Escopeta negra

En defensa de la rehala y de la montería española

antonio-mata-foto-portadaNos repetimos. En portada, en el titular de este texto y en páginas interiores varias veces. Nos repetimos porque creemos que este lema, y este momento, son un punto de inflexión en la historia de esto, lo nuestro. Parece un poco exagerado, pero si lo pensamos fríamente…

A cierre de esta edición, finales de la canícula juliana, las espadas siguen en alto. No queremos dar la impresión de que nos alegramos –la guerra no es buena ni de botones (como aquella película de nuestra infancia)–, pero sí es cierto que, llegados a este punto, y a la vista de las posiciones del ‘contrincante’, habría que intentar librar la última de todas las batallas y, de paso, acabar con la dichosa guerra para siempre. Estamos soñando con la utopía, pero no debiéramos dejar que nadie nos despierte de nuestros sueños, porque son nuestros…

Si, como parece ser, la Administración se empeña en volver a hacernos pasar, una vez más, por las Horcas Caudinas –aquel arco de lanzas que el samnita Cayo Poncio usara para que 40.000 legionarios romanos humillaran la cabeza–, a lo mejor este es el momento de darle una patada… a las lanzas, mandar el arco a tomar por… ahí, y que sean otros, de una vez por todas, los que humillen la cabeza, que ya está bien de que siempre la humillen los mismos.

Soñemos, que es gratis, dicen. Si, como parece ser en este momento, las rehalas –¡todas a una como Fuenteovejuna!– deciden dejar de cazar la próxima temporada (porque no se atiende su justa reivindicación plasmada en el lema «¡No es un negocio, es una afición!»), la situación que se podría generar haría que más de un director general de Inspección de Trabajo se jiñase por la pata abajo. Si las rehalas no cazan, la caza no se vende, no se sacan licencias, no se pagan cotos ni fincas, no se pagan jornales, no se realizan caterings, no se compran armas ni municiones ni ropa, no se llevan los vehículos a las gasolineras ni se ocupan los hoteles ni se naturalizan los trofeos… y la caza se queda en el campo a su libre albedrío invadiendo y destrozando todo lo imaginable e inimaginable, incluidos vehículos con vidas humanas que circulan por las carreteras… ¿Alguien le ha contado todo esto al director general ese…? Suponemos que sí. Y si lo sabe y se empeña… alguien, suponemos también, habrá, con cordura, por encima de él, que sepa, y comprenda, que es más difícil, lo que se les puede venir encima…

La rehala, tal vez el ‘patito feo’ en tantas ocasiones en esto tan histórico y tradicional como lo es nuestra montería española, a lo mejor tiene en su mano, y esperemos que lo sepa y lo comprenda, el ‘salvar’ la caza en este nuestro querido suelo patrio. Soñamos, de nuevo. Si la rehala demuestra la fuerza que tiene y lo que es, tal vez también los demás nos demos cuenta de lo que somos y la fuerza que tenemos y que, si nos lo planteamos y nos plantamos, podríamos encontrar, provocar, soluciones a nuestros males endémicos, caza menor en general, perdiz en particular, ‘daños a nuestras costillas’, licencias… y un sinfín de etcéteras que nos traen, de antiguo, por la calle de la amargura. Porque la unión… todos sabemos lo que es capaz de conseguir. Soñamos, lo sabemos…

De entrada, y como siempre, la cosa no ha pintado bien, por mucho que se empeñe algún que otro optimista. En las tres manifestaciones que han convocado las asociaciones de rehalas y algún que otro colectivo, federaciones entre ellos, los rehaleros se han encontrado prácticamente solos. Entre las tres se han movilizado poco más de tres millares de personas (¡y decimos que somos un millón!). Nadie, con honrosas excepciones, del colectivo cinegético, se ha dado cuenta de que este podía ser nuestro momento si, como era nuestra obligación, nos hubiésemos, en masa, echado a la calle a apoyar a nuestros rehaleros (hay que ser muy conscientes de que sin ellos no somos nadie). Ni sectores afines ni los propios monteros ni la propia prensa del sector–insistimos en que con honrosas excepciones, entre las que nos encontramos–, fueron capaces de sumar fuerzas para lograr objetivos comunes. Al ver la asistencia ‘masiva’, a los directores generales o delegados de gobierno o muchos de esos que nos hacen la vida imposible, les debió de dar algo más que risa…

Pero… habría que borrarles esa risa de un plumazo. Si somos conscientes de lo que somos y la fuerza que tenemos (o lo que podemos provocar, como decíamos al principio), a lo mejor a más de uno se le hiela en la boca la sonrisa y sale corriendo a negociar y a enterarse, de una vez por todas, con quien se la está jugando… y de paso comprende que las aficiones, como lo son el noventa por ciento de las rehalas, no generan impuestos; al contrario, como todas las aficiones, cuestan muchos ‘cuartos’ que salen de nuestros bolsillos. Tenemos, tiene la rehala, una ocasión de oro, y es nuestro deber, obligación, apoyarla a muerte…

 

Por A. Mata.

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