Opiniones Pluma invitada

‘Las gallinas violadas’, por Miguel del Pino

La primera medida necesaria para hacer frente al llamado «feminismo antiespecista» sería no tomarlo a broma. Las imágenes de varias activistas tirando huevos al suelo para que los picoteen sus pobres gallinas, separadas de los gallos para que «no las violen» se han hecho virales y han desatado toda clase de comentarios y artículos satíricos, algunos nacidos de la pluma de excelentes escritores. Me permito insistir. No lo tomen a broma.

Baso mi recomendación en el peligro de deshumanización que encierran las ideologías que subyacen tras estos postulados que aparentemente rozan la comicidad. Tras las granjeras que «protegen» a sus gallinas de los gallos se encuentran organizaciones como PETA que cuentan con un preocupante currículum anti-humanista, expresión que prefiero a la engañosa de «animalista».

«Ser feminista significa apoyar el derecho de todas las mujeres, incluyendo a las vacas» o «Las vacas, las puercas, las burras, todas las hembras somos iguales«. La primera frase corresponde a la proclama que se exhibía en una pancarta de PETA, la segunda a unas delirantes declaraciones de la senadora mexicana Jesusa Rodríguez publicadas en su cuenta de Twitter con motivo del Día de la Mujer.

Tras las granjeras que “protegen” a sus gallinas de los gallos, suele haber organizaciones como PETA con un preocupante currículum anti-humanista

Asistimos a unas oleadas de fusión entre los movimientos animalista y feminista que conforma el llamado «Feminismo antiespecista». Según tales postulados el hombre no tiene derecho a considerarse una especie superior ni diferente al resto de las del mundo animal, y no hablamos sólo de vacas, cerdos o gallinas, porque conviene recordar que en una torticera interpretación de los primeros análisis del genoma de los diferentes grupos zoológicos, se llegó a querernos convencer de que somos casi iguales a la mosca del vinagre.

Los principales perjudicados por estos radicalismos son los propios animales a los que se pretende proteger ya que es inmediata la generación de efectos rebote por parte de quienes, antes de escuchar tales cosas, mostraban posturas proteccionistas y veían a los animales como seres sensibles dignos de buen trato y en su caso de protección, y siempre se habían enfrentado a las salvajadas o las brutalidades que muchas veces se han hecho contra ellos.

Se iban consiguiendo poco a poco y con mucho esfuerzo avances en la protección y el buen trato a los animales, especialmente a los domésticos. Entidades protectoras formadas por entusiastas voluntarios que dedicaban su tiempo y sus recursos, muchas veces escasos, a luchar contra el abandono de perros y gatos o a paliar los efectos de los actos de crueldad con los mismos, se ven hoy amenazados por quedar ridiculizados ante la opinión pública general, víctimas de la exageración y el radicalismo de los antiespecistas.

Según tales postulados el hombre no tiene derecho a considerarse una especie superior ni diferente al resto de las del mundo animal

¿Saben que hace casi cincuenta años, cuando un servidor se iniciaba en el periodismo científico, uno de nuestros primeros trabajos fue colaborar con la ONCE para que las personas ciegas pudieran entrar en los transportes públicos acompañadas por su perro guía? pues efectivamente lo tenían prohibido, y los niños en los pueblos jugaban a coger nidos y a tirar piedras a los gatos. Hay que reconocer que, al menos, algo vamos mejorando.

También se ha progresado en los aspectos legales de la protección animal. De manera que ya se consideran delitos ciertas manifestaciones de crueldad con cualquier ser viviente; temas como conseguir el «sacrificio cero» de los animales perdidos o abandonados recogidos en albergues están hoy en vías de logro y, en definitiva, nos vamos acercando, aunque muy despacio, al nivel de sensibilización con los animales que corresponde a los países con un mínimo de cultura.

Pero este vendaval antiespecista amenaza con echarlo todo a rodar: todavía hay demasiada hambre en el mundo como para que nos permitamos recomendar que no se coman huevos porque las «gallinas son mujeres» o que la leche es sólo para los animales lactantes y no para las personas. Esta corriente es destructora y está muy bien, pero que muy bien organizada, y muestra una violencia extrema contra cualquier ciudadano que se permita objetar de sus principios.

«Almas veganas» se hacen llamar quienes separan en el gallinero gallos y gallinas «para que no las violen»: ya pueden juntarlos tranquilos porque las gallinas saben muy bien señalar sus posiciones sociales en el gallinero y mostrarse favorables o no al cortejo masculino. ¿Se acuerdan de aquello de la gallina alfa, beta, etcétera, y de las posiciones que adoptan en los ponederos al llegar la noche, o de cómo adaptan en su respuesta al cortejo en función de sus posibilidades de ovoposición?

No merece la pena insistir porque de sobra se conocen estas elementales cuestiones ecológicas: las supuestas locuras que tanta tinta están haciendo correr en la prensa estos días y el carácter viral que las supuestas granjeras han adquirido en las redes sociales son un fallo en nuestros sistemas de seguridad ideológica en el que yo también en este momento estoy cayendo.

Esta corriente es destructora y está muy bien, pero que muy bien organizada, y muestra una violencia extrema contra cualquier ciudadano que se permita objetar de sus principios

Pero si grave es el problema de la crueldad y el maltrato con los animales, que nos sensibiliza a cualquier persona de sentimientos normales, más graves aún son los del maltrato, las agresiones y el asesinato que vienen sufriendo las verdaderas mujeres, las de nuestra especie.

También conviene insistir en la aberración que supone proponer límites en la alimentación de una población mundial llena de carencias alimentarias, especialmente en lo que se refiere a los niños. Con todo esto no se juega y, repito, no tienen ustedes maldita la gracia.

Cuando conocí las investigaciones sobre los enterramientos de los primeros representantes del género Homo, que mostraron restos de pólenes que se identificaron como procedentes de flores, cuyos colores habían sido artísticamente distribuidos sobre el cadáver, es decir, cuando acepté que ya aquellos ancestros habían adquirido los conceptos de espiritualidad y de trascendencia, quedé vacunado contra cualquier información tergiversada de análisis de ADN que pretendiera sacar conclusiones a favor del animalismo por el parecido entre nuestras cadenas genética y las de los animales.

Con decir Alma queda dicho todo, no hace falta que le añadan algo tan material e intrascendente como «veganas».

Y repito, yo no soy la mosca del vinagre. Y, por favor, no tomen todo esto a broma.

Por Miguel del Pino, biólogo y catedrático de Ciencias Naturales.

Publicado en libertaddigital.com

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.