Desde el pulpitillo

El tirillo del chiquillo

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Aquí todo el mundo se cree con derecho a meter baza en la vida de los demás. Pero sobre todo, se creen con derecho a criticar a quienes han tenido otra educación, otros medios, y han bebido de otras fuentes. En ningún caso intentarán igualarse por arriba, buscando la excelencia. Son los demás los que tienen que bajar a sus niveles y soportar sus insidias.

Sin duda es muy lamentable que un niño sufra un accidente usando un arma. Pero es aún más lamentable que los buitres, los carroñeros estén esperando que ocurran acontecimientos de este tipo para echarse encima de quien intenta que sus hijos vivan como lo hicieron sus padres o sus abuelos. Comprometidos con unos estudios, una formación como personas, y que tengan aficiones ancestrales y vivan el contacto con la naturaleza, en plenitud.

Aquí el problema es que un padre está intentando enseñar a su hijo a manejar una escopeta (como yo lo hago con el mío). No queremos enseñarle a fumar hachís, ni a inyectarse heroína, ni siquiera pretendemos llenar su cuarto de colgaduras del Che Guevara, ni hacerles pensar que la convivencia es no respetar a los demás salvo que se adapten a lo que nosotros queremos. No. Sólo pretendemos enseñarles a respetar la naturaleza, a compartir con nosotros jornadas inolvidables, a gestionar, a conservar y a cumplir con la función que la más sabia de las madres nos encomendó: ser la cabeza de la cadena trófica, aprovechar los recursos que la propia naturaleza nos brinda y disfrutar compartiendo jornadas de campo y caza. Pero eso no es ‘progre’, y ese es nuestro pecado y el de nuestros hijos.

Si hubieran encontrado al niño borracho perdido y fumando porros como un descosido, sería algo saludable; cosas normales de su edad y un descuido de los padres no haberles creado una zona en la finca para hacer botellón con los amiguitos del pueblo.

A mí, mi padre me sacó el permiso de armas el día 8 de enero de 1973. Justo el día que cumplí catorce años. Desde los ocho me estuvo instruyendo en el manejo del arma, y el manejo de la sierra. Me enseñó a reconocer cada una de las especies que poblaban el campo. A diferenciarlas por sus formas de volar, por sus cantos, por sus rastros y por sus costumbres, y aprovechó mi instrucción en la caza para instruirme como persona. El día de la Virgen de Agosto de ese mismo año, apertura de la media veda, me regaló una Sarasqueta del dieciséis, que aún conservo. Y tuvimos, durante muchos años, una relación maravillosa compartiendo jornadas inolvidables entorno a un todo: la caza.

Felicito a ese niño por querer ser cazador, y a su padre por permitirle que lo intente, y que vaya aprendiendo a manejar una escopetilla, que es como llamábamos en mis tiempos a esas armas de pequeño calibre que nos servían para soñar con ser cazadores.

El chaval habrá aprendido a ser más prudente a costa de su propio dolor. Pero seguro que más que el ‘tirillo’, le dolió no haber actuado como sus mayores le habrían aconsejado.

Y yo pregunto en voz alta, ¿cuántos de los que han puesto el grito en el cielo, no han puesto a sus hijos al volante de su coche, siendo menores de dieciocho años? ¿Cuántos no les han ofrecido una cerveza antes de cumplir la misma edad? ¿Cuántos no se habrán liado un canuto en presencia de sus hijos menores? Y, ¿cuántos no habrán reclamado en su ayuntamiento una zona más segura para que sus hijos hagan botellón? ¿Alguno de los indignados con este tema llevó a abortar a su hija menor de edad, porque había tenido un descuido?

Es indignante que los ayuntamientos ‘progres’ se preocupen de hacer zonas expresamente creadas para que la juventud se emborrache y se drogue sin molestar. (borrachos y drogados son más dóciles). Y sin embargo, estén todos dispuestos a cargar en masa contra quien intenta transmitir a sus hijos aficiones sanas, con los mismos métodos que aprendimos de nuestros padres y que ellos aprendieron de sus abuelos.

De verdad que lo siento, Felipe Juan. Sobre todo por las broncas que te habrás llevado.  Esta experiencia te enseñará a ser más precavido y sobre todo, habrás aprendido que en este gran país, compartimos cielo y tierra con muchos más venados que los que pastan en la sierra. Te invito a seguir adelante con tu afición y te hago un sitio en nuestra mesa, en la de todos los cazadores que estamos orgullosos de serlo. ¡Suerte y mejórate! Un amigo, Carlos Enrique.

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