Con los prismáticos en la mano Relatos

Mi carabina del .22 y mi pabellón, cuento real, por José García Escorial

Mi carabina
En esta ocasión José García Escorial nos relata un cuento real, ‘Mi carabina del .22 y mi pabellón’.

En el triangulo de 10.000 metros cuadrados de las calles madrileñas de Princesa, Alberto Aguilera y Serrano Jover se encontraba el barrio de Pozas, y dando a Alberto Aguilera allí existía una armería, lo siento, no recuerdo su nombre, cuya fachada se mantenía apuntalada por unos pies derechos de madera al exterior, porque estos edificios presentaban un estado lamentable.

Cuando la justicia después de largos pleitos permitió el desalojo y dar paso a la piqueta, allí se construyeron viviendas, un hotel de cinco estrellas y unos emblemáticos grandes almacenes.

El .22 LR de la armería del barrio de Pozas Mi carabina

En el escaparate de la armería exhibían una carabina del calibre .22 Long Rifle, yo tendría unos 12 años de edad, era residente en la zona, y lleno de valor entré a preguntar por el precio del arma.

Recuerdo que el espacio para el público era grande, pero muy sombrío, quizás debido a que la pesada estructura de madera que apuntalaba el edificio impedía en gran parte la entrada de la luz natural.

Un dependiente grande, grueso, estaba atendiendo a un cliente, y aunque la atención se demoró bastante aguanté hasta el final a que me preguntara aquel hombretón lo que yo deseaba. Le pregunté por el precio del .22, y sin más explicaciones me dijo que 2.000 pesetas.

La escopetilla de plomos que nunca llegó Mi carabina

En Navidades antes de cada Reyes, mi madrina, mi tía Conchita Uzquiano, me preguntaba por lo que deseaba como regalo de Reyes Magos, y yo me pasaba por la armería Acueducto en la Calle Real (Juan Bravo) de Segovia, donde adquiría mis chismes de pesca, y le preguntaba al dependiente, que era el dueño, sobre una escopeta de aire comprimido, de plomillos, y muy agradable el hombre siempre me ponía al día sobre las novedades del mercado.

Después yo le informaba a mi tía, del modelo de escopetilla de plomos que quería.

Pero los Reyes, año tras año, nunca me trajeron mi soñada escopeta, nunca le pedí explicaciones a mi madrina, fue mi madre, muchos años después, cuando empecé a mandarle a mi hijo todos los veranos a la finca de El Paular con su escopetilla de plomos, cuando me confesó que si yo no la había tenido era porque ella se había opuesto. Confesión no necesaria, ya lo había adivinado yo hacía más de veinte años.

Con doce años de edad, tirando acompañado con armas de cartuchos, ya no quería una de plomillos. Pensar que ahora tengo cinco escopetas de plomos distribuidas en mis residencias, y que las doy bastante uso, contra aves, roedores y reptiles indeseados a nivel doméstico.

Mi anhelo era el rifle del .22, y empecé a reunir esas dos mil pesetas, un fortunón en aquel tiempo para un niño, y a base de hacer liquidez con los regalos de Reyes, cumpleaños y favores remunerados, ya con catorce años, me acerqué a la armería del barrio de Pozas, el .22 seguía en el escaparate, era de las pocas cosas que quedaban porque detrás del cristal habían puesto un cartel: «Liquidación por cierre de negocio».

El .22 que aún costaba dos mil pesetas, una fortuna Mi carabina

El mismo hombretón seguía detrás del mostrador, pero ya no era ni tan grande, ni tan grueso, además me sonrió al verme y preguntarme lo que deseaba, le informé que hacía dos años me había interesado por la carabina del .22 del escaparate y que el precio era de dos mil pesetas.

El dependiente me conocía, me había visto muchas veces, con mi cara ilusionada mirando el arma, como un niño contempla la tarta inalcanzable detrás del escaparate de una pastelería, y me dijo: «Si te dije dos mil pesetas, dos mil pesetas son».

Los arrugados billetes salieron de mis bolsillos hasta sumar un total de dos mil pesetas, y satisfecho le miré a los ojos, y le dije: «Me lo llevo».

Los ojos de aquel hombre se entristecieron al decirme: «No te lo puedes llevar, tiene que venir tu padre con su licencia de arma larga rayada, y lo tenemos que poner a su nombre, no puedes tener tu por edad un arma de este tipo, eres demasiado joven».

Mi cara debió ser el reflejo del alma, cuando con pena recogí mi dinero. No podía tener mi arma. Ese dinero lo guardé, no me lo gasté, y acompañó al total de 32.000 pesetas que años más tarde aboné por la compra de mi primer coche, un SEAT 600.

Luego la vida me trajo varios rifles del .22, con ellos aprendí a disparar con bala, este calibre es la gran escuela para los cazadores con rifle.

Desde luego es con el que he disparado más balas, y lo sigo haciendo, entre tirar al blanco y controlando alimañas he gastado muchos miles de su económica munición.

Mi carabina

«Cerrados por vacaciones» Mi carabina

Tengo hoy mi pabellón de trofeos cerrado, la visita anual del taxidermista que lo conserva, hace que cada año permanezca cerrado durante un largo fin de semana para que el insecticida cumpla con su cometido. Los setecientos trofeos que conserva, son testigos mudos de mis andanzas cinegéticas durante cinco decenios por los cinco continentes, cuya captura está ahora vedada.

La epidemia del coronavirus me hace pensar, de momento, que soy el niño que tiene la nariz pegada al escaparate de la vieja armería, sin que se puedan cumplir sus ilusiones.

Pero me equivoco, me he convertido en el hombretón grueso que aún conserva en su rutilante edificio la esperanza de la caza, para que en un futuro muy próximo pueda seguir apuntalando su veterano depósito de sueños, para poder hacer cumplir las ilusiones de los cazadores.

No es una «liquidación por cierre de negocio», solo «estamos cerrados por vacaciones».

Mi carabina Un artículo de José García Escorial

Safari Headlands – José García Escorial
Website: http://www.safariheadlands.org
Tel:+34-914 670 150 / +34-914 686 622
Móvil/WhatsApp +34 620 210 069

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