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La caza como una garantía de salvaguarda medioambiental (IV): Población óptima natural

LA CAZA COMO UN PRODUCTO, NO COMO UN EXCEDENTE NATURAL

Uno de los grandes errores en el tratamiento de la caza es seguir considerándolo como el aprovechamiento racional de un excedente natural y espontáneo de los animales silvestres, al estilo de lo que es la recolección de trufas, espárragos trigueros, criadillas de tierra, aprovechamiento del corcho, bellotas, picón, etc, etc.

Nada más lejos de la realidad, al menos de la realidad de los últimos 120 años. La caza se ha convertido en una especie de cultivo extensivo de especies cinegéticas, promoviendo su correcto desarrollo poblacional a través de la oportuna alimentación (muy especialmente bebederos en época de estío) y cuidado de los hábitats idóneos para cada especie. Asimismo y de manera sustancial en la caza menor, evitar que el aumento poblacional promovido por el hombre de lugar a un equivalente aumento de predadores propios de cada especie. Me explico; en situaciones de inacción del hombre, las poblaciones animales dependen de su capacidad alimenticia. Así, habrá más perdices en estepas cerealistas (que en cualquier caso son obra del hombre) que en chaparrales con ausencia de pasto. De igual forma, a mayor número de perdices el número potencial de predadores de esta especie crecería paralelamente. No obstante, considerando a la caza como un producto, ¿es lógico que ese producto se vea mermado por un mayor número de predadores inexistentes antes de la intervención del hombre? Nunca defenderé la desaparición de los predadores, pero si atacaré que se permita que el porcentaje de ejemplares en relación con el de presas sea el mismo en zonas donde la intervención del hombre no ha logrado un mayor número de ejemplares cinegéticos que donde sí se ha conseguido este aumento.

Pongamos un ejemplo: en una superficie de 1.000 hectáreas improductiva y donde no hay puntos de agua regulares que permita a las perdices sacar sus polladas completas, la presencia de estas será residual; una perdiz por cada 10 hectáreas y, por poner un ejemplo, habrá un predador por cada 30 perdices (no son la única presa de predadores, pero sus polladas son presa principal). Eso nos daría unas 100 perdices y unos cuatro predadores. Si la gestión cinegética consigue que el número de perdices y conejos se multiplique, se podría tener una perdiz por cada hectárea (la relación óptima de perdiz muerta por cada hectárea era de 1:1, que se ha logrado durante muchos años en muchos cotos, por lo que, evidentemente, la relación entre hectáreas y perdices vivas era necesariamente mayor). Eso nos daría 1.000 perdices. Si siguiéramos con la misma relación predadores/perdices habría una capacidad para una población de 33 predadores, es decir, se habría multiplicado por ocho su número original, lo que a su vez haría imposible que se mantuviera ese nivel poblacional de perdices a medio plazo.

Sin embargo, con un eficaz control de predadores podría mantenerse el número de predadores incluso en el doble de lo existente en origen. De esta forma la mejora ambiental sería generalizada sin perjudicar la renta cinegética.

Aquí introduzco un concepto nuevo; el de población óptima natural. Así, referida al ejemplo anterior sobre zorros y perdices, no puede considerarse que esa población óptima de zorros sea de 33 zorros, porque tal número no deviene de otra causa sino del aumento de poblaciones de perdices. Por el contrario, su población óptima natural sería la de cuatro. Cualquier mejora sobre esa cifra debe considerarse mejora de esa población óptima.

Existirá quien no esté de acuerdo con este planteamiento, pero deberá admitir que se trata de una preferencia, de una  vocación, más que un análisis de la realidad, porque la caza en España es así desde hace no menos de 150 años; gestión extensiva de poblaciones, que nunca aprovechamiento de excedentes naturales.

Por otra parte, tampoco es una excepción en la forma de aprovechamiento humano de los productos forestales. Así, en la actualidad se hacen plantaciones de Quercus exclusivamente destinadas a la recolección de trufas, como, en Portugal, plantaciones semiintensivas de alcornoques para la recolección del corcho. Como vemos, la transformación de la caza, de excedente a producto, ha sido quizás la primera, pero no la única de estas transformaciones forestales. Y si es claro que nadie admitiría bajar las densidades naturales de jabalíes para, exclusivamente, evitar su presión sobre las trufas silvestres, todos admiten que se utilicen medios para evitar que produzcan daños en las plantaciones de Quercus específicamente sembradas para esa producción.

Esta es la caza en España y lo viene siendo desde principios del siglo XX, como también la de prácticamente todo el mundo, incluidas muchas de las grandes extensiones de la mitificada como ‘salvaje África’, que no lo es tanto como piensa el común de los ciudadanos en el sentido de silvestrismo y de inactuación humana. En ese continente se viene desarrollando una gestión cinegética muy parecida a la de España, si bien en cotos (ranchos) de muchas mayor extensión, por exigencia del tipo de fauna y de hábitat.

Y esto es así, pese a quien pese. Nadie que conozca un mínimo la caza de nuestro país puede decir lo contrario sin demostrar un enorme desconocimiento de este tema. Y aunque es sabido que hay quienes teorizan porque aseguran que su abuelo cazaba en el pueblo dentro de este criterio de completo silvestrismo, ignoran que lo que cazaban eran aquellas piezas que traspasaban los límites de los cotos de caza, que sí realizaban la oportuna gestión cinegética.

Lo malo es que esta es la idea que se está trasladando a una población eminentemente urbanita y, por ello, completamente desconocedora de una realidad que se empeña a modificar a su gusto por fuerza del número de habitantes (mayor en la ciudad que en el mundo rural) más que por razones y argumentos de fondo. Es algo absolutamente sorprendente que la teorización falseada sobre una realidad se haya fabricado de espaldas a dicha realidad, así como que desde el mundo cinegético nadie lo haya contestado desde una formulación técnica. (Continuará).

Un artículo de Antonio Conde Bajén

 

 

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