Desde el pulpitillo

A vueltas con los venenos, pero sin ofrecer soluciones

Volvemos con la burra al barro. Era éste un dicho de mi abuela, mujer sabia, que utilizaba cuando una cosa se repetía de manera desafortunada a pesar de conocer sus autores la falta de oportunidad del hecho en cuestión.

Así, vuelvo a leer cómo han sido condenados unos cazadores por el uso indiscriminado de cebos envenenados. Y les condenan a la inhabilitación para la caza, durante no sé cuántos años. Medida con la que, probablemente, consigan que los que antes eran cazadores legales, a partir de ahora sean cazadores furtivos. O sea, que con la aplicación de la sentencia creamos un mal mayor que el que se pretende evitar.

 

De acuerdo, en que estos cazadores se han equivocado en los medios y, hartos de que la caza que ellos cuidan con esmero durante toda la época de veda sea el menú diario de especies que crecen sin control, hayan querido evitarlo con un medio a todas luces inadmisible. Pero, ¿disponían de otros medios?

Los cazadores construimos comederos, bebederos, sembramos sin ánimo de cosecha, utilizamos los espacios que la cada vez más agresiva agricultura intensiva nos va dejando, para hacer espacios donde no falta la comida y el agua para perdices y conejos (que, lógicamente, utilizan todas las demás especies) y tenemos que permanecer impasibles viendo cómo la administración permite el crecimiento exponencial de todos los depredadores, sin poner medios para su control.

Pero todavía es peor: desde los mal llamados programas de conservación medioambiental se introducen en nuestros campos especies como zorros o meloncillos, que aparecen por sorpresa en espacios donde jamás existieron y, naturalmente, sin contar con depredadores naturales, se hacen los amos del negocio y destruyen nidos y crías de todo bicho viviente. ¡Eso sí!, con el aplauso de los supuestos conservacionistas que siguen moldeando a su antojo a una administración carente de conocimientos, de ideas y de personal capacitado para dirigir un problema como el que nuestra naturaleza soporta.

Desde luego no seré yo quien defienda la colocación de cebos envenenados en ningún coto. Pero debemos ir un poco más hacia el interior de este desagradable asunto para conocer su origen. Y deberían ser los responsables de evitarlo los que se pusieran manos a la obra para hacer inviable la utilización de veneno en ningún coto, precisamente, por haber puesto previamente en manos de los responsables del cuidado del equilibrio de especies, cazabes o no, los medios oportunos para hacer innecesaria la lucha ilegal contra los depredadores que pueblan nuestro campos.

Lo de perseguir a los cazadores como autores de envenenamientos masivos, se puso de moda hasta el punto de que un ecolobrón beligerantus, coloca un cebo envenenado en el coto, avisa al Seprona de la presencia de dicho cebo y los expertos comprueban la certeza del acontecimiento y, sin preguntarse quién es el responsable, pueden cerrar el coto hasta que se averigüe (si se averigua) quién es el autor del delito.

No son sólo los cazadores los que se enfrentan al problema del crecimiento masivo e incontrolado de depredadores. Pastores y granjeros sufren el acoso de zorros, perros errantes, gatos asilvestrados, tejones, turones, garduñas, ginetas, meloncillos, urracas, rabilargos, cernícalos y todo un amplio catálogo de especies que se alimentan de los nidos, huevos y crías de todo bicho viviente, pasando al consumo de adultos cuando las crías se terminan.

Cuando los zorros y los perros errantes acaban con los borregos que podrían significar la ganancia del que se pasa todo el año en el monte cuidando un rebaño, es normal que el afectado luche contra los que les están robando su comida con todos los medios a su alcance.

Cuando el que dispone de una granja familiar para contribuir al gasto de la casa, llega una mañana a recoger los huevos y no encuentra títere con cabeza, viendo el suelo de su granja tapizado de sangre y plumas, es lógico que monte en cólera y use lo que se le ocurra para acabar con el que le destrozó sus ilusiones.

Cuando los cazadores ven cómo desaparecen los nidos de perdiz, las gazaperas, los huevos de cualquier especie y se encuentran esturreados los cadáveres de cada repoblación que se practica, también es lógico que se les caliente la sangre y quieran luchar con cualquier medio contra el que tanto daño provoca.

Antes de la aparición del veneno, en época de paridera, los pastores llevaban a cabo un control poblacional de predadores con lazos y cepos. No exterminaban la especie, pero controlaban sus poblaciones y en consecuencia los daños.

Los propietarios de granjas colocaban unos cuantos cepos alrededor de su cortijo y un par de lazos en las entradas y salidas más tomadas, y sin exterminar la especie evitaban males mayores.

Los cazadores colocaban al final de temporada unos cuantos lazos, se cazaban por estos medios unos pocos de zorros y otros depredadores oportunistas, se controlaban las poblaciones y a esperar que la primavera diera sus frutos.

Pero de buenas a primeras se prohibieron los lazos, los cepos, las jaulas-trampa, las costillas y todos los medios que los afectados tenían para defender su hacienda. Como consecuencia, apareció el veneno. Más limpio, menos complicado a la hora de colocarlo y mucho más eficaz.

Los resultados a la vista están. Pero la administración sigue sin facilitar los medios para poder controlar los excesos de depredadores y cada vez se inventan más tonterías para hacer inviable su puesta en servicio.

Mientras tanto, cazadores, agricultores granjeros y ganaderos gritamos unidos contra el uso del veneno, pero también pedimos que, de una vez, se nos faciliten los medios para controlar a los que destruyen impunemente la vida salvaje y estabulada, y siguen creciendo sin control.

¡Ya está bien de escuchar y legislar para los que más ruido meten!, es hora de legislar para los que más razón tienen. La conservación de nuestro patrimonio no está reñida con el equilibrio de todas las especies. Y así lo hacemos saber, con educación y ante quien corresponda.    

 

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