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Gladiadores del monte… Jabalies en La Ribera Alta

 

Si hay un animal que despierta pasión, y temor al mismo tiempo, entre los cazadores, ése es, sin duda, el gran jabalí. Deseado por sus imponentes y temibles navajas, y sus poderosas amoladeras, su inconfundible silueta, reflejada en el horizonte de la noche –de pelaje negro entrecanado, escurrido de los cuartos traseros, de elevada cruz, orejas cortas y siempre alerta, largas crines que perfilan su estampa, y su poderosa jeta, rematada con sus blancas defensas puntiagudas y afiladas–, hace de él un tan atractivo como misterioso animal que, gracias a su adaptación y conocimiento del monte, mantiene intactos sus rasgos morfológicos… Es el gladiador del monte.

Desde la antigüedad, siempre ha sido representado en escritos y grabados resaltando su fiereza, astucia y fuerza para zafarse en sus encuentros con colleras de podencos y mastines, en luchas encarnizadas de poder a poder. Cazado a caballo, en montería, a rececho y en espera, la mayoría de las veces deja muy claro en el monte cuáles son sus dominios y vende muy cara su piel. 

 

Su historia está llena de leyendas, en algunos casos, y de realidades, la mayor parte de las veces. Es su inconfundible y segura fiereza, al verse hostigado o acorralado, la que le impulsa a embestir a todo lo que se le ponga por delante, abriéndose camino a jetazos y llevando siempre en primera línea sus temibles y afiladas defensas, que voltean perros por los aires y ponen, en muchos casos, en situaciones muy delicadas a cazadores y perreros. Arremetiendo con su bufido característico, bronco, entrecortado, seco y  profundo, es difícil no sentir cómo los vellos se nos ponen de punta y la adrenalina se apodera de cualquiera que esté a su alcance.

 

Sus rasgos 

 

Fuerte, de poderosa jeta, cabeza grande, cuello corto, ancho y musculado, protegido por dos gruesos escudos laterales y dura piel. Su resistencia vital le permite transitar desde las altas cuerdas a los frondosos valles, con un andar cauteloso y tranquilo recorriendo sus zonas de campeo.

 

De fino olfato y buen oído, es capaz de recorrer largas distancias en sus paseos nocturnos, habitualmente acompañado de uno o dos escuderos, animales más jóvenes que van  abriéndole camino a los imprevistos que se le puedan presentar. Su cuerpo se va transformando con el paso de los años a medida que le crecen sus poderosas defensas.  

 

En Ribera Alta, los navajeros, hostigados por los grandes machos dominantes, se desplazan y se obligan a buscar nuevos territorios para comenzar a desarrollar su propia existencia, agrupándose en no más de dos o tres ejemplares que vagan por sierras y collados, buscando nuevos dominios, mientras se van transformando en grandes berracos que llegan hasta los 130 kilos, aunque lo habitual se encuentre entre los 85 y los 90 kilos. De costumbres cautelosas, recelosas, son capaces, antes de entrar a saciar su apetito, de dar rodeos de hasta 360 grados, con su jeta al viento, comprobando que ningún peligro les espera. En sus encames siempre protegerá sus cuartos traseros contra árboles, rocas o matones, para que, en cualquier encontronazo que pueda acaecer, se pueda zafar arremetiendo con sus navajas protegiendo su parte débil.

 

Comportamiento y astucia

 

La climatología de Ribera Alta sufre los fríos meses de diciembre y enero. Y se escuchan, en la tranquilidad de las heladas noches del más crudo invierno, de las cuerdas a los sopiés, por collados y barrancos, las impresionantes peleas de estos grandes machos encelados por cubrir a las hembras de su piara. Su boca, llena de espuma, el castañear de las navajas, su agitada respiración soplando bocanadas de aliento que, como humo, sale de sus pulmones… Una y otra vez se embisten con sus afiladas navajas en sus duros escudos infringiéndose profundos cortes que, en algunas ocasiones, les cuestan la vida. 

 

En verano, los grandes berracos, con su cambio de pelaje, nos permiten, a veces, apreciar las cicatrices de tremendas heridas, fruto de sus combates de invierno o de los poderosos agarres de alguna montería en los que han tenido que librar feroces peleas con las poderosas mandíbulas de los canes. Orejas degarradas, cicatrices en sus lomos, auténticas heridas de guerra… recuerdos de su fiero carácter.

 

En ganchos y monterías, observamos cómo, los grandes machos, los que llamamos ‘medallables’, se van colando por los puestos como negras sombras sin apenas hacer ruido, aprovechándose del amplio conocimiento que tienen de trochas y veredas, con paciencia infinita, tomando los vientos para no encontrarse con perros y cazadores… Esta habilidad, junto con su muy buena memoria, le permiten quitarse de en medio, muchas veces antes, incluso, de iniciar la montería.

 

A veces, y acosados por las rehalas, no dudan en conducir a mastines y podencos hacia alguna piara de jabalinas o reses para confundir su rastro y, de pronto, perderse en algún encame protector, viendo, atrincherados, como pasan los perros por delante de él, siguiendo los nuevos rastros hacia otras reses.

 

Los grandes machos normalmente huyen de la comida fácil y, parapetados en lo más denso del monte, cambian su régimen alimenticio, buscando más la proteína de invertebrados y carroñas, siendo capaces de hacer grandes movimientos de tierra para localizar madrigueras de roedores, bulbos, raíces y las preciadas bellotas. No temen a escorpiones o víboras, que encuentran en el volvear de las piedras, aplastándolas con  su hocico para luego darse un festín.

 

En ocasiones, se ha podido ver en Ribera Alta a varios macarenos ‘cazando en mano’ para localizar los preciados nidos de perdices, liebres agazapadas e, incluso, algún ciervo herido que vaya dejando rastro de sangre.

 

Hábitos 

 

Mantiene siempre en perfectas condiciones de higiene su piel, utilizando las típicas bañas de arcillas rojas que encapsulan a los párasitos. Una vez secos, se frotan contra encinas y robles en sus rascaderas, dejando las marcas de sus navajas. Esto les permite ir endureciendo y fortaleciendo su gruesas corazas.

 

Pero no sólo utiliza bañas de arcillas; las bañas de turbas y barros negros, típicos de valles y riberas, son su objetivo en los meses del duro verano, hundiéndose en ellas hasta el hocico, donde apenas se le ven los ojos, para protegerse de moscas y mosquitos, hocicando, al mismo tiempo, en busca de lombrices y cangrejos.

 

Gran conocedor de su medio, localiza, en los humedales, las zonas con alta concentración de sales minerales y se le puede ver comiendo, literalmente, tierra en ese tipo de baña… porque necesita fortalecer y engrosar sus poderosas navajas y estas sales  le facilitan su crecimiento y, sobre todo, la dureza del marfil de sus defensas.

 

Hábil localizador de agua en los duros meses de verano, su fino olfato le permite detectar veneros de agua a más de un metro de profundidad y, a hocicadas, irlas descubriendo hasta que llega a la fuente de la vida… Detrás pasarán ciervos, gamos y muflones a  aprovecharse de su descubrimiento.

 

En la Ribera Alta

 

Su caza la practicamos en espera, rececho, lanceo a caballo o monteria, consiguiendo año tras año excelentes ‘bocas’, e intentando siempre cumplir las expectativas de los clientes cazadores.

 

 La valoración del trofeo de jabalí en el monte, en cualquiera de sus modalidades de caza, es difícil de realizar, porque, aun viendo en la distancia sus poderosas navajas, es una incertidumbre saber que proporción de colmillo tiene en el interior de sus mandíbulas; el ancho de sus colmillos será, sin lugar a duda, el que nos hará llegar al preciado metal.

 

No siempre el tamaño del jabalí y el trofeo que se le ve tienen relación con la medicion del taxidermista en su taller. A título de ejemplo y como curiosidad, en Ribera Alta las navajas más largas conseguidas dieron 29,7 y 29,9 cm, y su puntuación se quedó en 109,7 (año 2008); las amoladeras más gruesas dieron 9,32 y 9,35 cm, puntuando su trofeo 123,76 (año 2010); el jabalí de más peso cazado alcanzó 164 kilos y su puntuación fue de 108,76 (año 2007); el jabalí ‘oro’ de menos peso cazado dio 56 kilos (año 2012); las navajas de mayor anchura dieron 2,94 cm y pertenecían a un cráneo de jabalí encontrado en el monte (2012); y el mejor trofeo recechado y homologado dio 128,02 (2012).

 

Con sus más de 4.000 hectareas, en Ribera Alta, desde hace casi veinte años, se apuesta por  mantener y mejorar esta especie, pura, autóctona y típicamente mediterránea, en estado totalmente salvaje, para poder ofrecer al cazador la emoción de conseguir ese gran jabalí y su preciado trofeo. CyS

 

 

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