Opiniones

Mundo rural, tradiciones y comunicación. Por José Ignacio Herce

Nadie duda de que en estos tiempos en que nos ha tocado vivir, lo que prima es la comunicación. Internet y las redes sociales dominan nuestra vida. Como se suele decir ahora, si no estás en las redes sociales no eres nadie. De hecho, hoy en día no podemos vivir sin una realidad digital basada en trending topics, hastag, vídeos virales o fake news.

Esto, como casi todo en esta vida, tiene sus ventajas y sus inconvenientes. Entre sus numerosas ventajas podemos destacar la rapidez en el acceso a la información o la facilitad para enviar mensajes a millones de personas en minutos. Entre los inconvenientes sobre todo hay que destacar como el mal uso de estos medios ha abocado al desastre a organismos, instituciones, empresas, actividades y, sobre todo, personas.

Es precisamente el temor al mal uso de las redes sociales lo que ha generado cierto miedo a muchos sectores a participar activamente en ellas. Muchos colectivos sienten pavor a manifestar su visión de la realidad o a defender sus intereses en ellas y por ello promueven la restricción su empleo. Esto también hace en que en muchas ocasiones el interlocutor se sienta en inferioridad frente a sus opositores. Pensemos si esto es lo que ocurre en nuestro sector, en nuestra actividad, en la caza.

Además, cabe plantearnos si el mundo rural ha sabido adaptarse a esta nueva realidad. ¿Existe o no existe brecha digital?  Recuerdo como hace unos días un amigo me comentaba que sus hijos no querían ir al campo porque allí no había internet… y no es un caso aislado.

Entiendo que el mundo rural como concepto genérico se ha visto beneficiado por las nuevas tecnologías ya que se están utilizando para poner en valor la vis bucólica y recreativa de nuestros campos con sus animalitos, sus espacios protegidos o el senderismo. El problema, en mi opinión, radica en que el verdadero mundo rural sigue oculto y de alguna manera lejos de la realidad para el resto. Salvo los fines de semana, periodos vacacionales y, por supuesto, en campañas electorales.

En cuanto a sus tradiciones y más concretamente la caza y la tauromaquia, las redes sociales se han convertido en un auténtico campo de batalla. Por una parte, están los defensores de estas tradiciones que están luchando denodadamente por dar a conocer sus valores y excelencias, mientras que, por la otra parte, sus detractores las usan justamente para lo contrario.

Y entre medias están los ciudadanos de a pie, hacia los que en última instancia van dirigidos los mensajes de ambos colectivos. Pero la realidad es más dura que todo eso, tenemos que ser conscientes de que a una persona ‘normal’ cuando le pones un filete en el plato lo que menos le importa es de donde viene, no nos engañemos.

Para los animalistas es muy fácil defender su visión del mundo rural y atacar las tradiciones que no les gustan, como la caza y los toros en este caso. Es muy sencillo asociarlas a la muerte y el sufrimiento, sobre todo cuando tenemos una sociedad cada vez más urbanizada que creció con los animales humanizados de Walt Disney y continuó con los documentales de la 2 o de National Geografic.

Al ciudadano en general el mundo rural le importa un pimiento, solo piensa en él como un espacio de esparcimiento para el fin de semana o vacaciones. Se pasan los días boquiabiertos con la belleza de los paisajes o las rusticidad de sus gentes, haciendo y haciéndose fotos cual japoneses histéricos y despeñándose en algunas ocasiones por hacerse selfies imposibles. Pasados estos días, vuelven a su urbe y solo se acuerdan de que esos huevos que están comiendo no son como los que tomaron en aquel pueblo o el pollo no tiene color con el que tomaron en su última excursión campera, cuando probablemente sean los mismos.

Se está explotando una  imagen de cara al turismo ocasional que está siendo muy bien aprovechada por los sectores más ‘ecologistas’ y/o  los animalistas para vender su mensaje. Pero ¿se ocupan de trabajar por frenar la despoblación?, ¿por mejorar sus condiciones de vida? Parece que, para ellos, están mejor como reductos idílicos aislados cual aldea gala en una sociedad urbanizada, aunque sea en perjuicio de sus moradores eso sí, cada vez más exiguos. Es una pena ver esta realidad con perspectiva y comprobar como detrás de todas estas opiniones y visiones se esconde una profunda ignorancia del verdadero mundo rural y de la naturaleza.

Por otra parte, los defensores de estas prácticas tradicionales se esfuerzan día a día por convencer a todo el mundo de que detrás de sus actividades hay cuanto menos, una actividad económica y social muy importante que justifique su existencia.

Como podéis comprobar cada uno utiliza el instrumento de la comunicación persiguiendo dos objetivos diferentes: unos están intentando justificar su actividad y otros luchan para terminar con ella.

Ambos somos usuarios de nuestro mundo rural y luchamos por diferentes visiones de lo que creemos mejor para nuestros campos.

La gran pregunta es, ¿por qué un mensaje cala y otro no?  ¿Qué hacen bien unos y mal otros?

El sector conservacionistas lo tiene muy fácil para atraerse al urbanita, solo tiene que sacar fotos idílicas de paisajes increíbles, de animalitos de ojitos tiernos que desbordan ternura, de verdes campos norteños o doradas superficies castellanas, vender unos cultivos ecológicos que el urbanita compra con avidez pese a su precio desorbitado, la realización de magnos estudios sobre la fauna y flora de algunas  zonas generalmente subvencionados por las  administraciones u otras fuentes de todos conocidas y que les aportan fondos millonarios.

Por el contrario, el otro sector tiene que defenderse de que todo lo que abanderan los conservacionistas no lo usa para su propio beneficio… craso error el de algunos miembros de este sector cuando reivindican su derecho a hacerlo. La realidad es que es muy difícil vender al urbanita la imagen de un cazador con su pieza abatida (el animalito de ojos tiernos que antes citaba) o defenderse ante videos como el célebre de los perros despeñándose por un barranco durante un lance cinegético, por otra parte, perfectamente manipulado desde las redes sociales por los contrarios a la venatoria.

Mientras que los animalistas usan las redes con fruición, los defensores de nuestras tradiciones tienen miedo a hacerlo ante el miedo de un efecto boomerang. Hace pocos días, el responsable de una federación de caza me decía que no usaba las redes porque eso implicaba que les iban a atacar y que habría que responderles…

No obstante, hay entidades que se están dedicando a realizar campañas magnificas dedicadas a mostrar a la sociedad urbana los valores de la caza o la tauromaquia como generadores de renta y, sobre todo, para acallar a las voces animalistas, por su valor como herramienta de gestión en el caso de la caza o como piezas fundamentales para el mantenimiento de ecosistemas como la dehesa en el caso del toro de lidia.

Muchos cazadores y taurinos salen a pecho descubierto a las redes y allí son tildados de asesinos y se les desea hasta la muerte. A la contraparte, podemos observar cómo la opinión pública parece amparar estas conductas deleznables en el marco de una mal entendida libertad de expresión.

Da la sensación de que los conservacionistas, ecologistas y animalistas tienen muy fácil defender sus tesis, en tanto en cuanto se encuentran protegidos por el paraguas de lo políticamente correcto. Tienen, como diría un jurista, la venia para decir lo que quieran como quieran.

Por parte de los defensores de estas tradiciones rurales la tarea es ardua, no solo se tiene que defender sus valores, se tiene que demostrar su inocencia ante las constantes denuncias y agresiones de las que son objeto. Y, como decía antes, reconozco que hay entidades públicas y privadas que lo están haciendo muy bien, pero, a mi juicio, nos estamos olvidando de algo básico.

Se está logrando demostrar las bondades de estas prácticas desde los puntos de vista social, económico e incluso conservacionista, pero, amigos míos, nos estamos dejando de lado algo mucho más importante, nos estamos olvidando de calar en el sentimiento del ciudadano y, sobre todo, no se está llegando a los más jóvenes y es ahí, queridos amigos, donde está la verdadera batalla. Todo lo demás está muy bien pero como la comunicación no llegue a  este grupo social,  lo más que se va a conseguir es que nuestros jóvenes cuando sean mayores ‘toleren’ la caza o los toros pero jamás que entiendan, respeten y mucho menos, que  practiquen estas actividades.

Aunque alguno parece no haberse enterado, este  grupo social es el  verdadero campo de batalla donde se está  desarrollando esta ‘guerra’ entre estos dos conceptos y  yo no tengo duda de que quien mejor maneje la información y la comunicación será el vencedor… ahí lo dejo.

Un artículo de José Ignacio Herce Álvarez

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