El rincón de "Polvorilla" Opiniones Relatos

Cuesta abajo, por MJ ‘Polvorilla’

Cuesta abajo Talibán
Cuesta abajo

A la familia Toledo Muñoz-Cobo

A Juan Nicolás Márquez

⇒  A Francisco Manuel Cano ‘El Canario’

A Federico García Guzmán

A la Vizcondesa de Rocamora

Me di cuenta en ese preciso momento; en el que los locos somos doblemente locos y suicidas cuando volamos bajo sobre una montura vaquera…

Llevo cien leguas al paso, seiscientos kilómetros, dos semanas mal contadas. Bajo el sol más constante y abrasador de mis veintidieciocho primaveras. Talibán y Kamikaze no entienden qué pretendo con esta gesta. Pero al ver prendidas de sus arreos sendas conchas gallegas saben que a ver al Santo nos disponemos. Y lo presienten porque no es la primera ni la última vez. Ya van seis, pero nunca desde sitio tan remoto y atravesando lares tan tristes; y es que España está ardiendo.

Partimos desde donde se besan las tres provincias de tres comunidades distintas. Entre Andalucía, Extremadura y La Mancha. Y ya vamos agarrando los montes de La Culebra. De los que sólo queda la camisa acristalada y rota. Lo único reconfortante del camino fue entrar a ver a la Morenita de Guadalupe, en su altar rodeado de castaños, alisos, cerezos y robles. Allí recogí la concha que custodia mi amigo Joaquín Vázquez que descansa en aquellas atalayas de las que fue el mejor embajador. Esa concha viajó la última vez los casi mil kilómetros que separan el Pirineo de Finisterra. Y se la pedí prestada para que me protegiera en esta nueva empresa.

Crucé Los Ibores a más de cuarenta y cinco grados –la sierra que une Monfragüe con las Villuercas–. El humo se veía desde lejos y aquello era desolador. Costeamos La Vera, en la cara de Gredos que mira a Cáceres. Humo. Las Hurdes también. Seguimos avanzando hasta las tierras del Lazarillo de Tormes. Visitamos la meseta castellana hasta las tierras del lobo. Tábara y sus aledaños… Paisaje de miedo, de película de horror. Esqueletos ramificados con pequeñas chimeneas humeantes de lo que fue la batalla vivida por el campo contra el campo. Talibán y Kamikaze bufan, no les gusta la carbonilla que se les cuela en los ollares. Y a mí tampoco.

Arribamos a Galicia, la verde y preciosa Galicia. Ya se notan los achaques del viaje. Talibán ha perdido peso, se le ha arrimado la montura y me ha tocado hacer tres etapas a pie para darle descanso y cuidados a él, y penitencia a un servidor por su serón de pecados. Pero avanzamos, porque la retirada no está en nuestros planes, ni siquiera como última opción. Aunque tenga que llevar a hombros a mi caballo, entraremos en Santiago.

Tengo un ligamento de la rodilla machacado de la caída que tuvimos en aquel puente de firme deslizante. El tobillo hace mellas del atropello aquel de cuando regresamos de Ucrania. Las hernias del cuello recordándome que no es recomendable haber dormido sobre el suelo en el hotel de las mil estrellas. Parece que ahora todo se pone un poco más complejo. Un nuevo fuego sale por nuestro entorno y se escucha a los helicópteros surcando los cielos. No sé a qué vine aquí, la verdad, ahora sí el ánimo se viene un poco abajo porque el físico veo que no me acompaña. Pero seguimos…

Fue como el sonido del séptimo de caballería cuando los indios te tienen cercado junto a la diligencia. Fue como la campana cuando te habían dicho que te pusieras de pie para preguntarte la lección y sólo habías dibujado en el libro escenas de jabalíes y perros de agarre. Era la música que suena y te pone arriba cuando tu fiesta crees que ha terminado… Eran los dos locos por los que hice promesa para venir al Norte si sacaban su oposición a notarías. Llegó el Escuadrón de Lanceros del Sur, con las medallas gastadas de la Virgen del Rocío, y todo lo que estaba torcido comenzó a ponerse derecho.

Entramos de madrugada al Obradoiro, al compás de unos caballos que pisaban adoquines desigualados en forma e igualados por el tiempo. Y a lomos de mi recuperado Talibán recordé ese instante de meses atrás donde cuatro locos corríamos lanza en mano tras un soberbio jabalí. Íbamos a tumba abierta, en una dehesa un tanto escarpada a punto de coronar. Tras el alto llegó la cuesta abajo. Sin detener monturas nos cruzamos miradas, miradas de lanceros, de patriotas o de locos. Lejos de mansear adelantamos mano a crin, asimos lanzas y apretamos espuelas en aquella pendiente, dispuestos a apostar quién era el primero en partirse la crisma. Cuesta abajo, lanza en ristre y a tumba abierta se ve quién es un hombre y quién un niño. Y corrimos cuesta abajo detrás de aquel fiero jabalí que no era otra cosa que nuestro objetivo en la vida.

La gesta se completó tras ochocientos cuarenta kilómetros y 23 jornadas. Pero lo más hermoso fue que en aquella plaza gallega se juntaron los tres pilares más grandes de nuestro mundo: La Reina de las Marismas, la Reina de las Españas y el Santo Patrón de los que amamos esta tierra.

Sólo me quedó rezar para recordar lo que decía el Almirante Blas de Lezo: una Nación no se pierde porque algunos la ataquen, sino porque los que la aman no la defienden.

¡VIVA ESPAÑA!

Cuesta abajo, por M.J. “Polvorilla”

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