«Calor de mil demonios». Lo decían nuestros abuelos, lo dicen nuestros padres, lo decimos nosotros y no parece que se vaya a quedar aquí. Es el calor exagerado, el…
Calor que quita vidas a golpes de ídem.
Calor que va zurciendo calamidades: falta de agua, sequía, incendios, desierto…
Que derrite cerebros, lo dice hasta el refranero «De Virgen a Virgen, los sesos se derriten» (del 16 de julio al 15 de agosto), arrebatando hasta las ideas, las buenas siempre, porque a las malas pareciera dar aliento.
Que nos hizo olvidar lo que era el frescor de las noches de verano; que nos robó el rumor de arroyos y el verde de los prados.
Calor que madura el campo, adelantando cosechas y vendimias.
Y hablando de vendimias…, el que nos vendimió el agradable frescor mañanero.
Calor que resta… y también suma, cuenten si no, moscas y mosquitos.
Que obliga a buscar la sombra al perro (y al amo) sin mirar el mes en el que estamos. Y que desnuda de gente la calle y santifica la siesta, así en el norte como en el sur.
Que aprieta, arrancando sudores sin esfuerzo; que da alas al viento avivando la fuerza de las llamas en los incendios.
Calor de verano, fuera de tiempo que nos cambia de humor, en un momento.
Que provoca espejismos pintando aguas sobre el negro asfalto.
Calor que agosta el campo, borrando las huellas de los caminos.
Calor que por la crisis rescató abanicos, sombreros de paja y hasta botijos.
¡Que regresen pronto las lluvias! A grabar en el barro los pasos que buscan un destino.
¡Que vengan esas nubes! A ponerle un velo al sol que nos deje a la sombra del mismo.
Y, aprovechando que el Bullaque pasa por Retuerta, si llegados a septiembre, el calor se diera a la fuga, tengan claro que la berrea llegaría, con premura.
Disfruten lo que puedan.
