Escopeta negra

El despiporre nacional

No es que seamos partidarios de Felipe V en aquello de abolir fueros y privilegios, aunque, para suprimir éstos, los privilegios, hoy en día, harían falta innumerables Decretos de Nueva Planta, como los que promulgara nuestro primer rey Borbón en los inicios del décimo octavo siglo. Tampoco creemos que sea necesario aquello, posterior, de la «Unidad de destino en lo universal», pero, a la vista del despiporre administrativo que tenemos montado con esto de las taifas, a veces nos surgen dudas un tanto existencialistas. 

 

Que en pleno siglo XXI nos estemos, aún, planteando nuestro modelo de estado, es como para pensárselo… El famoso ‘café para todos’, que se generara con nuestra bendita Constitución del 78 –posiblemente la mejor de nuestra Historia–, está alcanzando en estos tiempos el súmmum del citado despiporre. En algún acto institucional al que hemos tenido la ocasión de asistir de un tiempo a esta parte, el desfile de cargos políticos –presidentes de cortes, consejeros regionales, diputados autonómicos, directores generales regionales, delegados del gobierno, delegados provinciales, directores generales provinciales, presidentes de diputaciones, diputados provinciales, alcaldes y concejales, entre otros– hace que sea imposible escribir una crónica periodística del acto tratando de recordarlos a todos. Y todos con sueldo, muchos con coche oficial, algunos con escolta, todos con despacho, algunos con secretario/a… El famoso ‘café para todos’ ha generado una Hidra de Lerna con siete cabezas, perdón, con diecisiete, que devora el déficit público y a todo Cristo, con perdón de nuevo, que se le ponga por delante.

 

Y, todo esto, ¿para qué y a cuento de qué? Volver a hablar de lo de los patos del Tajo sería cachondeo. Pero si la taifa del sur decide que se cacen los patos y la del norte que no se les cace, pues o los patos son muy lerdos o se irán todos p’al norte, a no ser que a los patos se la sude lo que decidan ambos, los del norte, los del sur, y los del este y el oeste. Si hablamos de leyes de caza, órdenes de veda, reglamentos y demás zarandajas, pues qué quieren que les contemos que todos ustedes no sepan: el despiporre adquiere tintes de esperpento. ¡Aplíquense el cuento a todos los órdenes de nuestra vida cotidiana y verán que esto supera con creces lo de ‘la casa de tócame Roque’ y cualquier otro símil parecido a un manicomio! 

 

Y, ahora, en estos últimos días –y aquí queríamos llegar, aun pecando de prolijos–, resulta que acaece un episodio que parece haber sido extraído de una película del genial Luis Berlanga. En Toledo se ha dado un caso de rabia en un perro que, resulta, ha circulado por media España. Y se declara el Nivel 1 de estado de alerta por rabia en un radio de 30 kilómetros alrededor del municipio en el que se ha producido el contagio (concretamente, la localidad de Argés), con obligatoriedad de vacunar a todo bicho viviente – perros, gatos y hurones– dentro de ese radio. Hasta aquí todo normal, salvo que, en una comunidad, Castilla-La Mancha, en la que es obligatoria la vacunación antirrábica, se produzca este suceso. 

 

Pero resulta que el dichoso perro acababa de pasar unas vacaciones de cuatro meses en Marruecos –lugar, seguro, del contagio– y, de paso, se había dado una vuelta, por Montcada i Reixac, en Cataluña, comunidad en la que no es obligatoria la vacuna, como en el País Vasco y Galicia, por ejemplo. Y éste es el quid de la cuestión. En nuestro querido suelo patrio, cada taifa aplica la legislación que le viene en gana. Si el virrey de turno decide que no hay vacuna contra la rabia, pues no la hay; pero si su vecino, del sur o del norte, decide que hay que vacunar al perro dos veces al año –con una afán recaudatorio insultante, que nada tiene que ver con la salud de los sufridos contribuyentes– pues, nada, a vacunar dos veces, o una o las que le salga de semejante parte al mandamás que dirija los designios y las vidas de sus súbditos, que para eso es quien ordena y manda en su porción de estado. Y así nos va y esto es lo que hay…

 

Y sucede lo mismo con todo: con el control de la sarna –como decíamos en nuestro número del pasado mes de junio–, con la tuberculosis –como decimos en este número– y con otras muchas enfermedades que afectan a las especies cinegéticas –y no cinegéticas y a la salud, en general– que, según la parte del río que te toque, se realiza de una forma u otra, te cuesta o no te cuesta dinero, te dejan o no gestionarla, te prohíben cualquier intervención, incluso en tu propia finca o coto, o te dejan de la mano de Dios y que éste te pille confesado… 

 

Nos estarán, algunos, seguro, tachando de demagogos, allá ellos, pero el principio inalienable, escrito en el Artículo 14 de nuestra bendita Constitución, «Los españoles son iguales ante la ley…», aquí cada uno se lo pasa por donde le cabe. Y, claro, llega el perro y te muerde… aunque no sirva para nada lo de «Muerto el perro, se acabó la rabia».

 

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