatorias.

Corrían aquellos lejanos tiempos, pretéritos, pero cercanos a la epopeya troyana. Eneo gustaba de ofrendar votos a los dioses por la prosperidad de su reino. Uno de estos años tuvo la desgracia de olvidar en sus ofrendas a la vengativa y cazadora deidad, Artemisa, quien, muy ofendida, decidió ‘premiar’ a Eneo con el más grande y más furioso de los jabalíes.

Haciendo honores a su estirpe de guarro, el navajero se dedicó a hozar en todo aquello que fuese digno de ser removido con su espeluznante jeta, destrozando viñedos, olivares, cosechas y campiña en general, hecho que provocó que los caledonianos tuviesen que refugiarse tras la murallas de la ciudad, como si de un sitio militar se tratase, y sufriesen hambre e infortunio pasado un tiempo.

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Meleagro y el jabalí de Calidón (año 340 AEC). Escultura en mármol de Escopas. Museo Pio Clementino, Roma.

Burlando el asedio del guarraco, Eneo envió mensajeros por toda la Hélade incitando a los grandes héroes cazadores a recechar a la fiera, ofreciendo, como trofeo, los colmillos y la piel de semejante monstruo ctónico, o espíritu del inframundo.

Acudieron los héroes dispuestos a mostrar sus habilidades y lograr los honores de los helenos. Hábil, la diosa, cual raposa astuta que busca el enredo en su propio beneficio, envió a su protegida, la hermosa Atalanta, a sabiendas, como a sí fue, de que su presencia sería fuente de conflictos al negarse, muchos de los participantes, a competir con una mujer.

Liderados por el coloso, y machista, Anceo, los héroes se soliviantaron contra la cazadora y, a no ser por la intervención de Meleagro, enamorado de Atalanta, el más grande rececho de jabalí de la historia mitológica se habría malogrado. A regañadientes, todos aceptaron. Y… se arrepintieron.

Los orígenes de Meleagro, hijo de Eneo, son la clave de la venganza, que de esto trata esta historia. En su nacimiento, las tres Moiras, las personificaciones de cada uno de nuestros destinos, predijeron a su madre, Altea, que la vida del héroe estaría ligada a un tizón ardiendo: cuando se consumiese el tizón, se consumiría su vida (¡hay que tener mala leche!). Altea apagó el tizón a toda prisa y lo escondió en un arca, lejos de cualquier mano incendiaria con aviesas intenciones… que mala leche haberla hayla en todo tiempo y lugar.

Iniciada la cacería y ante el asombro de sus participantes, fueron, precisamente, la habilidad y la rapidez de Atlanta, las que primero hirieron al jabalí. Una de sus flechas restó fuerzas al macareno que, en previos lances, ya había despanzurrado a varios de los mitológicos héroes.

Fue, no obstante, Meleagro quien, tras cruenta lucha, logró ensartar en su jabalina los ojos del suido acabando con su vida y su reinado de terror. Obtenido el trofeo, ofreció piel y colmillos a Atlanta por ser ésta quien había derramado la primera sangre, ¡de esto hubieran de aprender unos cuantos! Final feliz de enamorados si no hubiesen sido otras las perversas intenciones de ‘la graciosa’ de la diosa… Artemisa, claro.

«Pero los hijos de Testio (hermanos de Altea y, por tanto, tíos de Meleagro) que consideraban vergonzoso que una mujer lograse el trofeo donde los hombres habían participado, le arrebataron la piel, diciendo que era propiamente suya por derecho de nacimiento, si Meleagro decidía no aceptarla. Enfadado por esto, Meleagro mató a los hijos de Testio y dio de nuevo la piel a Atalanta», (Homero, La Ilíada).

Como no podía ser de otra forma, Altea, ante la muerte de sus hermanos, corrió hasta el arca y encendió el casi olvidado tizón que, tras consumirse, provocó la muerte instantánea de Meleagro. De esta forma, con la muerte de su hijo, se cumplió la predicción de las Moiras y Artemisa se vengaba de Eneo… por no haberle ofrecido sacrificios. La lió parda… el dichoso jabalí.

Pero esto no acabó así… ¡ni mucho menos! La diosa, con ganas de… divertirse y tocar las napias, provocó que Peleo, durante la cacería, matase ‘accidentalmente’ a Euritión, rey de Ftía (patria de los Mirmidones) –que había participado en la expedición de Los Argonautas– lo que desencadenó una serie de venganzas y matanzas entre curetes y aqueos que, todavía, en las noches de luna llena, permiten escuchar en el montes sus divinas carcajadas… ¡Cuidado con las esperas, no se vaya a cabrear…!

 

Por Ortega

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