En la recámara

Asalto a las rehalas


Les tocó a ellos. El pasado mes de diciembre, inspectores de Trabajo se presentaron en la junta de una montería, en la provincia de Cádiz, para solicitar el alta en autónomos o en el Régimen General de la Seguridad Social, a los rehaleros. Así, con premeditación, alevosía y, no con nocturnidad, porque no se celebran monterías de noche, que si no, también.

La situación, rocambolesca, derivó en la suspensión de la montería; de ésa y, como protesta de los rehaleros, de todas las que estaban previstas ese fin de semana en la provincia. Lo que no he notado ha sido la respuesta airada, y solidaria, del mundo de la caza, por ningún lado.
Este atropello, no por exigir el cumplimiento de la norma, sino por el modo en el que se realizó, no tiene razón suficiente ni motivo de peso alguno para que se llevase a cabo del modo en el que se hizo. Como digo siempre, dependerá de nuestra reacción, la de la mayoría de los cazadores y de nuestras asociaciones, que en lo sucesivo se dejen de cometer desmanes de este tipo o, por el contrario, el acoso se intensifique hasta conseguir el derribo de la presa.
La labor de los rehaleros, la supervivencia de una tradición honesta, honorable y ética, como la que llevan a cabo, la ayuda económica que supone para sus familias y para todo lo que se mueve alrededor de una montería –irrealizable sin ellos–, su, en fin, hermoso y noble trabajo, ni debe de ser objeto de persecuciones rastreras, ni tiene por qué estar sujeta a un trato discriminatorio con respecto al que tienen otras actividades, porque la de ellos, los hombres de rehala, es tan legal, productiva, honesta y beneficiosa como la que más.
Si se quiere regular la actividad que desarrollan, me parece perfecto. Se dictan unas normas, se fija un tiempo de adaptación para el cumplimiento de las mismas y, luego, se controla, si se quiere, que los que ejercen la actividad en cuestión cumplen con lo reglamentado. Pero aparecer, subrepticiamente, con toda la mala intención para sorprender su buena voluntad en el desarrollo de su trabajo, a unos profesionales como la copa de un pino, piñonero a más señas –que son los que abundan por aquí–, me parece execrable, inasumible e intolerable.
Éste, España, es un país de chuflas, caraduras y listillos. Se lo llevan crudo –a millones, lo que se llevan, y por miles los que lo hacen– banqueros sin escrúpulos, políticos corruptos, empresarios depredadores, sindicalistas obscenos, financieros caníbales de ‘garra blanca’… ¡y no pasa nada! Ahí siguen, con sus fortunas de rapiña, sus prebendas carentes de vergüenza, sus patrimonios de vándalos sin principios y sus beneficios pornográficos, pero… ¡no pasa naaaada!
Ahora, eso sí, no se le vaya a ocurrir a usted, trabajador autónomo, pequeño empresario o, el caso que nos ocupa, rehalero, retrasarse un día en el pago de sus obligaciones con la Administración, porque lo crujirán; no se le ocurra, tampoco, deducir un gasto no deducible, porque lo decapitarán; ni se le pase por la cabeza dejar de pagar un plazo de la hipoteca, del aplazamiento de Hacienda o de la madre que lo parió, porque le cagarán encima, le pondrán a caer de un burro y, luego, si no va a la cárcel, le arruinarán el trabajo o el negocio y, con él, su vida y la de los que dependan de usted. Esto es lo que ‘ellos’ llaman ‘justicia’, igualdad de todos los españoles –de todos los españoles gilipollas, quieren decir– ante la ley, y ‘estado de derecho’ –de ‘derecho’ a que se queden con el fruto de tu trabajo, con el piso y la deuda si no puedes pagar la hipoteca, con tu negocio si no tienes para los monstruosos impuestos con los que te sablean, con tu coche si no puedes pagar la gasolina y, ya puestos, también a que se tiren a tu novia –o novio– sin derecho, no ya a protestar, que tampoco, sino ni siquiera a soltar los ‘desmogues’ en abril, te hacen ir con ellos a cuestas todo el puto año, ¡para que se note!
La instauración del Día Nacional de la Caza se impone, ¡ya!, como una necesidad urgente, otra más, de exteriorizar la reivindicación del derecho de la caza a existir y el de los cazadores a cazar, para luchar, sin tregua, contra las deslealtades, las infamias, la sinrazón, el desprecio y los atropellos que sufrimos. ¡Ya está bien, coño, ya está bien!

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