El rincón de "Polvorilla"

El venado de la concordia

Agarre de rehala

A Mino Martos y Javier Pereda, que saben de estas penurias… 

Por Manuel de Juan

¡La madre que me parió! Ya me he condenao. No es que llueva, directamente el mundo se termina, ¡y por inundación! Los camiones han llegado a la suelta de milagro. El caballo mezcla sudores con goterones. Ni abrigo ni leches. A pelo. Qué más da. Si me pueden los instintos. De montería. De las de pago. De las que agotan y no se disfrutan. De las que no soporto.

Allí andamos, cada uno por nuestro lado y todos en lo de todos. Odio la caza. Odio a los cazadores. Y me odio a mí mismo. Asesino es el único que me acompaña. Porque no le queda otra. Qué caballo, qué ser. Sin duda irá al cielo sin peaje. Más fiel que un perro. Y su dueño le contesta con espolazos. Qué depresión. Y encima el del dos de La Sepultura no ha tirado, con lo seguro que es ese puesto. Me cagüen la mar.

Parece que esto se anima. Hasta para de llover y se abre una brizna el cielo para dejar pasar el sol. Todo se alegra. Incluso mi caballo menea el mosquero. Paso por el puesto de un conocido. Lleva dos venados y dos gorrinos. Le rompe otro venado de mal porte al que ordeno que tire para limpiar carroña. Seco. Bien compadre. 

Lucera ha ladrado a parao en la solana del MorretónCanario, Lucas y Vinagre le siguen. Sacan un verraco que meten en la cuerda. Suenan los trallazos de un express que dejan una incógnita en el aire. Qué agridulce es esto de la caza.

La incertidumbre, los nervios, el qué pasará. Es un examen. Hoy nos jugamos mucho más que un puñado de duros. El responsable de los cazadores y un servidor hemos apostado a una cara de la moneda y ahora mismo está en el aire. No podemos echarle más ganas. Más cojones y más ilusión. Pero hasta el rabo todo es toro. Va terminando el tomate. Y salta a los rasos de la umbría un venado como alma perseguida por cien demonios. Sin permiso Asesino se ha propuesto acosarle y darle caza. Eso es afición. Le dejé hacer. Controlando pulsaciones, sin poder sujetar mi corazón, iba a ser testigo del regalo más grande que me ha hecho mi caballo.

Corre valiente, corre con toda tu alma. Vamos por una raña a tumba abierta. El venado se va hundiendo. El caballo, también. Los perros me amparan. La montería se detiene para ver una apuesta a la vida y a la muerte, la cuesta abajo ha dado ventaja al venado. En la cuesta arriba está el terreno más seco, es solana. Vamos amigo, vamos.

Y vi la escena desde afuera, la vi y la veo cada amanecer. El venado con la lengua fuera, agotado y sin perros. Va huyendo sabiendo que está al borde de un cuchillo de remate. El caballo le corta la carrera del monte para llevarlo raso adelante. Cuello estirado, orejas guiñadas, rienda tensa pero suelta. El jinete apoyando a su montura en los baches y boquetes. El cuchillo temblando contra sus delantales. Las espuelas no cesan. Y el montero, que ese día era juez y parte, ve cómo un caballo le mete en el puesto a un venado que decidiría un futuro en aquella mañana.

El jinete lo va latiendo como un podenco. En la sierra sólo se oye “Ahí va el venao, ahí va el venao…”. La figura del cazador está estática delante de un tronco de encina. El choque se va a producir, es un tiro a quemarropa. El centauro dejó campo porque su función ya estaba hecha. Retumbó un disparo que paró el mundo, el aliento y lo que iba tan fugaz, se congeló.

Dejé la rienda suelta a mi caballo. El venado estaba quieto, tambaleándose a pocos metros del tiro. Mi jaco se le acercó, un poco agresivo, pero respetuoso. Se miraron y allí mismo se despidieron.

No hubo ni euforias ni abrazos. Se acercó el montero, colgó su rifle a bandolera y, descubriéndose, me estrechó la mano. Nos cruzamos las miradas con un amago de sonrisa que no podía evitar las noches en vela que nos precedían. 

Ese venado firmó la paz en una guerra que nunca podrá terminar. 

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.