Relatos

¡Viva el novio!, por M. J. Polvorilla

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Han pasado veinticinco berreas desde aquel día. En el 7 del Chaparral, con un puñado de años, portando mi escopetilla del 410, pensando que el mundo era y es un lugar inmenso en el que quería dejar mi pica clavada y mi pequeña huella.Los perros de Pantas y Chicano meten en el acero una cochina a todo gas, a media decena de metros, ante la presencia de la mujer más importante de mi vida. Y, al disparo, ésta, que me vio nacer, gritó:  “¡Le has dado!”
Y Dios hizo aparición a galope a lomos de Compromiso. Porque ese anglohispano fue el regalo del sincero enlace entre mi santa madre y el Centauro del Zumajo, mi padre, que aún ostenta ese título.
Al disparo llegó el alazano a galope, monte a través, y encontró el caño humeante de la escopetilla de perrillos y no le hizo falta averiguar que era el momento con el que aquel renacuajo había soñado toda su vida. Vio el rostro impaciente en los ojos del chiquillo, la sonrisa de su mujer… y picó espuelas a galope tendido, sierra abajo, rompiendo madroñas y lentiscos con aquel tanque de herraduras de más de 500 kilos… Los perreros de todas las manos vitorearon al mejor jinete que jamás he visto. Pude interpretar en ese éxtasis de mis nueve años la orgánica de diecinueve recovas cazando al choque, enfrentadas en el encuentro que yo ocupaba. Y todos, sin excepción, animaban al capitán de la montería que iba directo a la Hoya de la Presa a rematar a cuchillo la cochina que su hijo de nueve años acababa de herir de un rastrero disparo…
Lo vi aparecer como un ánima ve las puertas del cielo. El Compromiso, el caballo que tanto cariño me demostró, subiendo el tremendo repecho. Mi padre sobre él. Y a las espaldas del jaco una cochina preciosa, la imagen rodeada de perros y perreros, aplaudiendo. El mundo comenzó a brillar. Solté dos lágrimas de emoción. Mi padre, también. El Pantas metió las manos en el codillo del animal y, pringándome la cara de sangre, gritó a los cuatro vientos: «¡¡Viva el novio!!».
Fue el momento más importante de toda mi vida. Incomparable a cualquier otro. Cinegético o no. Sentí el abrazo de los que ya no estaban. Y cuando tengo frío regreso mentalmente al calor de esa mañana donde, sin ser nadie, tomé posesión de mi nombramiento como montero ante el juicio y condena de los presentes.
Pasan veinticinco años y ese centauro es sólo un mal reflejo de la escena que pude admirar. Voy a lomos de Asesino tronchando charnecas en la Umbría de Valdeazogues, con nueve recovas en mi mano. Hay un cachorro en la mano bajera que lleva delantales gastados y más afición de la que yo podría demostrar en cien vidas. Se llama Álvaro y pega tirones de la correa como un podenco en un gallinero.
Dirijo la montería con el ojo puesto en ese zagal que lleva mi sangre y mi protección. Le veo apretar con las aulagas, imitar al perrero y observar y preguntar todo lo que ve. Le vi y me vi hace un cuarto de siglo. Me estremezco en mi montura orgulloso de lo que tengo delante…
Ladra Chiruco. Le fijan Melero, Cantero y Limón. Se monta la bulla. Un cochino no quiere romper a la traviesa, pues el aire la da en los hocicos y sabe que pelear o morir es su única opción. Asesino envela, se descompone. Sabe lo que acontece. Dos alaridos, gruñidos, ya es nuestro… Y salgo a galope tendido al agarre…
Grité el  nombre de mi ahijado con todas mis fuerzas, la mano entera se detiene y anima al joven que corre como un gamo entre el monte arañándose la cara y haciendo ligeros sus delantales. Desmonto, y contemplo el cochino más hermoso que jamás he tenido delante. Llega Álvaro, con sus nueve años de nervio, afición y deseo. Echa mano al cuchillo mirando fijamente a su presa. Sube ligero al lomo del jabalí, fugaz como un destello, le atraviesa los escudos y se agarra como se agarran los náufragos al leño, los vivos a la salvación y los valientes a la vida.
Álvaro Sáenz de Santa María Chacón se hizo novio en la Dehesa de Castilseras en noviembre de 2016. Demostró su valía como cazador de reses dando muerte a un cochino macho de sesenta kilos agarrado por una rehala de podencos y ante la presencia de nueve perreros. Fue testigo directo mi hispano árabe de nombre Asesino. Y desde la gloria eterna su abuelo don Paco Chacón selló que es cierto todo lo que aquí se redacta.
Camino de la junta siento a mi caballo más coqueto de lo normal. Se escucha a los perreros más alegres de la cuenta. Me amparan dos podencos agradecidos por el día que nos regala la Virgen de Guadalupe. Agarré fuertemente al nuevo montero y respiré aliviado sabiendo que el mundo no podrá jamás con mi sobrino Álvaro, capaz de crecerse ante cualquier adversidad… Y dispuesto a enfrentarse a la vida y a la muerte con la misma hombría con la que parte monte con sus ya curtidos delantales…
Los dos, charlando de todo, eufóricos, sentimos prestada la libertad a lomos de mi fiel Asesino. Y al llegar al corrillo del aperitivo un aplauso resonó en la sierra y se escuchó lo que toda mi vida había soñado escuchar: «¡Viva el Novio!».
Enhorabuena de corazón, Alvarete.

Por M. J. “Polvorilla”

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