Relatos

El guarro de la mixtura

Después de unos días de vacaciones con la familia y entrando la luna de agosto, pongo rumbo hacia la finca de caza que compartimos un grupo de amigos y yo en Ciudad Real; esta vez voy acompañado por mi mujer, que ha decidido a venir a pasar unos días conmigo y a conocerla.

 

A eso de mediodía llegamos a la finca donde nos recibe Pepe, el guarda, para llevarnos al cortijo y comprobamos de camino como algunas reses se dejan ver como si de una bienvenida se tratase.

Charlando con el guarda decidimos cuál será nuestra primera postura esa misma noche para realizar el primer aguardo, pensamos que, como hace mucho calor y este tiempo atrás ha estado rondando un buen macareno los alrededores del puesto de la charca, y sabiendo de antemano que es un puesto donde te diviertes por el ir y venir de animales, decidimos ponernos allí para que mi mujer se entretenga y se le haga más llevadera la espera.

Sobre las diez de la noche y ya sentados los dos en la torreta, empezamos a oír como los venados se terminan de descorrear para lo que se le avecina. En eso que estamos distraídos con los golpeos de las cuernas en las madroñas y las jaras, escuchamos como un macho entra sigilosamente por debajo de la torreta derecho a bañarse en la charca que tenemos a los pies. Una vez bañadito el astuto jabalí decide llenarse la tripa y empieza a comer en compañía de un venado joven que, al escuchar el comedero, se decide a probar suculenta golosina.

Nosotros, allí sentados en la torreta, disfrutamos del momento hasta que, después de un largo rato, se cansan y se marchan, a lo que nosotros abandonamos también la espera.

Al día siguiente lleno unos sacos de comida paras las palomas, ya que se aproxima la tirada de palomas que hacemos en la parte baja de la finca, para pasar un día con los amigos y la propiedad de la misma.

Me acerco a la casa en busca de ayuda cuando encuentro a Fernando, el hijo de uno de los dueños, quien, muy dispuesto, se ofrece a acompañarme y echarme una mano.

Cargamos los bártulos y nos aproximamos al comedero, cuando ahí nuestra sorpresa: estaba todo tomado de los guarros y había pista de uno muy bueno.

Al volver se lo conté a mi mujer, le dije que esa tarde nos íbamos a poner en el comedero de las palomas ya que tenía la seguridad de que por allí andaba un muy buen jabalí.

Sin más nos preparamos los archiperres y al puesto. Una vez ya colocados nos acomodamos cerca de una de las pantallas que tenemos preparadas para la tirada de palomas. Es una noche calurosa y se ve con gran claridad, gracias a que la luna es casi llena. Se oyen reses acercándose y empezamos a ver llegar las primeras en busca del grano sobrante. Primero vemos unas pocas ciervas y algunos gamos que comienzan su banquete; no había pasado mucho tiempo cuando, de frente a nosotros, empezamos a escuchar rodar piedras a lo lejos y empieza el desfile de una piara de guarros compuesta por un macho mediano, una hembra y siete marranchones que, como si nada, entran en el comedero metiéndose entre medias de todas las reses, montándose allí una verbena de animales. Mi mujer y yo, asombrados, no damos crédito.

Por la derecha entran dos machos, uno de ellos de buen porte, se aproximan al comedero y otro, de frente, aguarda inmóvil oculto tras una encina, observando tan inusual estampa.

Nosotros, en el puesto, no paramos de disfrutar y comentar la vivencia de aquello, cuando, de pronto y sin saber por qué, el comedero se queda totalmente vacío, las reses huyen en estampida como si se hubieran asustado de algo o nos hubieran cogido el aire.

Minutos después, charlando con ella de los momentos tan emocionantes que estamos pasando y tranquilos en el puesto, mi mujer me susurra: “Mira lo que entra por la izquierda”. Yo, a simple vista, ya intuyo que ése es el guarro que esperaba y sin mas cojo los prismáticos, lo observo para poder valorarlo detenidamente y le digo: “Ése es el que estamos esperando, en cuanto se ponga a comer y se confíe, disparo”. Entrando con la cabeza alta y antes de llegar al comedero se para y, precavido, empieza a coger con fuerza una y otra vez aire del que pudiera sacar algún peligro; nosotros, parados y en silencio, aguardando el momento oportuno. Veo al jabalí perfectamente, confiado, disfrutando de su manjar; entonces, en la oscuridad, sólo se oye mi respiración entrecortada, cada vez más jadeante, ansiosa… Sostengo el rifle y me preparo para disparar, miro por el visor y lo veo nítidamente, así que no dudo ni un segundo en apretar el gatillo. El jabalí, con la misma fuerza del impacto, sale corriendo como si no hubiera sentido el metal hundiendo su carne; entonces, expectantes, mi mujer y yo nos miramos pensando que tal vez había errado el disparo. Pasaron unos segundos interminables cuando, en la lejanía, se escucha un bufido agónico entre las zarzas y los matorrales. Entonces me levanto con la linterna en busca de alguna gota de sangre que me dé esperanzas de que lo había alcanzado, cuando, de pronto, alumbrando la zona del lance, veo una gotita, no más que una lenteja, y empiezo a pensar en lo peor y, como un sabueso, rastreo en busca de más sangre y siguiendo esa trayectoria encuentro más en un pequeño arbusto y es ahí cuando decido no seguir avanzando hacia el río, ya que confío en que puede estar herido.

Aviso a Carlos, el dueño, el cual me manda un mensaje al teléfono al escuchar el disparo. El dueño, acompañado del guarda y sus perros ‘Ray’ y ‘Lucho’, tardan poco en aparecer; entonces, tras unos metros de rastreo, damos con el jabalí ya muerto entre los recovecos del río. Respiro, entonces, cuando veo que lo he dado caza en ese momento, en compañía de mi mujer y en ese cebadero de palomas, me corre por el cuerpo una alegría y satisfacción enormes –al que le gusta esto de los aguardos lo entenderá–, rodeado del guarda y los dueños que, viendo ese trofeo cazado en su finca, les enorgullecía.

Siempre quedará grabado en mi memoria ese momento, la noche, el lance, la compañía de mi mujer en su primera espera, lo recordaré para el resto de mi vida y lo recordaré como el guarro de la mixtura.

Por Juan Manuel García Díaz 

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