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‘El golpe del destino’, por M. J. Polvorilla

golpe del destino
‘El golpe del destino’

Una vez sentí lo que era miedo. Miedo de verdad. Miedo de ese que te amarra los sentidos, te encoje las sonrisas y te nubla las alegrías. Miedo de perder lo que más quieres. No hablo de un padre, una madre o un hermano. Hablo de algo mucho mayor. Hablo de perder tu sentido en la vida, tu vía de escape, tu fin de carrera, tu salida del túnel o tu propio corazón.

De dos balazos mal terciados –de esos que da la vida- en una semana tenía a mis dos pilares en el punto de mira de la muerte. No de muerte de vida, sino de muerte en vida. Asesino sufría un puntazo de un toro bravo en el brazuelo derecho. Y Dinamita apareció en casa con la mano derecha desollada, no sé si por cochinos, por un alambre viejo o por lobos feroces.

Pero, con el verano de por medio, la situación se encandiló en privarme de seguir vivo para cambiarme las cartas para estar agonizando cada mañana, viendo cómo mis animales no mejoraban día tras día por el incesante calor, la mosca y todas las desavenencias de este puto planeta…

Tentando estuve –y no lo niego- de pegarle un tiro en la cabeza a cada uno de ellos para terminar pegándome otro yo. Qué mísero destino, que aprieta donde a uno más le duele. Mándame males a mí, mamón, que yo tengo familia que me cuide, madre que reza y hermanas que sanan. Mis caballos sólo me tienen a mí. Y a nadie más. Y si yo no remedio sus dolores, nadie más podrá hacerlo. Si has de castigar a alguien por mis faltas que sea al hombre, no al animal. Y menos a un caballo. Esos seres pregonan el mensaje de Dios en cada tranco.

Pero pasaron los días. Y con ellos las semanas. Menos mal que me encontré a mi amigo Pablo, hijo y nieto de arrieros, que sabe de la vida más que muchos de la muerte. Y aparcamos los últimos métodos de la medicina para recurrir al aceite de árnica y a las curas con zuzón; todas ellas hierbas de la tierra. Métodos tradicionales desde hace centurias. Cariño, vigilancia, seguimiento… Y más cariño. golpe del destino

golpe de destino

Asesino no entiende por qué hace semanas que no le echo los trastos… Hasta se deja coger porque lo único que le llueve últimamente son masajes en sus costados, buenas dosis de avena y duchas que preceden a un buen revolcón en la arena batida. Dinamita, más de lo mismo. Sabe que tras la correa hay masajes, curas y cariños, y no hay a cambio lección con serreta y espuela, ni paseos de varias horas por entre los alcornoques.

La otra noche eché a andar antes de la salida de la luna. Eché a andar sin rifle, sólo con los gemelos y mi par de dogos. Cuando vi las luces del cortijo estaba cerca de la salida del sol… Mi sorpresa fue que, al llegar, mis caballos habían abierto el portón de la cerca y corrían retozando por aquella inmensa raña. Dinamita y Asesino, en absoluta amalgama, echaban de su terreno a una punta de reses y guiñaban orejas para plantarle cara a un primal de cinco arrobas.

No hice amago de meterlos de nuevo en su prado… En silencio di un rodeo quitándome el aire para que no me delatasen. Les observé en total libertad y salvajismo. Vi su lado libre, su pasión por disfrutar del mundo –del que les ha tocado- y su poco interés por envidiar a otros.

En la cocina olí la cafetera que bullía desde rato porque en el cortijo la vida comienza con las primeras luces. Igual que con los caballos, me escabullí para no dar explicaciones de dónde estaba, si estaba yendo a dormir o volviendo de soñar… Porque los secretos del campo únicamente los sabe guardar él… golpe del destino

Mis perros llegaban aspeados. Quité sus colleras y se echaron a beber un largo trago de agua.

Ya casi dormido oí el tranco de los caballos que volvían por su propio pie a las querencias de la cerca. Me estaban diciendo que la espera fue dañina y gravosa, pero que necesitaban volver a correr tras los cochinos con su amo lanza en mano.

Si  el destino quiere volver a golpearnos ha de hacerlo con más fuerza aún… Habíamos superado su prueba.

‘El golpe del destino’, por M. J. Polvorilla

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