En la recámara Opiniones

Los Alcornocales

images_wonke_opinion_alberto-nunez_alberto-nunez-seoane-foto-portadaFue hace ya años, en algo más de unas 7.400 ha de terrenos públicos dentro del Parque Natural de Los Alcornocales –desde El Picacho hasta El Laurel– entre Alcalá de los Gazules y Castellar de la Frontera. Los venaos, de mala calidad, se contaban por escasas docenas; la densidad de ciervas, peligrosamente brutal; la mermada población de corzo morisco, escondidos en canutos y soledades, se resistía a desaparecer; unos pocos gamos esqueléticos pastaban lo que el ganado dejaba y los cochinos cruzones se reproducían sin límite.

Entre cuatro amigos, cazadores, decidimos acudir a la subasta en la que se adjudicarían los pastos y la explotación cinegética de los terrenos durante los próximos tres años, y conseguimos quedarnos con la explotación. Contratamos cuatro guardas; elaboramos y presentamos para su aprobación un plan técnico de caza; liberamos los pastos de la excesiva presión del ganado y los dejamos para alimento de los animales salvajes; reconstruimos pozos y bebederos; ajustamos la población de ciervas, mediante la caza selectiva, al número correcto de acuerdo con los planes técnicos aprobados por la Administración; rebajamos, cazando, el número de guarros que asolaban el terreno; eliminamos los ejemplares de ciervo y de gamo claramente selectivos, defectuosos, enfermos o lisiados; acabamos con la caza furtiva –casi– y dejamos que la naturaleza actuase.

Fueron escasas las alegrías cinegéticas que nos permitimos durante esos tres primeros años, pero nuestro objetivo no era el corto plazo. Volvimos a acudir a la subasta, cuando expiró el plazo de la concesión, y nos la volvimos a adjudicar por otros tres años más.

Al final de este último trienio, que fue el último por los motivos que contaré, los socios pudimos cazar cada año, cuatro corzos, dos venaos en berrea, dábamos dos ganchos de ciervas (con ocho puestos cada uno) y vendíamos tres monterías –con dos puestos para cada socio–. La media de reses y guarros cobrados estuvo siempre entre 40 y 63 machos adultos y nos llevamos para casa muchos buenos guarros y unos pocos y preciosos gamos. Desde tres venaos plata, muchos bronces y más venaos bonitos, hasta corzos espectaculares y guarros de ensueño, ¡aquello se convirtió en un paraíso! Aparte, y no es menos, dimos trabajo permanente a cuatro familias, eventual a cientos de postores, guías, batidores y rehaleros, generamos recursos con la venta de carne, taxidermia y transporte, llenamos hoteles, fondas, restaurantes, bares y gasolineras durante muchos meses al año. Ingresamos mucho dinero, cada trimestre durante seis años, en las arcas municipales, erradicamos en un 90% el furtivismo y, lo más importante, conseguimos recuperar un espacio natural, regenerando e incrementando su fauna autóctona –en cantidad y calidad– para nuestro disfrute, el de los clientes y los que viniesen después.

Las demenciales trabas administrativas que nos quisieron imponer, las limitaciones irracionales e incoherentes con las que nos agobiaron, los impedimentos absurdos de toda índole y las exigencias, rayanas en la paranoia, del entonces director del Parque, un ‘político’ sin pajolera idea de lo que era el monte, enemigo de la caza y mediatizado por ‘órdenes’ de cretinos de superior rango, terminaron por hacer imposible la gestión cinegética de aquella maravilla. Lo dejamos.

En los años siguientes –no sé en qué situación se encontrará ahora– todo se vino abajo. Volvieron las vacas, entraron los furtivos, se despidió a los guardas, se mal organizaron ‘cacerías’ que no fueron sino matanzas carniceras y, en resumen, se fue todo al carajo… tal vez un poco más lejos.

Los ‘ecologistas’, que en alguna ocasión llegaron a plantarse con sus pancartas de chirigota y pandereta en medio de una montería para tratar de impedir su celebración, se pusieron muy contentos: habían conseguido echar a ‘los malos de la película’. Ahora, esos ‘amantes’ de los animales, esos ‘defensores’ del equilibrio ecológico, de la sostenibilidad y de la biodiversidad, podrán sentirse muy a gusto: ya apenas se caza… ¡porque no hay nada que cazar! ¿Es eso lo que quieren?, ¿no oír de monterías, en la que se hacen las cosas bien, se respeta el ordenamiento vigente, se realiza una labor selectiva imprescindible, se regula el crecimiento y la población de las especies cinegéticas asegurando su futuro y la calidad de los individuos, se controla el furtivismo asesino, se genera riqueza y, además, nos divertimos? ¿Vosotros sois los defensores de los animales…? ¿Defensores de qué…?

No sé si Los Alcornocales, sobre los que algún día escribiré parte de las maravillas que allí disfruté, podrán ser capaces de resistir los ‘cuidados’ de estos tarambanas descerebrados, llenos de odio irracional, resentimiento, ignorancia y cerrazón; a nosotros, no sólo nos ‘soportaron’, sino que, además de sentirse a gusto mientras por allí anduvimos y cazamos, nos dieron las gracias. Hoy nos echan, mucho, de menos.

 

Por Alberto Núñez Seoane.

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