La cruz filar Opiniones

Manifestaciones en Toledo y Sevilla

Juan CaballeroEl pasado 28 de junio lo más granado del mundo de la rehala se concentró en Sevilla y Toledo, esta vez representados por sus sufridos dueños. Los máximos protagonistas quedaron en sus perreras, pues la decisión de los rehaleros no podía ser otra, la época del año y la temperatura así lo exigía. En el caso de Toledo, donde pude estar presente, identifiqué a muchos de los grandes que, sin duda, cualquier montero viejo y organizador de montería conoce: Patillas, Juanma, Rubén, Golondrina, Uve, Camino, Panta, Varón, Corchero, Martín, Lince, Narci, Morrión, Blanco, Candiles, Pepino, Félix, Los Piconeros, Santiago y otros tan destacados o más.

Vivimos en un mundo donde el agradecimiento, si acaso, se limita a una compensación económica o, simplemente, a dar las gracias. No intento dar a entender que deba haber una deuda eterna, pero sí un reconocimiento y nunca el olvido. Con los cazadores de rehala entiendo que existe una obligación moral, tanto por parte de los monteros, como de organizadores y, en general, de todo aquel que de algún modo se beneficia de una actividad en la que los rehaleros son parte esencial. Al menos, desde el punto de vista de mi razón así lo creo.

El montero con el rehalero no tiene una deuda legal y, por tanto, no hay obligación alguna para exigirle su cumplimiento; la ayuda que presta el segundo, para lograr unos resultados, siempre queda compensada de forma económica o en especies.

Sin embargo, gracias a la participación del rehalero, llegan los resultados y con ellos los fines propuestos, la satisfacción y los recuerdos; su colaboración es condición necesaria para llevar a cabo una montería, imprescindible para propietarios y comerciales, y no en pocas ocasiones evitan que el cazador montero pierda una pieza. Todo ello es justo tenerlo en cuenta, no merecen el olvido o lo que en este caso es lo mismo: el apoyo en un momento que realmente nos necesitan.

Aquellos monteros cuya inteligencia considere que no hay obligación moral alguna con los rehaleros, en reconocimiento de cientos de jornadas de monterías, o que dedicar una mañana a acompañarlos es excesivo, deben, por lo menos, pensar en ellos mismos. Seguro que pretenden seguir monteando, mantener una actividad que realmente desean, pero sin rehaleros es prácticamente imposible, son como el cimiento que mantiene en pie una casa.

Según la información que he podido obtener, la ausencia de monteros no fue tan notable en Sevilla, quizá los monteros andaluces tengan mayor afición que nosotros, los manchegos y madrileños. Se echó en falta también a la mayoría de los propietarios de fincas o a sus representantes. Y, por supuesto, como ya estaba previsto, hubo quien intentó boicotear las manifestaciones desde dentro, personajes nada solidarios que piensan que esta ‘guerra’ no va con ellos, pues si la perdemos creen que quedaran indemnes. Me refiero a una parte de los propietarios de rehalas con condición de autónomos de distintas actividades económicas o que tienen la rehala a nombre de un autónomo o de una sociedad. Es cierto que pasan desapercibidos ante el Ministerio de Empleo y Seguridad Social, pero, ¿pasarán como una sombra también ante el Ministerio de Hacienda?

Tenemos información de algunos de ellos, de cómo intentaron manipular a muchos para evitar la asistencia a la manifestación, claro está, esgrimiendo justificaciones que nada tienen que ver con la consideración o no de la rehala como un negocio. Entre ellos sobrevuela la avaricia: a menos rehaleros, más monterías al zurrón… Espero que no tengan problemas con Hacienda ni con la consideración de las perreras como centro de trabajo, y les digo que están a tiempo de rectificar. Quizá, cuando publique la revista estas líneas, esté ya todo solucionado, incluso antes de la manifestación que se programó para el día 12 de julio en Mérida, o tal vez estemos preparando otra, es posible que en Madrid.

La situación a la que empuja al colectivo de rehaleros el Ministerio de Empleo y Seguridad Social, sólo puede definirse como absolutamente comercial. Pretenden que el rehalero no considere la caza como una forma de vida, que la deseche como afición, que su pensamiento sólo la entienda desde un punto vista: el negocio. En definitiva, convertir la caza con rehala en un mero servicio dirigido por un rehalero no cazador.

De esta forma acabarán con aquellos que pasan el año esforzándose por mantener una rehala, por pura afición, para poder entrar con sus perros al monte, en los cinco meses de veda, una veintena de veces o, quizá, si hay suerte, una treintena. Terminará existiendo el empresario ‘rehalero’, con diez, quince o veinte rehalas, que irá contratando, la jornada precisa, a un trabajador para que lleve los perros al monte.

Nos encontraremos, entonces, en la mayoría de los casos, con un ‘acompañador de perros’, emigrante o no, que irá en una mano como el que va en un desfile.

Entonces, con seguridad, el montero pasará a echar mucho de menos al verdadero rehalero, el que conoce y domina a sus perros, capaz de buscar una pieza o de entrar a un agarre… y se quejará de su ausencia, una ausencia por la que él hizo poco o nada por intentar evitar.

 

Por Juan Caballero de la Calle.

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