Opiniones

«Sin insultar, dicen los cazadores», por Miguel del Pino

Este fin de semana son muchas las manifestaciones que tienen lugar en buena parte de España bajo convocatoria de las asociaciones de cazadores. En esta ocasión no se reivindican determinados derechos o leyes en relación con la actividad cinegética, sino algo tan sencillo como no ser insultados.

Como «reivindicación inmaterial» resulta insólita y pone en evidencia el peligro que supone la plataforma de lanzamiento de insultos que puede constituir, si se emplea para el mal, el mundo de las llamadas «redes sociales».

Al tratarse de un terreno tan reciente y tan poco sujeto a legislación específica, precisamente por su modernidad, la falta de escrúpulos, la cobardía y la sensación de impunidad son los mejores componentes para el abonado de este caldo de cultivo. Participan de la lluvia de insultos los taurinos, los defensores de los animales en el circo y en general cualquiera que se atreva a poner en duda cualquier postulado «animalista».

Hay que evitar el enfrentamiento

En muchas ocasiones a los insultos siguen las amenazas, lo que ha puesto en guardia a legisladores y autoridades policiales para tratar de cortar algo que puedes ser socialmente muy peligroso. Parece que los cazadores han sido los primeros en cansarse de soportarlo.

No hablemos de enfrentamiento entre cazadores y ecologistas, o mejor, entre cazadores y científicos, porque hace muchos años que se selló entre ellos un pacto no escrito del que debe resultar una mejor gestión de la naturaleza en la que, se sea o no cazador, hay que reivindicar el respeto a las Leyes y un código de buenas prácticas basado en el honor y los conocimientos.

Potencialmente la caza es una actividad que necesita una regulación escrupulosa. Desde el punto de vista legal el cazador va a ejercer un derecho de ocupación sobre la porción del patrimonio natural de su país, formada por la pieza abatida. Otros ciudadanos reivindican por su parte el derecho de observación de la fauna, es decir de un patrimonio que a veces puede coincidir con el cinegético. El legislador debe cohonestar ambos derechos.

Para conseguir el equilibrio entre cazadores y observadores es precisa la existencia de leyes objetivas a las que dotar de instrumentos para su cumplimiento, como son los reglamentos de caza, las vedas, las acotaciones de reservas y la prohibición absoluta de actuar contra las especies objeto de protección: así de sencillo, y a la vez parece que también complicado, a juzgar por las polémicas.

Salir al campo con un arma de fuego requiere como no puede ser de otra forma disponer de los correspondientes permisos, para cuya obtención habrá habido que demostrar ser un ciudadano de bien y carecer de antecedentes potencialmente peligrosos; seguramente habría que ser más rigurosos en la petición de demostración de que se tiene conocimientos mínimos sobre ecología y zoología que permitan distinguir en todo momento las especies cinegéticas y las protegidas.

La existencia de Federaciones y Asociaciones de Cazadores y la gestión de los terrenos susceptibles de albergar caza permiten suponer que la inmensa mayoría de los que salen a cazar lo hacen de manera legal y sin ser un peligro para el medio, antes bien todo lo contrario. Hay que pedir a los cazadores que sean ellos los primeros en denunciar y expulsar de sus filas a quienes no merezcan tal nombre.

Parte importante de la gestión de la caza reside precisamente en los acuerdos entre las federaciones de cazadores y los legisladores: son necesarias medidas muy estrictas para acabar con la colocación de cebos envenenados en los cotos, con los que se pretende eliminar a los animales predadores, un error disparatado.

El necesario equilibrio

Los cotos de caza que cuentan con equilibrio entre predadores y piezas cinegéticas deberían ser objeto de reconocimiento y apoyo fiscal, mientras que los que han sido objeto de denuncias por haberse encontrado veneno en ellos merecen simplemente el cese inmediato de la actividad en toda su extensión.

Volviendo al principio, si un cazador cumple con la Ley, ejerce su derecho de ocupación sobre piezas cinegéticas de manera escrupulosamente correcta y concibe su actividad como una forma de disfrutar de la naturaleza, sin duda opuesta a la de muchos conservacionistas, pero, desde luego, legal; no es extraño que se indigne al recibir improperios y amenazas en las redes. Hay que acabar de manera urgente con la impunidad de los «faltones» o de los amenazadores.

De manera que por esta vez nos encontramos con manifestaciones cinegéticas cargadas de razón y más producto de respuesta a los insultos que realmente reivindicativas. Resulta insólito que tengan que manifestarse para que no los insulten: cosas de las dichosas redes sociales.

Por poner un toque científico en este polígono con tantas aristas como es el mundo de la caza, con sus apasionados y sus detractores, recordaremos un concepto ecológico, tan sencillo como importante en el equilibrio de la naturaleza , el de «índice de apetencia» propuesto por el eminente zoólogo español José Antonio Valverde: se expresa de la forma siguiente: «El apetito de un depredador por su presa está en razón directa con la energía que ésta le produce y en razón inversa a la que le cuesta conseguirla».

Como consecuencia de lo anterior podemos observar que un león no andará buscando pequeñas presas, más fáciles de conseguir que una cebra pero poco rentables en cantidad de alimento producido; tampoco perseguirá a rinocerontes o elefantes, que no sólo le agotarían en la lucha sino que podrían resultar demasiado peligrosos.

De esta manera se produce el equilibrio final: las posibles presas evolucionan mejorando sus defensas, bien mediante la conquista de la velocidad en la escapada o de la posesión de armas defensivas, como los cuernos de tantos herbívoros. Los predadores deberán tender a la perfección armónica y funcional, porque no es sencillo capturar a casi ninguna presunta víctima.

No crea que usted escapa a esta regla elemental de la naturaleza. Seguramente le encantarán las gambas de Huelva o las cigalas de Galicia, pero será el precio de estos manjares el factor que le inducirá a ser prudente en su «captura», es decir en su compra. El dinero es en este ejemplo el símbolo de la energía consumida en forma de horas de trabajo.

Entre tantas reflexiones ecológicas vamos a quedarnos con una regla elemental para reflexionar sobre el lema de los cazadores manifestantes de esta jornada: «no a los insultos» y mucho menos desde la presunta impunidad.

Miguel del Pino Luengo es biólogo y catedrático de Ciencias Naturales.

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