Caza y medioambiente Opiniones

Tras el incendio. Réquiem por el monte español. Por Antonio Conde

Tras el incendio. Réquiem por el monte español

Han ardido decenas de miles de hectáreas aquí; miles, allá. Y aquí se acaban los ecos mediáticos. Los humos del incendio durarán más incluso que su reflejo en los medios generalistas, necesitados de noticias frescas y fáciles de vender a esa mayoría de la población, desconocedora de cualquier entresijo que implique una cierta especialización, para su suerte. Para ello queda el llamado «periodismo de investigación», por desgracia hoy convertido en «fabricante de opiniones» a la carta ideológica del empresario periodístico de turno.

Como de costumbre, no veo ni veré intentos de investigación que se pregunten por qué y cómo. Mucho menos se preguntarán por el día después. Muerto el perro se acabó la rabia, porque para los urbanitas, bosque quemado, bosque muerto. No lo veo yo así; bosque quemado, bosque mutilado; pero no muerto.

¿Está siendo correcta la prevención de incendios?

Me gustaría, por ser de justicia, una mínima pregunta de por qué se ha producido el incendio. Y no me refiero a la causa última, que solo tendrá reflejo mediático si ha sido intencionado. Me interesan más las causas de las proporciones en cada uno de los fuegos.

Estadísticamente la mayoría de los incendios no son intencionados, de igual forma que no lo son la inmensa mayoría de los accidentes de tráfico, por lo que haría bien nuestra sociedad en analizar de igual manera si la prevención está siendo la correcta.

Por seguir con el ejemplo de la circulación rodada, como es algo que afecta a toda la sociedad, esta prevención se plantea, tanto respecto de la actitud de los conductores, como de la situación de los vehículos, como de la de las propias carreteras. ¿Por qué no hacen lo mismo con el campo?

Pero llegaron los bwanas de ciudad

Cuando yo era niño los incendios forestales eran algo que nunca pasaba en mi Castilla (entonces la Nueva). Podía haberlos, pero su afección era mínima, porque se apagaban con la intervención inmediata de los paupérrimos medios de los que se disponía en aquel entonces. Pero era otro campo; uno habitado y aprovechado, pero hoy abandonado. Y no solo por la despoblación humana del mundo rural (los hombres nunca se han alimentado de hierba), sino de la animal y de la forestal.

Pero llegaron los sabios de salón, los ecologistas de fin de semana, los bwanas de ciudad, que llegaban los puentes de buena temperatura a disfrutar de esa «naturaleza virgen» que, pese a ellos no saberlo, llevaba miles de años sobada (en el mejor sentido de la palabra) por la mano del hombre, siendo precisamente este contacto íntimo el que mantenía en perfecto estado de salud ese campo.

Pero los bwanas capitalinos querían más. Les aterrorizaba llegar veinte años después a su cercano Serengueti de fin de semana y que los de pueblo, los masáis con boina, pudieran progresar y que, en vez de las pintorescas chozas de barro, construyeran pareados parecidos a esos en los que ellos mismos vivían. Qué decir de que esos lindos cercados de ramas y troncos pudieran ser sustituidos por los horribles de barras de hierro y alambrada de triple torsión. El hombre de pueblo, el masái con boina, debía quedar reducido a figurante de su particular reality de fin de semana, sin derecho a construir establos modernos para cebar sus chotos, sin derecho a cortar leña y quemar un ramón que expulsará menos CO2 en un año que el que expulsan los coches de los bwanas de capital en un solo viaje a su Serengueti.

La fuerza de los votos, que no de la razón, ha ido arrinconando a esos pobres masáis

La fuerza de los votos, que no de la razón, ha ido arrinconando a esos pobres masáis con boina y sometiendo su vida a la que marcan los bwanas; y hoy el monte está viejo. El aprovechamiento forestal se hace casi imposible; el ganadero ha sido demonizado o limitado a ser alimento de lobos; la caza (último intento sustitutivo de la enriquecedora boca del ganado) acorralada; la agricultura, imposible ambiental y económicamente; los cortafuegos declarados enemigos del paisaje por ser sufragados y usados por los cazadores como tiraderos…

Cualquier empresa humana debe ser objeto de un análisis retrospectivo para ver si sigue el camino correcto o debe ajustarse la dirección original. En la política agrario-forestal no ocurre así, yo creo que porque supondría reconocer errores y, con ello, responsabilidades. Y, mientras tanto, el monte arde.

Son fáciles de entender algunas cosas en este mundo cortoplacista; aumentar el número de medios de extinción de incendios da color a las noticias; los aviones, helicópteros, el desfile de medios personales y de la UME… son material gráfico que adorna cualquier portada. Cuadrillas desbrozando monte lucen bastante menos. Ganado pastando… ya está agotado, periodísticamente hablando.

Y andando este camino, las hectáreas quemadas en los últimos veinte años son exponencialmente más que las que ardieron en los sesenta anteriores.

Ese monte mutilado necesita lo mejor del hombre para su rehabilitación

Pero no nos quedemos en el día del incendio, sino en el mes después; en ese monte mutilado, pero no muerto, que necesita lo mejor del hombre para iniciar su rehabilitación en manos de los mejores fisioterapeutas, que no son los biólogos de salón ni los ecologistas de fin de semana (perdonen el pleonasmo), sino los hombres que viven del y para el campo.

Pero siguen con sus manos atadas y condenados a limitar las curas que aplicaban sus abuelos a simples buenas intenciones; llorosos por lo ocurrido, rabiosos porque no les hicieron caso e indignados porque les siguen prohibiendo atender a su enfermo, su campo, su monte, que, pese a todo, intentará levantarse de nuevo sin ayudas, pero sabiendo que seguirá condenado a la próxima chispa, a ese cercano rayo, que después se intentará justificar en la no aplicación de una Agenda 2030 que contiene una cifra que no parece sino reflejar el número medio de hectáreas que se calcinan cada vez que surge un incendio.

Hay que volver al saber tradicional y aplicarlo

Urge volver al saber tradicional y aplicarlo, pero no a condenarle a ser ejecutado con instrumental del siglo XIX. Se hace indispensable preguntar su opinión a los hombres del campo y que expongan qué y cómo se actuaba en ese campo que los de salón, los bwanas de capital, los lobistas lobunos, descubrieron hace cuatro días, pensando que ese momento era el tercero de la creación divina y que ellos eran Adán.

Es absolutamente necesario que las autoridades ambientales se replanteen los resultados (catastróficos) del vigente modelo forestal basado en el ecoabandonismo. No intenten enseñar a un padre a hacer hijos. No intenten enseñar a un masái a ser ganadero en Kenia. No pretendan ser Adán en el paraíso sin saber que, siendo paradisiaco, gran parte de su conformación no se debe a la acción de Dios, sino a la de los abuelos de esos hombres que hoy son despreciados por ser «de pueblo». «Paguita y a callar sin molestar», vienen a decirles las administraciones que les acogotan y amenazan con las pérdidas de unas ayudas agrarias que no son limosnas, sino subvenciones estratégicas y tan merecidas como los bonos de transporte urbano, los presupuestos públicos para zonas verdes capitalinas o las ingentes cantidades en infraestructuras viarias que dan servicio en exclusiva a los urbanitas.

Un artículo de Antonio Conde Bajén

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