Caza Menor Opiniones Pluma y pólvora

Cierre y despedida

Cierre y despedida
Cierre y despedida, «mi despedida como perdicero».

El pasado fin de semana terminó la temporada de caza menor en Castilla y León. Cierre y despedida.

Antaño, un servidor estaría con una depresión post perdicera, sin embargo este año, y alguno anterior, esa sensación de «se terminó lo bueno» no existe , es más, casi siento alivio.

Mientras unos despiden la temporada de caza yo creo que inicio mi despedida como perdicero.

Esas noches de insomnio que precedían a la jornada tras la reina han sido vencidas por el sueño y las pocas ganas de salir de caza.

Esos nervios por pisar el barro y sentir que puedes con todo, llueva, hiele o haga viento ya no están, se han desvanecido paulatinamente al mismo ritmo que mis queridas perdices mermaban su presencia en mi coto año tras año.

Mientras limpio mi Beretta 302 me vienen a la mente los cientos de lances vividos con ella, y no puedo por menos de buscar entre mis recuerdos aquellos días de invierno tras la que era mi obsesión y hoy en día se ha convertido en un espejismo de lo que fue convirtiéndome a mí en eso mismo; un espejismo de lo que fui.

Donde hace pocos años volabas cinco o seis bandos hoy queda uno o ninguno

El sábado, hablando con Faustino, me preguntó que si me pasaba algo o tenía fiebre pues no he vuelto a ir tras las perdices. Ya no recuerdo que excusa utilicé pero por dentro la nostalgia y la pena me impidieron decir la verdad.

La escasez de perdices ha hecho que pierda mi interés y pase a cuidar y respetar lo poco que nos queda.

¡Ay, si Tomás viera esto! Donde hace pocos años volabas cinco o seis bandos hoy queda uno o ninguno y de no más de una decena de perdices.

Donde hace pocos años volabas cinco o seis bandos hoy queda uno o ninguno y de no más de una decena de perdices

Un terreno donde se retrasa la apertura mínimo 15 días, cazando solo los domingos y festivos, con cupos y horarios desde hace 20 años y cada vez hay menos perdices, menos caza en general y los culpables no somos los cazadores pues, también, cada año, somos menos.

Un primer día de caza penoso…

Mi primer día de caza fue penoso, vi tres perdices, las cuales fueron a parar al morral, una al de mi primo y otras dos al mío.

Pensé que podía ser mala suerte, pero al domingo siguiente repetí cuartel, mano y compañeros y el resultado fue el mismo o peor.

Desolado y renegando de todo volví a casa bolo. No he vuelto a salir en toda la temporada.

Cierre y despedida

Quién lo diría, yo que junto a mis perros le he dado guerra a las perdices del término hasta cogerlas agotadas en un sembrado, he sudado, sufrido, reído y más que nada, he sido vencido la mayoría de los días, por esas aves de pico y patas rojas que me ponían el corazón en la boca con esa arrancada.

O esa subida de ánimo, cuando luchando contra el barro en las botas y sin aliento veías coronar en el barbecho unas cabecitas nerviosas, que corrían a ocultarse en la asomada.

«¡Putas!», les dedicaba yo con mi fatigoso aliento y aceleraba la marcha lo que podía para cogerles la vuelta y poder tirar alguna. Y cuando ya no podía con la vida y pedía el cambio, un lance afortunado me cargaba de energía como si fuese un videojuego.

Cuando las perdices eran de ‘Champions’

Solo los que hemos cazado perdices de verdad, de las de ‘Champions’, como suelo decir, comprendemos esto que os relato.

No sé si la culpa la tendrán las semillas, los herbicidas, los perros del pastor o los depredadores, lo que sí sé es que los cazadores no tenemos la culpa de su desaparición.

No sé si la culpa la tendrán las semillas, los herbicidas, los perros del pastor o los depredadores, lo que sí sé es que los cazadores no tenemos la culpa de su desaparición

Más cuando antes de la sementera se veían bandos para disfrutar, con cabeza y llegado el día, una mano de cuatro cazadores no vimos una sola perdiz hasta hora y media después de iniciar la jornada.

Quedan para el recuerdo aquella temporada en que los diez primeros días hábiles hice el cupo de tres perdices o aquellas caminatas de 34 kilómetros en seis horas y, sobre todo, quedan para el recuerdo esos lances a la reina.

Y como reina que es, y yo un siervo suyo, me rindo ante ella y le deseo el mejor futuro posible que desgraciadamente no es muy halagüeño.

Un artículo de Juan Lobón

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