Gestión y Medio ambiente Opiniones

Código de ética cinegética. ¡Hay que levantar la cabeza!

No es la misma perspectiva. No lo es, y supone una divergencia considerable, mirar para otro lado que echar otra mirada. Distinta, distante, crítica, diferente… un punto de vista desde el que dejar de mirarnos, constantemente, el ombligo. Hay que levantar la cabeza.

Toda actividad humana ejercida de forma profesional debe atenerse a un conjunto ordenado de deberes y obligaciones morales, plasmadas, a ser posible, en criterios éticos recogidos en normas legales que los doten de eficacia ejecutiva y, en su caso punitivas, frente a sus posibles transgresores.

La actividad cinegética, practicada al amparo de normas consuetudinarias no escritas, está derivando en ocasiones cada vez menos frecuentes, en acciones o conductas claramente contrarias al más elemental deber ético respecto al medio ambiente y a las propias piezas de caza.

Cercados impermeables al tránsito de animales, caminos y cortaderos en las sierras que en ocasiones llegan a ocupar tanta o más superficie que el propio monte, vallados superpoblados de animales que degradan el biotopo ofreciendo una imagen deplorable del monte, trasiegos ilegales de animales, introducción de especies alóctonas en los acotados, incumplimientos flagrantes de los planes técnicos de caza, caza enlatada, uso de visores nocturnos, prendas especiales de camuflaje, hibridaciones de especies, ofertas de caza asegurada, etcétera… constituyen un mero ejemplo de la situación actual.

En nuestra época, la de las grandes transformaciones tecnológicas a cuya influencia no escapa el mundo cinegético, en el fondo y en la forma, nuestro código ético tiene mucho que decir frente a nuestros detractores. La situación actual, en gran medida, poco ayuda a fortalecer nuestra imagen colectiva. El enemigo siempre argüirá los despropósitos en detrimento de las buenas acciones, entendiendo por tales las justificables desde un prisma ético.

Estamos alcanzando un grado de perfeccionamiento en armas, municiones, enseres y modalidades cinegéticas que hasta el más inútil de los humanos puede convertirse en un avezado coleccionista de trofeos de caza.

¿Debe ser así ? Podemos contestar comparativamente. ¿Puede cualquier persona obtener un título en ICAI o en IESE? Desde luego, no. Se requiere una aptitud, un esfuerzo, un sacrificio, un tiempo y una dedicación que no todos podemos atesorar ni realizar. Y la misma respuesta obtendremos ante preguntas similares en otras actividades humanas.

Entonces, ¿por qué en nuestra actividad cualquiera puede cazar –matar– cuanto desee ? No me refiero a la popularización de la caza, desde luego, sino al hecho de que todo el que se lo proponga con medios y dinero lo conseguirá, al margen de sus aptitudes y conocimientos cinegéticos congénitos o adquiridos.

¿Estamos transformando la caza en una acción que todo el mundo puede practicar con éxito ? ¿Tan sencillo es cazar ?

El grado de eticidad de la acción cinegética es inversamente proporcional al de los medios empleados y al de las posibilidades de defensa del animal objeto de caza. Cuanto más rudimentarios y simples sean los elementos empleados, mayor nivel ético en nuestra conducta, nivel que se mantiene cuanto mayor sea la posibilidad de huida y de defensa del animal a cazar. Entiendo objetivamente que estos asertos son incuestionables.

Sin embargo, la senda del desarrollo nos conduce por derroteros contrarios a los citados: munición de largo alcance; ópticas nocturnas; armas hipersofisticadas, uso de vehículos, helicópteros, y todo ello contra animales encerrados en vallados exiguos, limitados en sus carreras naturales, desenlatados minutos antes, criados en cautividad… Ergo, la ética cinegética se desvanece hasta el punto de provocar la desaparición de la estética, también consustancial a la buena cacería.

Si los ecologetas sandíos tuvieran conocimiento de algunas de las prácticas y medios utilizados para cazar, no solo en España, ¡ojo¡, –que a la postre no somos de los peores en este aspecto– los cazadores seríamos ‘carne de cañón’, que decían nuestros mayores.

Esta situación trae causa directa de la vanidad, de la trofeitis, de la avaricia y de la condición humana en general, trasmutada a la actividad venatoria, convirtiéndola en ocasiones en maquiavélica, en tanto el fin justifica los medios y cualquier medio, por amoral que sea, es válido para conseguir el fin, que es lo único y exclusivo que interesa.

Debemos todos –propietarios, gestores, cazadores, Administración– realizar un severo examen de conciencia cinegético y adoptar medidas, con su correspondiente penitencia claro está, y promulgar un código ético cinegético escrito que recoja la esencia de los principios y postulados del derecho cinegético natural  dimanantes de la común y sensata naturaleza humana.

Algunos defienden la ética individual, es decir, que cada cazador se imponga sus propios y exclusivos límites en el ejercicio de la caza, pero habrá que convenir que esta postura supondría generar una multiplicidad de principios éticos inconexos que conllevarían a una situación de anarquismo ético cinegético, amén del natural perjuicio a la colectividad por la difusión que puedan tener aquéllos no sujetos a la norma general, aceptada por la mayoría.

De ahí que un código objetivo y general sea más loable, proclamando principios y conductas comúnmente aceptadas, que ensalcen los valores de nuestra venatoria, tan diezmados hoy.

Toda actividad que en su práctica no se sujete a normas éticas tiende a  denostarse, ante sus propios adeptos y ante terceros, pudiendo conllevar esta degradación a un estado bien de desaparición o de menosprecio general de la actividad, en este caso, la caza.

La creación de premios a la forma y no al fondo al amparo del pretendido código ético, ayudaría a su consolidación. Habitualmente se premia lo que se caza –en número o en especie cinegética–, obviando el cómo se ha cazado y la forma en que se ha conseguido un trofeo, pese a que no sea éste acreedor del dichoso colgajo metálico.

La prensa especializada puede aportar su granito de arena. En los mosaicos gráficos de todas ellas podemos ver trofeos espectaculares de diversas especies, y nulas fotografías de especies cazadas con esfuerzo, tiempo y tesón, pese a su exiguo trofeo. Deben promover la caza de lance en detrimento de la de trofeo.

El mercantilismo es el tumor maligno de la venatoria y, antojándose imposible su erradicación, podemos luchar por evitar su expansión. Algo es más que nada. Nuestros hijos lo agradecerán.

En un mundo impregnado de un materialismo voraz y galopante, promover y potenciar ilusiones y proyectos afines al romanticismo no ajenos de nostalgia, supone revitalizar conceptos perdidos a los que hay que dotar de actualidad y vigencia para cumplimiento general de todos los estamentos afectos al mundo de la caza.

Las administraciones públicas nos ofrecen una de cal y otra de arena. Así, debemos agradecerles la buena gestión que en ocasiones realiza en muchos espacios públicos y su apuesta por hábitos olvidados, como el uso de escopetas –rifles prohibidos– en monterías sociales, que ensalzan el valor ético del ejercicio venatorio.

Por el contrario, la prohibición legal de cazar en parques nacionales de cara a la galería y, a hurtadillas, de espaldas al público y en esos mismos espacios, masacrar animales en acciones denominadas eufemísticamente ‘control de poblaciones’ o similares –que el lenguaje de la tergiversación política es muy rico–, representa una evidente contradicción, además de un flagrante atentado a la Ley, a la Moral y a la Ética.

Aludo directamente al PN de Cabañeros. Tiempo atrás saltó a las páginas generales por el uso de lazos y por capturar jabalíes de forma masiva y no selectiva, para su posterior muerte indigna –sacrificio lo denominan– y echarlos a los buitres que tanta hambre padecen.

El presunto efecto de estas actuaciones según no pocos lugareños, ha sido la reducción importante de jabalíes en toda la comarca de Cabañeros, con los consiguientes perjuicios cinegéticos para toda la zona.

Lo ignorado no puede ser criticado y estas acciones, que desde luego se han llevado a cabo con total opacidad ante la opinión pública, provocan un sentimiento de repugnancia en cualquier persona, cazador o no. En este caso, la Administración predica con sus palabras –normas jurídicas– lo que incumple con sus hechos, olvidando el mínimo respeto a los animales. Sólo pedir congruencia y respeto a los animales. Tengan por cierto que su muerte es más digna y ética en monterías que asesinados en un capturadero.

Amén.

Por Raún Guzmán. Imágenes: redacción.

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