En la recámara

Un paso necesario para la profesionalización de la caza

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En la recámara
Por Alberto Núñez Seoane

Todos los que, en alguna ocasión, hemos salido de caza fuera de España, hemos tenido que contar con ‘ellos’ para organizar la partida cinegética. Sin ‘ellos’, no está permitido cazar en muchos países y en otros, aunque no sea obligatorio, sería muy arriesgado, por no decir imposible, llevar a cabo con éxito la expedición planeada. Me refiero a los ‘cazadores profesionales’, una figura que, como tal, no existe en nuestra nación.
Es cierto que en España hay personas que se dedican a vender y organizar cacerías y que hacen de ello su profesión. Es cierto que contamos con guardas profesionales que trabajan en cotos privados o en Reservas Nacionales pero, aunque unos y otros cumplen con los requisitos que se les pudiese pedir a cualquier ‘cazador profesional’, existe un vacío importante en la reglamentación y organización de esta figura como tal, imprescindible para el buen ejercicio de la caza en la gran mayoría de los países.
En mi opinión, institucionalizar la figura del ‘cazador profesional’, contando con la colaboración y el acuerdo entre la Administración, la RFEC, los propietarios de cotos y los profesionales del sector, conseguiría tres objetivos, a mi entender, imprescindibles para la subsistencia y futuro de un sector particularmente azotado por las consecuencias de la crisis económica y la actuación de muchos desaprensivos.
La creación de una asociación oficial, autónoma e independiente, de cazadores profesionales, con la exigencia de unos requisitos mínimos para pertenecer a ella, garantizaría la confianza del cliente, sobre todo de los extranjeros, tan necesarios como desprotegidos ante los desalmados que los engañan, evitaría, en gran medida, la competencia desleal y fraudulenta, y daría seguridad a los cazadores, que contarían con una organización responsable a quien dirigir, en su caso, las quejas y reclamaciones que se pudiesen producir.
El daño que los arribistas, los ignorantes o los simples timadores pueden hacer, y están haciendo, a clientes, propietarios y organizadores, es digno de tener en cuenta y si no se pone pie en pared, puede llegar a ser irreversible. Recuerden aquello de que «Un cliente satisfecho se lo cuenta a diez conocidos, uno insatisfecho, a cien». El buen hacer de unos, las importantes inversiones de otros, las ilusiones y el dinero de los cazadores, el futuro de la caza en cuanto a su faceta de actividad económica se refiere… todo puede estar en juego. 
Hablaba, días pasados, durante la celebración de una montería por tierras manchegas, con uno de los profesionales serios y responsables que dedican su quehacer a la organización de cacerías dentro y fuera de España. Fue esta charla la que despertó esta vieja idea que, en alguna ocasión, ya había comentado con personalidades del sector, encontrando siempre una predisposición favorable, ¿porqué, pues, no acometerla?
Pienso que con la ayuda de las autoridades competentes y la colaboración de todos los que se sientan implicados, podríamos ser capaces de convertir este esbozo de proyecto en una brillante y, sin duda, provechosa realidad.
Acabar con el intrusismo, revestir a la caza en nuestro país de una seriedad y fiabilidad a prueba de desaprensivos, aumentar la seguridad en la organización de batidas y monterías, generar una mayor confianza entre los futuros clientes y dotar de la dignidad y el prestigio que, sin duda, merece la actividad cinegética, están entre los posibles beneficios que se podrían lograr.
Creo que sólo los que tuviesen algo que temer, sólo los que pensasen que el hacer las cosas mejor pudiese perjudicarles, tendrían que oponerse al intento de dar un paso más en el intento de profesionalizar la caza.

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