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‘El Duende’, por M. J. Polvorilla

chanteo duende

‘El Duende‘, por M. J. Polvorilla

A bruto no le gana nadie. Ni a bruto ni a cubalibres. Estos los resbala que da miedo. Y asombro. Dos o tres días se puede tirar escarchando cubiletes. Sin pega.

Y entre medias te corre dos piaras de vacas y se intenta beneficiar a cuatro almonteñas. Duro como un chinato, fuerte, ocurrente y pícaro. Pero, cuando lo huele… se envenena.

Campeonato en El Rocío de acoso y derribo. Jinetes no, centauros. Jacas no, ángeles que muerden bocado vaquero.

Sobre un caballo el más animal se convierte en príncipe. Sobre una jaca campera se está más cerca de las puertas del cielo…

Y allí que se postró mi hombre, sereno y sin ambición. Pues así es, sin maldad, pero con afición. Lleva bajo las ancas al Duende, muy cruzado, muy domado y muy bueno.

Con el Duende ha hecho marchas, ferias, concursos y cachondeos. Con el Duende ha conquistado mujeres, hombres y carteras.

El Duende es su niño mimado, su paño de lágrimas y su inspiración. El pintor necesita sus herramientas para tejer un gran lienzo.

Y este jinete sólo necesitaba sentir los sudores de su caballo para premiar a los presentes con la mayor de las envidias, la que se consigue al hacer una obra de arte con elegancia y sencillez a la vez.

Aún hablan en La Aldea de los apoyos que dibujó aquella mañana en la arena el extremeño de patillas afiladas a lomos de un tres sangres de origen nublado que tenía nombre de gnomo…

Pero, amigo, el encanto de la marisma se paga caro… y el de las marismeñas, más. Porque el amo de la jaca gloriosa encontró acomodo entre dos guitarras, cuatro faldas e infinitas rondas de vino… Y dos días enteros, con sus dos noches, y olvidó su nombre, su corazón y su sueño.

Perdió la oportunidad de consagrar el más alto de los éxitos en la catedral del caballo. Y el Duende escarbaba atado un palo de la luz, rabioso, por no poder alardear de elegancia ante aquellos competidores que no le hacían sombra…

El destino…

Y pasó el tiempo, y esta vez se propuso entrar a matar sin copas de por medio. Este año iba a sesgar con distancia a la competencia.

Este año iba a colocar al Duende sobre la cúspide del triunfo y desde allí miraría con desgana a algunos de los prepotentes de sombrero de ala ancha.

Pero el destino es la mujer más caprichosa del mundo y le mandó a las entrañas del animal un mal de esos que no se cura.

Y en camión lo llevaron a la mejor clínica veterinaria. Y «cueste lo que cueste» era lo único que se le oía a su dueño. Y el destino es experto en privar de sueños a los que sueñan todos los días.

El hombre lloraba como un niño. Y como un niño se enfadó con todos y con todo. Y su madre le prometía que encontrarían otro mejor, pero el joven, que ya gasta canas, se enfurruñaba y calumniaba a toda la corte celestial…

La matriarca, harta de tanta llorera le reprocha: «¡Hijo mío, peor hubiera sido que se hubiera muerto tu madre!».

Y va el primogénito, con los ojos calados de rabia, se levanta de un salto y le suelta: «¡Sí, peor para ti!».

El Duende‘, por M. J. Polvorilla

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