Relatos

De remate: De ‘cazaores’ y ‘caceros’

El Polillo dista algo más de media legua de la cuerda La Murriala, que así la llama Jamín porque a su lengua de trapo le resulta más barato que decirle Monreala, que así se llama la sierra, o ese aprendiz de monte, tirando a cerro, que flanquea por poniente la laguna de Tirez.

En la laguna, las mañanas de cellisca, los cristales de saldiguera se te clavan en los morros como alfileres en acerico. Si el aire viene solano y levantas el careto, ves volar las avutardas a las siembras de El Taray.

Jamín es un poco falto. Su padre era un agostero y su madre una zagala. Se crió entre las borregas con el olor a boruga amarrado a las pestañas. Nunca pisó por la escuela y mamó de la miseria con patatas y con mocos, más de los segundos que de las primeras porque patatas había pocas. El rabadán de El Polillo le enseñó las triquiñuelas… las ballestas y los lazos y a hilar fino con la liga en la Aljibe del Cavado. El Jamín no se hizo fino. Se rilaba al alboreo esperando a los cejones detrás de un hato con mugre cuando entraban a la poza hozando como avechuchos. Si alguno se le encaraba le apretaba la flojera y acababa en un chaparro jiñándose de mieditis. Pero sí cogió bien el viento a la torcaz y la tórtola, a la perdiz y a los patos, al caramono y a la rabona. Cuando el mayoral de la Jesusa le regaló la de los dos ojos, nunca volvió a pasar hambre. Y a pesar de que muchas veces los civiles le trincaron con una percha apretada, nunca sufrió más castigo que un par de hostias bien dadas.

Le recojo los domingos en el bar de la churrera. Se aprieta seis u ocho porras, una copilla de anis y le hace un guiño a la Bizca, que no es sino su vetusta paralela que sólo chufla por un caño. Le sobra el otro. Con más de setenta abriles me pierde por la vereda y me saca el bofe de sitio. En mitad de los breriales, con una espesa meona que derrite la carama –que hubiera dicho el Maestro− se alebra entre la hojarasca, con la manos entumías, para notar el resuello de la rabona en la cama. Y luego arrea a la Chirla, que escachifolla matojos y vuelve con la boca llena.

¡Bendita querencia que Dios le endiñó, a falta de otras virtudes, cuando la Jacinta le emboquilló!

A las once menos cuarto, y no le hace falta reloj, busca un abrigo de cañas y echa un acho para asar. Y para aliviar los huesos que crujen como carrizos agarrotaos por la ciscalera que forma la cencella, cuando se incrusta en la piel como si fueran abrojos. Luego parte un cacho queso, tan rancio como su alma, y se amorra al pitorro de la bota hasta que le viene el sueño. Asamos cuatro chorizos y cascamos de la vida. De la mía porque de la suya… ya hace unos pocos de años que la escribió en barbecho.

Y le hablo sin parar de todo lo que acaece en éste el mundillo de esto lo nuestro. Le relato los problemas que decimos que tenemos. Aquello de lo de los daños de los conejos, del nuevo mal de las rabonas,  de las que lían los cejones en las carreteras, de los que trincan y se lo llevan crudo de la naturaleza a costa de los paganos, de los que trincan por la noche en las tierras de los otros, de los que cazan en los corrales, de los que envenenan a las perdigachas, de los que sueltan las gallinas de corral y pagan un güevo y parte del otro por descerrajarles cuatro zurriagazos…

Jamín me mira siempre con la misma mirada, sonríe con media boca y se encoge de los hombros como todos los que, de una forma u de otra, saben que de aquel su mundo ya quedan apenas unos cachos de recuerdos y tres o cuatro suspiros. Cuando menea los peales con ritmo de retintín, barrunto que no me hace caso y que ya está sufriendo por arrear a la Chirla. En cuanto cierro la navaja ya está echando la meada y, para cuando me pongo en pie, ya va atizando a la perra por el Carril del Tobosillo, camino de la Era empedrá, para apostarse en la bocas. Luego enzurza por la Ballueca apretando a las perdices que apeonan por la linde de la cuesta de El Calaminar.

Cuando vuelvo a perder el resuello y echo el bofe por la boca, me paro y a grito pelao le digo:

−¡Jamín, coño! ¡Para, que las vas a sacar de España!

Pero sé que no me oye. Y que a veces ni me escucha…

Escopeta negra

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