El rincón de "Polvorilla" Relatos

La luna de junio. Por M. J. ‘Polvorilla’

 

A don Jesús Martínez. Capitán de una legión de amigos.

La luna de junio asomaba ya del medio adelante. Los aromas del estío inminente eran una mezcla de poleos y amapolas tardías en los regatos. De henos recién segados en las rañas. De salvajismo y frescor en el ambiente. Porque al amanecer y atardecer los olores son más vivos. Y los colores también.

Voy al paso de mi castaño, pasando la huella a cada tranco, haciendo apoyos, cruzando las veredas de las hormigas en los caminos, disfrutando del polvo y el calor que se diluyen porque la marea comienza a verter su manto con el lubricán.

Llevo el rifle en las costillas, de adorno, más que para cazar para hacerle partícipe a mi cruzado que aquí somos tres, y tenemos que convivir. Se ha acostumbrado a su presencia, nota cuando le golpea tenuemente en la grupa. En lugar de fusta llevo una espingarda, me siento hombre al completo. Aunando mis dos pasiones -caballo y caza- en el entorno más emblemático del planeta: el campo español. Y las añoranzas de verdes prados o marejadas que saben a langosta no son otra cosa que un mundo que no nos llama la atención; a nosotros nos gusta lo nuestro y como dice el poema:

«El que quiera ser feliz
Que no salga de su tierra
Nunca en páramo creció
Árbol que creció en la sierra».

Talibán ha serenado sus andares y sus maneras. Ya rompe monte, acude a agarres y surca las arenas que llevan a la Blanca Paloma. Talibán es un jaco campero consolidado como tal. Y menea el mosquero, saliva el bocado y estira remos camino de donde se le mande. Las serretas vivas no son precisas para su fraguada doma. El mundo se mece a mis pies y se abre al paso de mi caballo.
Talibán envela a la izquierda. Un ronquido le ha alertado. Se detiene horquillado denunciando la presencia de una piara de marranos que van de careo al rastrojo… Hay un macho dentro, nervioso, que no para de dar vueltas a la pelota de hembras. Algo le inquieta… Veo por el rabillo del ojo un gran verraco, mayor que el anterior, haciendo el arco al grupo, intentando entrar. Pero el galán de los ruedos no deja que ningún subalterno se luzca ante su corte. Aquí mando yo, mis navajas y mis pelotas. Y mis derrotes en los costados son galones que luzco con bravura.
Qué locura de vida. El más pequeño en tamaño es el más bragado en maneras. El más grande y soberbio, el más cobardón. Y es que en el monte no basta con tener kilos, hay que tener mala leche. Y sabe más un gitano que un notario cuando de vender un potro se trata…
Descuelgo el hierro de la espalda, el caballo guiña orejas pues sabe que la descarga no le es amable. Los dos cochinos pelean, corren encelados uno tras de otro, abandonan la piara para meterse casi encima del centauro. Están ciegos de celo y orgullo. No se fijan en el aire o en su público. Aquí estamos a guantazo limpio en mitad de la boda, y da igual con el cura que con el padrino. Lo mismo muerto que matao, aquí a morir por Dios con tal de no mansear ante las damas…
Son grandísimos, no sabría decir cuál tiene más defensas, espumarajos y navajazos. Metiendo oreja contra oreja, levantándose por los aires… ¡Qué espectáculo me brinda la luna de junio…! Dejando que la escena me embriagara, sin quererlo, se me hizo de noche…
Camino del cortijo sigo embelesado el paso de mi montura, marcando una tenue sonrisa en mi cara. Sus cascos me suenan a gloria eterna, a música celestial. Su mosquero es la mejor banda sonora de la antesala del cielo. Sobre mi espalda un frío acero que hace meses que no descarga. Es mucho mejor no romper la melodía de la puesta de sol y admirar cómo dos guerreros se descubren de corazas para apostar lo más grande del mundo: el honor.

Al fondo los mastines del cortijo nos devolvieron al mundo. Qué bonito es junio. Vamos por él.

Por M. J. «Polvorilla»

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