Opiniones Pluma invitada

¡Qué viva el bulo!, por Carlos Sánchez García-Abad

Las distintas administraciones autonómicas llevan años soltando meloncillos y culebras, los topillos llegaron a la meseta en paracaídas y una pantera sigue campeando por los montes de Guadalajara. Lo último es que las administraciones han soltado el virus de la mixomatosis que no sólo está afectando a las liebres, sino también a los perros y sabe Dios si ya a algunas personas. 

En algunas ocasiones, a ciertos hechos reales, como el avistamiento de especies no comunes, se le intenta buscar una explicación que casi siempre tiene su origen en la Administración. Para incrementar la credibilidad se describe la metodología utilizada, en unos casos directamente desde el coche y en otros desde un avión o helicóptero. Y además, suelen circular vídeos a través de los grupos de WhatsApp que apoyan estas teorías, con «expertos» en la materia que analizan hasta el milímetro la credibilidad de estos documentos, generándose el pánico cuando se trata de un gran depredador que podría atacar al ser humano.

Cierto es que una parte de los animales silvestres que sobreviven en los centro de recuperación son liberados al medio natural, pero las teorías «conspirativas» parecen poco probables, y están más relacionadas con la expansión natural de las especies en un mundo cada vez más cambiante y la suelta (tanto accidental como intencionada) de especies no autóctonas, desde los cerdos vietnamitas hasta los grandes felinos y primates.

El siguiente nivel en este mundo tan curioso se alcanza cuando comienzan a tocarse asuntos sanitarios. Que si se han soltado animales enfermos para resolver un problema, que si este animal transmite una enfermedad a las personas, que si hay que evitar comer carne de esto o aquello… un círculo vicioso que puede llegar a no tener fin, especialmente cuando no se sabe con certeza el origen de la enfermedad (acuérdense de lo que sucedió con el aceite de colza en los años ochenta).

Muchas cosas que tienen que ver con la fauna silvestre y su gestión encierran misterio porque al campo no se le pueden poner puertas. Hasta cierto punto, es normal que algunas historias se propaguen tan rápido como la pólvora por el interés que podamos tener en saber la verdad. Pero la difusión de rumores de forma intencionada, paparruchas, o lo que hoy se denomina “fake news” tiene un objetivo claro: especular e influir de forma intencionada sobre los demás.

La gran mayoría de los rumores tienen algo en común: se propagan con rapidez pero nunca llegan a probarse de forma científica, quedando en la memoria e imaginación de aquellos que lo difundieron. No es delito compartir por WhatsApp «leyendas urbanas y rurales» a tus familiares y amigos, pero sí es peligroso dar credibilidad a lo que aún no ha sido contrastado.

Por Carlos Sánchez García-Abad, coordinador de Investigación de la Fundación Artemisan

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