La cruz filar

Cazar en parques nacionales

Juan CaballeroNo bastaba con la acción de los anticaza. Ahora se suman once directores de parques nacionales a la auténtica barbaridad ambiental y social que supone no cazar en dichos espacios naturales. Personalmente, creo que estos directores ocupan puestos a dedo, si no todos, seguramente en su mayoría, con nombramientos durante gobiernos que permitieron a personajes ecoabandonistas controlar los altos cargos responsables del medio ambiente. El PP, como es lo habitual, los mantuvo en sus cargos, haciendo bueno aquello de cría cuervos… También, en su línea de siempre, periódicos como El País se hacen eco de la noticia, eso sí, deformándola en grado infinito, aumentando de cosecha propia una cantidad de sandeces que, al menos ante cualquier persona que conozca mínimamente el campo, queda una imagen más que patética de los periodistas responsables del texto y, lógicamente, de aquellos que les dan el visto bueno.

Lo que sería lo mollar de la información queda, en el conjunto de ésta, como un garbanzo en la novela de El Buscón. El grupo de once directores mandó una carta de queja al Ministerio de Medio Ambiente para protestar por la propuesta del PP, encaminada a prorrogar la caza en estos espacios protegidos. El principal problema nace en el propio PP, puesto que no debe tratarse de prórrogas, sino de la posibilidad real de cazar en los terrenos privados, tanto pertenecientes a particulares grandes como a pequeños, estos últimos infinitamente más numerosos, y en los terrenos de los ayuntamientos, que en muchos casos son un porcentaje muy importante de los que quedarían afectados si termina prohibiéndose la caza. Si un gobierno quiere prohibir la caza en terrenos pertenecientes al Estado que lo lleve a efecto, han sido elegidos democráticamente, pero lo que no tiene sentido es que lo hagan en terrenos de particulares y de ayuntamientos, a no ser que indemnicen a éstos. Las tierras no estatales incluidas en los parques se encontraron, en la mayoría de los casos sin acuerdo con su propietario y sin posible solución, dentro de un espacio natural, porque lo que es de ley es que reciban sus correspondientes indemnizaciones, tanto por la pérdida de sus aprovechamientos o/y usos, como por lo que es más cuantioso: el perjuicio derivado de la pérdida de valor de sus tierras. Los directores apelan al interés general, y yo me pregunto si los intereses de las personas que viven en los términos municipales afectados por los parques nacionales, y los de aquellas que trabajan en las explotaciones que pierden sus aprovechamientos, deben excluirse de aquellos que denominan «generales» En mi opinión, por simple sentido común, han de constituir un peso importante de ese interés, muy por encima del que tenga un director de parque nacional, que no deja de ser un funcionario puesto a dedo en ese cargo, o los componentes de los grupos abandonistas. Estos personajes, que deben ser los primeros en conocer la importancia del control de poblaciones para evitar fuertes desequilibrios medioambientales, prefieren que se prohíba la caza como aprovechamiento, sabiendo que, entonces, el imprescindible control de ciervos, jabalíes y otros animales, pasará a ser un gasto más para la Administración. Pero, claro, a ellos el dinero público les importa bien poco, mientras haya lo suficiente para pagar sus sueldos, al igual que los puestos de trabajo que genera la caza o la actividad tradicional que realmente constituye.

Estos ‘genios’ que dirigen muchos de nuestros parques nacionales dicen que hay que afianzar la Red de Parques. Lo mismo que pensamos la mayoría de los españoles, pero para ello es necesario dinero y conseguir la complicad de aquellas personas que viven en el entorno de estos espacios protegidos. No es de recibo que parte de las inversiones que llegan a los parques se malgasten en solucionar el problema que supone suprimir la caza, a la vez que se pierden los ingresos que ésta puede producir. Tampoco lo es tener a las gentes, que viven en los términos municipales afectados, nada conformes con el abandono de la tierra en la que viven y de la que podrían vivir.

Theo Oberhuber, portavoz de Ecologistas en Acción, ha indicado que la Ley de Parques Nacionales que propugna el PP es «a medida de los señoritos que gestionan sus fincas en el Parque Nacional de Cabañeros como si fueran sus cortijos». Lo de siempre, mentiras y más mentiras, de las que se hace eco una parte importante de la prensa, sin contrastar su veracidad. ‘Don’ Theo se olvida de los propietarios minifundistas, de ayuntamientos como Navas de Estena o Retuerta del Bullaque, de los pequeños agricultores de Pueblo Nuevo del Bullaque, de las familias cuyos ingresos dependen totalmente de las fincas de caza o de los centenares de jornales que proporciona la actividad en la zona. Lo fácil es mentir para hacer creer a la opinión pública que los únicos afectados por la prohibición de la caza son cuatro terranientes. Con estas mentiras consiguen que el abandono del campo continúe a marchas forzadas, que partidos como el PP terminen reculando, que ideas talibanes consigan triunfar ante lo que es de razón, que auténticos valientes, capaces de enfrentarse a las ideas ecoabandonistas, queden como villanos… Juan C. del Olmo, secretario general de WWF, se refiere a los como directores como «valientes», curioso. Decir hoy que un defensor de ideas ecoabandonistas es un valiente, es algo así como afirmar que el adjetivo valiente lo merecían más los romanos que los numantinos o los franceses que Agustina de Aragón. El valiente es el director general que tiene lidiar con los ‘once’, los ecologistas, los sindicatos, El País y otros medios o incluso con personajes de su propio partido acongojados por los acontecimientos. Si leen atentamente cualquier declaración de ‘don’ Theo y compañía, comprobaran que nunca faltan las referencias políticas. Pero no debe sorprender, pues dependen de sus jefes y éstos tienen unos intereses claros por ciertos partidos políticos que, cuando gobiernan, hacen que sus cargos y prebendas, siempre importantes, alcancen un grado más alto.

 

Por Juan Caballero de la Calle.

 

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