Desde el pulpitillo

He cerrado la veda

Decía el grandísimo Antonio Machado: “He andado muchos caminos, he abierto muchas veredas…”. No me acuerdo de él, pues no le conocí, pero sí de sus poemas, que tantas veces he gozado en cualquier parte y con cualquier luz. Desde niño y hasta ahora, muchas vivencias las he enmarcado con un verso de Antonio.

Así, este año, he andado muchos caminos y he abierto no pocas veredas en busca de los tan anhelados bandillos de perdices. ¡Cuántas veces, desde que me enseñó mi padre a hacerlo, me he sentado en una sombra, en silencio, a verlos picotear las hormigas del carril! ¡Cuántos ratos perdidos, disfrutando con la visión de ese puñado de pajarillos, todavía inseguros sobre sus patas, atacando a los insectos, siguiendo los pasos de su madre!

El carril sigue allí y la higuera de mi sombra que ya anuncia su cosecha. Pero ellos no han venido, tampoco este año. Me he apartado de la higuera y sus recuerdos y he buscado otras sombras desde las que observar esas cuestas querenciosas, donde mi padre me pedía silencio con autoridad, para verlos llegar sin inmutarse por nuestra presencia. Ahora, ya sé andar sin hacer ruido y me gustaría que él estuviera aquí para ver todo lo que he aprendido. Pero estoy solo. Y en el silencio de mi soledad me apoyo para tener la certeza de que, si hubieran nacido, ya estarían en el carril buscando sus hormiguillas.

Los prismáticos sólo me valen para confirmar mi desesperanza: “Por aquí tampoco han venido”. Algún cernícalo despistado que busca su ratón de cena, el vuelo raudo de una tórtola, también escasas, y el sonoro aletazo de una torcaz alertada por mi presencia en el último momento antes de posarse en el chaparro, son los rastros de vida que me acompañan, además de la chicharra que anula mis oídos.

Están las olivas, donde hacían los nidos, cuando tenían lindes y broza. Está la higuera y la tapia de piedra donde nacía un chorrerillo de agua que se secó con la apertura del último pozo. Y está la encina donde sesteaban huyendo del calor del infinito julio. Pero ellos no están. Y así un camino tras otro, una vereda detrás de la anterior.

De repente, un bandito de ¡siete pollos!, más pequeños que codornices, me sorprende justo al lado del coche. Los miro con alegría y con tristeza, ¡siete pollos!, que, como los siete niños de Écija, se defienden navaja en mano y avanzan contra viento y marea robando los corazones de los que hemos podido verlos.

Es inútil, ¡no hay! Y no hay pollos porque no hay padres, porque se les ha destrozado hasta el último rincón donde refugiarse y donde anidar. Porque han matado con los venenos hasta el último insecto del que alimentarse y porque las semillas que otrora les valían para salir adelante, ahora se las lanzan envenenadas.  

Y regreso, otro día más, con mil pesares sobre mi alma cazadora y me rindo a la evidencia. Yo también quería matarlos, pero en buena lid. Dejándoles defenderse siendo adultos, disfrutando casi más cuando ‘me robaban la cartera’ que cuando conseguía abatirlos después del empujón decidido de ‘la Lola’. O dejándolos  pasar de  largo, cuando mi pájaro no había cumplido en el repostero. 

Por eso, esta decisión meditada cada tarde de desengaño al ir a buscarlos.

Por eso, esta explicación obligada a mi hijo Carlos Enrique, de por qué este año no desenrollaremos el puesto ni nos arroparemos en la manta compartiendo silencios escuchando cuchichíos; por qué trataremos de que la ‘Lola’ se empique a los conejos y no encararemos el vuelo sobrecogedor de la perdiz: ¡porque no hay!

Por lo menos, no hay las suficientes para cazarlas disfrutando. Y no quiero que cada tiro me deje mal sabor de boca. Por eso, desde ahora, ante todos los que me leen, me conozcan o no, declaro que he cerrado por este año mi veda de la perdiz. No puedo prometer que no abra el puesto, no puedo juraros que no huela la manta y recuerde cada lance, no puedo aseguraros que no escriba de ello como si lo estuviera viviendo. Pero no las cazaré y, así, las mías, las que este año me hubiera correspondido tirar, tendrán ocasión de criar si no las envenenan y encuentran donde hacerlo. Este año he cerrado la veda. Con dolor, Carlos Enrique.

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