Desde el pulpitillo

Matadores a sueldo

Un buen amigo, en mi caso, no tiene porqué ser alguien que piense necesariamente como yo, podemos compartir infinidad de cosas y, por ejemplo, no tener la misma afinidad política. Es el caso de mi compañero de colegio Juan Antonio.

Desde la más tierna infancia hemos sido buenos amigos, a pesar de que a él le gustaba estudiar y a mi no, a él le horroriza la sangre y yo le quito la pellica a un guarro en dos Padrenuestros y después hago lo propio, a mí me apasiona la caza y a él le disgusta enormemente pisar una hormiga. Se come de buen grado los conejillos de estos primeros días de desveda, y gozamos con un buen partido de los olímpicos de baloncesto, o jaleando los adelantamientos de Fernando Alonso, con una tapilla de morro y dos tercios de Cruzcampo. En época de elecciones él pega carteles de los suyos y yo de los míos, pero si nos encontramos durante la pegada, nos paramos a echar una cervecilla. Los dos estamos convencidos de que esta es la esencia de la democracia : poder opinar diferente sin dejar de ser amigos, yo de derechas, él de izquierdas, pero ambos convencidos de que los dos brazos son necesarios para el equilibrio del cuerpo.

Hace unos meses vino a mi casa preocupado, traía mala cara. Cuando abrí y le invité a pasar me preguntó:

–    ¿Está tu mujer?
–    No, ¿por qué?
–    Mejor, no tengo ganas de cachondeo.
–    Joder macho, ¿qué te pasa?
–    Me he comprado una escopeta y me tienes que enseñar a manejarla.
–    ¿Tan mal vas con tu suegra?
–    ¡Déjate de coñas que no está el marrano “pa” bellotas! Tengo que ponerme a matar cabras en la sierra, y tú sabes el asco que me da la sangre y que no me gusta matar bichos, pero estos hijos de puta me han obligado a sacar el permiso de armas y tengo que liarme a matar cabras o me quitan la ropa y me ponen en la calle.
–    ¡Que gentuza macho! primero nos quitan de en medio a los cazadores y ahora os encargan a vosotros el trabajito de controlar lo que se les está yendo de las manos.

Así, más o menos, fue la conversación, que condujo a una puesta de hombro al servicio de las lágrimas de un amigo. Y viene ahora a cuento porque he leído un gran artículo de mi amigo y compañero en estas latitudes, Antonio Mata, que precisamente se refiere al problema que para el erario público supone el haber eliminado la caza en los parques nacionales y ahora encargarle a quien no tiene ni pajolera idea de cómo hacerlo, eliminar los ejemplares enfermos o sobrantes de una población que ha crecido sin control y que en algunas zonas se están comiendo los olivos como si fueran lechuguetas.

Mi amigo Juan Antonio es un hombre serio, bastante sensato, comprometido con el medio natural, casi biólogo (se le atragantaron un par de asignaturas y un embarazo) y ahora agente de medio ambiente que, por caprichos de una Administración inoperante, se ha convertido en matador a sueldo.  Así , como suena.  Su trabajo -con el que antes disfrutaba-, ahora consiste en “MATAR”; es para lo que le pagan. Matar cabras, matar ciervas, matar cualquier bicho que a la más absurda de las Administraciones se le antoje. 

Nosotros somos cazadores, orgullosos de serlo, que entendemos la caza como un recurso natural, y como algo tan apegado a la raíz del hombre, como el andar sobre dos piernas (aunque haya algunos que andando con dos, piensan como si lo hicieran con cuatro). Las fincas de caza gestionadas por cazadores, son las que mejores resultados arrojan un año tras otro. Resultados cinegéticos y económicos, y sin embargo tenemos que jodernos y mirar al tendido, viendo cómo con nuestro dinero pagan a gente para matar lo que a nosotros nos han prohibido cazar pagando.

Tiene su guasa. Antes cazar una cabra en un Parque Nacional podía costar 2000 euros, más el alojamiento, la manutención y los etcéteras (que a veces son los más caros).  El caso es que el que se lo podía permitir, se gastaba en un fin de semana dos mil quinientos euritos, que le venían de lujo al del hotel, a la tienda de los recuerdos, al taxidermista del pueblo, al bar de la esquina y a la gasolinera que está según sales a la derecha. Dinero que se movía y hacía moverse a otro dinero. Podemos asegurar que entre unas cosas y otras, la más barata meneaba casi tres mil euros, desde la contratación del lance hasta que estaba colgada la pieza encima de la chimenea. Y cada uno de esos euros era como un latigazo que hacía saltar otro euro y moverse de un lado a otro.
Ahora, que unos señores contratados por todos nosotros le descerrajen un tiro a una pobre cabra enferma, que precisamente ha enfermado como consecuencia de la prohibición de su caza y por la falta de control sobre las poblaciones, nos cuesta una pasta gansa y encima el dinero no corre, o por lo menos no lo hace por donde debía.
            
Los parques nacionales se han visto sorprendidos con la llegada de un equipo de rambos de telenovela, armados con armas que no saben usar, sin el grado de responsabilidad que a nosotros nos inculcaron nuestros padres mientras nos dejaban dar los primeros tiros, y que para colmo están amargados con la situación sobrevenida. Han hecho un curso y una prueba práctica que consiste en cargar una escopeta y disparar contra una silueta sin encarar al teniente de la Guardia Civil, que les avisa del suspenso si se giran con el arma cargada (los malos ratos que pasará el hombre). El Séneca que introdujo lo del examencito también se cubrió de gloria. Y estos buenos hombres se lanzan al monte con rifle o escopeta sin que nadie se eche las manos a la cabeza, hasta el día que le sacudan un cascabillazo a un esparraguero, confundiéndolo con una cabra enferma.

A esta conducta se le llama gestión administrativa. Y entre consejeros, aconsejados, asesores, asesorados, secretarias, conductores,
armas y municiones se zumban un pastón que ronda el milloncejo de euros, y entre tanto Montoro (el ministro) queriendo echarle mano al rabo de la mosca para hacerle una baticola. Y mientras el Gobierno siga sin querer ver lo que le cabalga sobre los ojos, seguiremos aguantando coles.  El problema es que como decía mi abuela, «esto es como el burro del gitano, que cuando se estaba acostumbrando a no comer…¡ se murió!»” Si nuestro Ejecutivo no asume de una vez que lo peor de la herencia no es la situación económica sino los politiquillos, jurichaqueteros, ecolobrones, adedos y demás mangantes que siguen medrando por los despachos de las distintas administraciones tomando decisiones indecentes, sin más compromiso que el de llevárselo calentito, y seguir haciendo heridas para luego colocar amiguetes que  pongan las vendas; mientras no haya alguien que de una vez sea capaz de decir ¡basta! y poner a toda esta gente en la puñetera calle, no habrá quien nos haga superar una crisis en la que los que ya se estaban acostumbrando a no comer… se van muriendo.

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