El rincón de "Polvorilla"

Mirada de gitano

Tienes mirada de adivino, Samuel. Si es que esos ojos claros ven más allá de lo humano. Y es que Samuel, ya metido en años, se ha criado con su compadre Marcial de cuando estudiaban en un colegio de niños malos.

 

Años llevan sin verse. Muchos. De hecho, todavía Marcial se pavonea de la chavala de pelos rubios que le levantó a su compadre una tarde de guateque. ¿Te acuerdas, Samu? Te di sopas con ondas.           

Samuel es recio, más bien delgado, moreno de piel, ojos muy azules, picarón y, aunque trata de aparentar torpeza, tiene más vientos que la mil leches de un pastor. La vida no le ha guiñado demasiados ojos y él tampoco ha hecho mucho por ello, pero disfruta de las cosas simples, le vuelve loco la caza del perdigón y los zapeos con los amigos, donde se encuentra desde con su amigo el exministro hasta el fontanero de la pedanía de al lado.

Marcial, en cambio, es socarrón, grande y barbudo. Las cosas le han ido bien y a lo largo del camino ha completado una baraja de amistades de muy alto postín. Se ha pateado ya varios continentes y hasta colmillos de marfil cuelga en las paredes de su casa. Ha comprado una finca preciosa que cuida con esmero y dedicación. Cría muy buenos venados para luego cumplir con sus compromisos de trabajo. Y, dicen, hasta el Rey ha ido a cazar allí. Marcial es un gran tipo, con buen corazón. Pero le pueden las nuevas amistades decoloradas por la farándula. Pero no se olvida de sus amigos de siempre. Y, bajo un mismo techo, allí que ha juntado a todos para dar una manita a las ciervas y los gorrinos. Pero los venados ni mirarlos, que esos son para cambiarlos por billetes.

Marcial lo decía desde temprano: “Mirad a mi amigo Samuel, amigos desde que el mundo es mundo. Cada uno por su lado, pero cada uno quiere al otro”. Y mira Samuel que te presento al Director General de Baldaón, S.L., y este señor es el Fiscal de la Audiencia. Y te presento también a Julián, que estaba el cabrón en el colegio, y se casó con la hija de un alemán que tiene más perras que pesa. Y eso que los alemanes están bien gordos, etc., etc.

Y, déjame que lo cuente, cómo le birlé a aquella chavala tan guapa a mi amigo Samu. Y eso que tiene mirada de mago el tío. Pero se la birlé, porque uno no es guapo, pero tiene mano izquierda, como José Tomás. ¿Te acuerdas, Samu? Sin rencores, compadre, que ha pasado ya un puñado de lustros de aquello. Y Samu reía sin dar más importancia al tema. Y los demás se unían a ese buen rollo de los amigos.

Suenan las caracolas. Ha hecho un día de sol. Pese a ser sólo a ciervas y cochinos se han pegado muchos tiros. Ladras a punta pala. La gente llega colorada y hasta remangada del monte. Día de calor y alegría. Aperitivo en el porche de la casa. Todos muy felices por el resultado. Samu no aparece. Siempre llega el último. Hasta que no apila todas sus reses a cargadero no abandona el monte. Manías de cazador meticuloso. Manías de viejo montero.

Por fin, llega. Radiante. Muy contento por la jornada. Todos le preguntan por dónde estaba. Perdonad, es que me he entretenido cosiendo a un perro de la recova de Gasolina, que un navajero le ha sacado las tripas a la calle. Cómo es este Samu… Qué mirada tan celeste y tan pícara. Qué buen tío, coño.

En mitad del apogeo de ese previo a lo que sería una gran comida, el anfitrión manda silencio y alza su copa por los presentes, en especial por Samu, amigo desde la infancia, de mirada de gitano, y al que hace unos años le pudo mojar la oreja con la rubia de los tacones altos: “Amigo, por ti y tus cojones, qué grande eres. Que Dios te guarde y te quiera. Por cierto, ¿qué tal se te ha dado, cuéntanos qué tal el puesto?, que tú lo describes todo genial”.

Silencio en la zona. Todos respetan a Samu porque es montero viejo y lleva puestos aún los delantales de su tío abuelo don Eustaquio de Ledesma, que dicen que monteó con el mismísimo Covarsí. De su cintura prendía un acero toledano, de cachas de hueso de caballo, y latones aplomados con iniciales y mellas. 

“Pues, mira, querido amigo, he cobrado cinco ciervas y un cochino de buen porte. Pero lo más hermoso que he visto, desde hace mucho tiempo, ha sido cuando el podenco Cantares se ha liado a dar de parao en una madroña de la barrera de enfrente. Han llegado más perros y ha salido victorioso un venado espectacular. Batía el monte con su cuerna resplandeciente y las coronas dándole en las nalgas. Candiles largos y negros, acabados en blanco marfil. Ha roto al cortadero precioso, invicto, sabedor que no existe en el mundo nada ni nadie que pueda pararlo. Los perros lo han metido perfecto en el puesto. Qué imagen más hermosa, querido amigo, y te la debo. Por ello alzo mi copa de nuevo por ti, por tu amistad y por mi mirada de gitano que se dejó escapar a esa rubia guapa”.

Aplausos. Marcial se sonroja. Le da un abrazo a su amigo mientras todos los asistentes vitorean la amistad. Entonces, en un silencio, Marcial, con su potente voz, suelta: “Haberlo tirado, coño, que una imagen así hay que retenerla para siempre con un balazo. Que tú eres de casa, hombre”. Más risas, más abrazos y el amigo Samu, de respuesta le anuncia: “Como sabía que me ibas a decir eso, me he adelantado y le he pegado un estacazo en la tabla del pescuezo que se ha quedado tiritando. Muchas gracias, Marcial, menos mal que tengo amigos como tú. Oro sobrado. Ahí en la pick up te lo traigo para que nos hagamos la placa correspondiente…”.

Por M. J. «Polvorilla»

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