El rincón de "Polvorilla" Relatos

El rincón de Polvorilla: ‘El Chuchi’

R-asesino

El hombre todo lo puede, lo crea o lo destruye. El hombre, sin ser Dios, puede echarle un pulso aunque esté condenado a perderlo. El hombre, puede y debe todo lo bueno, consiente y ordena todo lo malo. El hombre, el animal más temido, más defendido, más venerado y más condenado. El hombre es lobo para el hombre… El hombre es el mayor enemigo de sí mismo.Y la caza –parte intrínseca de la Creación– forma parte de su día a día, de su desarrollo y de su superación. La caza no se traduce en el uso del arcabuz ni la espingarda. Ni del cepo ni de la trampa. La caza en la vida del ser humano es constante, incipiente en su día a día, devastadora e insolidaria. El hombre compite por hacer suyos los mejores contratos, los mejores resultados y los mejores escalones en los repartos de despachos. Pero en la naturaleza –donde el hombre es hombre de verdad y no amedrenta a los amaneceres ni a las tormentas– el ser humano puede sacar a la luz lo que realmente fluye en su interior…
Hemos soltado a las 10:05 h., a las 10:05 h. de verdad. No es que hayan llegado los camiones a esa hora. Cuando las manillas rezaban el momento, los delantales del Chuchi ya estaban calzados desde hacía un rato, las caracolas reposaban incansables en los costados de los podenqueros y los cuatro punteros de su recova se estaban removiendo en el camión sabiendo lo inminente. El Chuchi, mellado, viejo y cabreado desde que nació, tiene nombre de muñeco, pero realmente lo que gasta es apariencia de ex presidiario. El Chuchi, sin dientes y sin estudios, sabe más de la vida que muchos de los encorbataos que ocupaban la Traviesa del Melonar.
Y perros al monte… Y salen Canela, Centella, Churrasco y Tomillo. Y les siguen Bonales, Collares, Puntales y Limón. Y van más perros de mil tamaños y capas, pero inmensa afición. De zagueros, como los buenos presas, Campanero, Tarugo, Chiruco y Matón. Y mi caballo les brindó una cabriola, pues los conoce y admira de largo. Asesino recuerda el año pasado que el mastín pesado, al que llaman Malamarcha, le acompañó en un agarre muy comprometido en el que nos metimos con los estribos hasta la jeta de un gran cochino. El mastín leonés le apresó antes de que nos sacara las tripas a la calle, a los dos. Y el Chuchi, que tiene más años que un palomar, corre lantero llevando a su recova al corazón del tomate, al centro de la suelta. A donde los que tienen el conocimiento de la sierra saben que tienen que ir…
Y pasan los minutos y, con ellos, las horas… Y la fiesta en lugar de aplausos y cohetes lleva varios centenares de disparos. Llego al puntal de la presa, al alto más alto de todo. Pelotones de reses corren de un lado a otro huyendo de las escopetas…
Asesino horquilló. El Chuchi se arrimó en silencio  y se limitó a brindarle una pequeña caricia al caballo. Ambos me estaban diciendo que lo de remeter la mancha desde temprano tuvo su fruto, que lo de cortar la querencia del encame para llevarlos al cazadero había resultado. Pero ambos –sin hablar– me estaban diciendo que los hombres se diferencian de los animales en que pueden utilizar su poder para hacer el bien, no para destruir.
Asesino bufó dos veces. El Chuchi, en su idioma, hizo lo mismo, escupiendo dos sonoros gargajos. Desperté de mi realidad y tomé la emisora: perros a los camiones y rifles a las fundas. La montería llega a su fin y eso que son sólo las doce.
Camino del cortijo me apresuré a una armada para dar orden de recoger. Allí estaba un montero joven, último de su armada que, tras leer el lenguaje del monte, vino puesto a puesto a anunciar el fin de la jornada. Arribó a una postura ocupada por un cazador de dilatada edad, le indicó el cese de la caza. En ese momento, un gran venado cruzó por la barrera de enfrente, desarbolado, lengua afuera, reventado por las carreras y huyendo desorientado por la avalancha. Desde la distancia, el Chuchi y mi caballo miraron la escena. El montero viejo quitó el seguro del rifle para derribar al gran ciervo. El muchacho, de delanteras nuevas, sujetó el arma de su compañero y le espetó: «¡La caza ha terminado!».
Y en silencio, sólo roto por los chasquidos del Chuchi llamando a los suyos, caminamos a la junta.
Porque cazar no es matar, es sacarle el juego a la sierra.
Por M. J.”Polvorilla” 

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