Relatos

Con todos mis respetos, se lo debo. ¿A quien? Al Tuerto.

 

No todos los dias se consigue abatir en montería en abierto un ejemplar de estas características, más bien se podrian contar con los dedos de una mano y sobrarían algunos, en toda una vida montera.

Para que se den estas circunstancias, aparte de la suerte, de que lo hagas todo bien y que tengas la fortuna de tu parte, se necesita un poquito de picardía montera, que la dan los años de experiencia,

A este tipo de animales veteranos en otras latitudes los dan el título honorífico de «Big Old Man»que sería algo así como «Gran anciano sabio». Esta denominacion se les da cariñosamente por la experiencia que adquieren estos animales a lo larga de su dilatada vida.

Comentaré en este breve relato la sabiduría de este viejo anciano, que no es otro personaje que un gran jabalí, que un día de Febrero, monteando en la emblematica finca El Navajo, que tomó como última residencia, acabó su peregrinaje por esas carismáticas sierras de los Montes de Toledo. Sus andanzas seguro fueron todas las umbrías y solanas desde Los Yebenes hasta El Molinillo y quién sabe si no más.
Un mal día lo tiene cualquiera y un instante que tantas veces nos ha hecho perder un lance por no tomar la decision adecuada, ese mal día, lo tuvo El Tuerto.

El apodo de El Tuerto se lo ganó en una de esas mil batallas que mantuvo por romances o trifulcas territoriales con sus semejantes, el contrincante que ya seguro abandonó esta preciosa vida serrana bastante antes que El Tuerto, le propinó tal navajada, que desde el borde del labio hasta la mismísima oreja, le infirió un corte de tal magnitud, que se llevó su ojo derecho por delante. La oreja, que la tenía en varias tiras, como un banderín, no me atrevería a confirmar que fuera de la misma batalla, más probablemente de alguno de los muchos encuentros con perros.

Si listos son estos animales que nacen libremente en la sierrra, imagínense éste, con ocho años de sapiencia y los instintos agudizados, por la falta del 50% de uno de ellos, para salir victorioso de mil batallas monteras y tantas otras noches de tiro cruzado de francotiradores.

Pero ese fatídico día llegó, a lo mejor sus ocho años le iban ya pesando de alguna manera, no lo intuía el comportamiento que mostró, pero solo él lo sabe, cuando la bala le mordió, quizás y sólo quizás, tuvo algun arrepentimiento.

Esa mañana fria monteabamos El Navajo, finca de abolengo montero, junto a la población de Marjaliza, como los años anteriores en el mes de Febrero. Esta cochinera finca, que tambien da buenos venados, es una solana querenciosa en los meses fríos del invierno. En esta ocasion, dábamos la mitad de la finca, reuniéndonos treinta posturas para dicha ocasión.
Una vez realizado el sorteo y dada salida a cada una de las armadas, me fuí a ocupar una postura de gatera en la linde de la umbría con la de Puerto albarda, un pelado de terreno pero que en esta ocasión tenía bien tomadas dos gateras (no era cuestion dejar libre dos puertas usadas). No es de extrañar, pues la umbría llevaba varios dias nevada y los guarros perdían el culo por buscar mejores camas y algunos rayos de sol en esas frías mañanas. Por debajo una gran pedriza, bordeada de matones de chaparras.

La postura me permite dominar todo el barranco y el pecho que sube hasta la primera traviesa. Podría corregir, si fuera el caso, a las rehalas que algun pegote de monte se dejaran. A las 11,30 hrs se produce la suelta de las 4 rehalas que subirán linderas hasta coger la mano y empezar a batir la mancha. Enseguida se producen las primeras carreras, unas se dirigen al sopié, seguro de cervuno, oyéndose las primeras detonaciones. Otras toman el fondo del barranco, al poco se empiezan a oir los primeros lances en la traviesa. Veo varias carreras de cervuno y otras de guarros. El follón es tremendo, al igual que el tiroteo. Las rehalas dejan atras el barranco, subiendo el pecho que está al pie de la primera traviesa, «Valdonpardo». Siguen produciéndose las carreras y los lances. Las rehalas llegan al pie de la traviesa y esperan a los rezagados a coger la mano para seguir adelante. En esas estaban cuando arranca un guarro para atrás, sin duda «El Tuerto» había llegado al pie de la traviesa buscando su momento para cruzar el cortadero. No apreció que fuera la mejor baza a jugar, esperando el momento de confusión que siempre se produce a la llegada de los perros a los cortaderos. Pega el arreón para atrás, buscando el fondo del barranco no si antes encontrarse con algun que otro can que a sus ladridos fue agrupando mas compañeros.
Después de una larga carrera de no menos de 600 mts de regates, la rehala tiene parado al guarro al fondo del endiablado barranco. Por debajo de mí, a unos 800 mtrs.
¿Quién dá marcha atras y baja al fondo del barranco a acallar la trifulca que tiene liada el guarro? Yo rezaba por que ese hecho no se produjera, los minutos pasaban y me iba dando cuenta de por el cariz que tomaba el asunto, que estábamos ante un serio ejemplar. Mucho ladrido, pero pocos lamentos, el escenario no cambiaba un metro, el guarro estaba asentado, esto me decía que al personaje en cuestión no habia huevos de meterle el diente y quien se atrevió, se llevó su recuerdo, sólo dos perros pinchó, los que se atrevieron a morder.
Que nadie dude de los perros los conozco y merecen mis respetos, de lo contrario no habrían monteado. A los veinte minutos de brega, aprecié por los ladridos que el número de perros que acosaban al Tuerto era a cada rato inferior, los canes abandonaban poco a poco la pelea, no podían con el oponente que tenían delante. A la media hora comprobé cómo el silencio se apoderó del barranco. Yo sabía que este guarro que tenía en el barranco, no cumpliría a ninguna armada, era demasiado listo para caer en tan grave error.

Yo no quitaba vista de toda las trochas y veredas que dominaba desde mi postura, intentando descubrir el camino que tomaría el Tuerto si es que decidiera hacerlo. Por mi cabeza, pasaban todas las sensaciones que me trasmitía este animal, todo lo que había hecho hasta quedarse sólo en el barranco, me infundía cada vez más respeto. El tiempo pasaba y ya se oían las rehalas avanzar de vuelta. ¿Se habría salido por alguna gatera? ¿se habría alejado de la zona y estaría esperando para tomar decisiones? ¿cuantas veces habría vivido una situación parecida y estaría esperando para tomar la huida que tantas veces le dio la salvación?

Era el momento de saber si aún estaba en el campo de batalla o si se había esfumado como en tantas otras ocasiones. Las rehalas se aproximaban por los mismos pasos de la mañana, si bien es cierto que un poco a su aire, lógico después de 3 hras largas de ladras y carreras. En el fondo del barranco se oye el latir de varios perros, han levantado un guarro, que toma camino de la traviesa. Después de una larga carrera se oye una única detonación. Por un momento pienso que se ha acabado la historia, quien sería el afortunado.

Espero a que rematen las realas contra la linde y enfilen los pasos a las sueltas para recoger. Empezando a recoger pertrechos estaba cuando escucho un perro en el fondo del barranco, late a parado, al rato silencio absoluto. Empiezo a pensar que ahí está El Tuerto. No puedo demorar más tiempo en el puesto, los muleros me esperaban para recibir órdenes de recogida. Tate,de reojo percibo en el vértice del barranco, junto a unas chaparras un movimiento, me agazapo y al rato veo al Tuerto zigzagueando hacia mi postura, no me lo puedo creer. Apoyo el rifle en un peñoncillo que tengo a mis pies y lo meto en el visor. Qué pedazo de guarro, pienso para mis adentros. El viaje que toma no me va a permitir verlo más de 6/8 metros antes de taparse, no me puedo permitir jugármela a que busque mi gatera, estos talentosos sabios, suelen hacer lo contrario a lo que piensas que van a hacer. De modo que hay que ganarle la acción antes de que sea la última vez que le vea. Tengo otra postura de gatera por encima de la mía, que en el peor de los casos, podría tener la oportunidad de tirarle si toma esa salida. Avanza el Tuerto, para un instante, arranca de nuevo de frente a mí. No es el mejor momento para tirarle de arriba a abajo y de frente. Gira y avanza ya cruzado, 140 mts me separan de él, este es el momento, disparo y noto que se encoje y arranca la carrera hacia el barranco pero ascendentemente hacia la gatera del compañero. En un trasluzón doblé el tiro de nuevo, sin resultado. Unos metros más adelante lo vuelvo a ver en una pequeña clara y vuelvo doblar el tiro, con el mismo resultado. Oigo al guarro subir con dificultades, sin duda va pegado. La otra postura que esperaba a mi recogida, se pone en guardia, le aviso que el guarro va en su dirección. Por mi cabeza pasa que se me escapa el Tuerto y lo peor herido. Pasan 4 o 5 interminables minutos, hasta que veo a la otra postura encararse el arma y al instante una detonación seguida de otra más.

Silencio interrunpido por los gritos del compañero confirmando la caída del Tuerto. Es tremendo, dice a gritos, ¡si es macho debe ser espectacular! Bien sabia yo que era macho y con dos cataplines bien puestos. De otro modo, no podría haber toreado de la manera que lo hizo. Al pie del guarrro, Enrique Cuesta,me confirma lo que esperaba,» el guarro más grande que jamás he visto», tiene una boca tremenda.

El perro soltizo que se topó con él, probablemente le hizo tomar una mala decision de última hora, debió pensar que a esas alturas del día nadie quedaba en lo alto de la cuerda, fatídicamente para sus intereses después de esa larga vida por las sierras, yo si estaba pendiente de él, con la esperanza de que en el último momento antes de recoger, lo viera, como así fue, y me diera esa ultima oportunidad.

Decir que cuando lo tuve a mis pies, me quedé helado, maravillado, extasiado y apenado.Tenía una mezcla de sensaciones. Por un lado si no lo remata mi hermano, se pasa a la umbría y se pierde en una lenta agonía un animal que no lo merecia. Por otro, la sensación de acabar con la vida de un animal que fue todo sabiduría. Por otro, la sensación de ganar la acción a un maestro de la sierra, que pocos tenemos la suerte de ver cumplida.
No podía acabar esta historia, sin cumplir homenaje a este magnífico animal, «El Tuerto», al Navajo, una de sus querencias elegidas, y a J.L.Gamarra por permitirnos esos espléndidos años de monterías que disfrutamos tantos monteros.

El cochino dio una puntuación de 112 puntos, arrojando un peso en báscula de 120kg.

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