Las brumas del Duero

Parar un momento y escuchar a los que saben

felipe vegue

De siempre, junio es mi mes favorito. Este año la primavera declina lentamente, aunque algunos días nos han hecho recordar el más tórrido de los veranos. Con el corzo en su apogeo, dieciséis horas de luz y una noche tan corta, acabo deseando que llegue la hora de la reconfortante siesta a la que cada vez soy más aficionado.

El monte se encuentra a punto de afrontar el desfavorable verano y, a poco que despunta el sol de la mañana y empieza a calentar, los corzos se esconden en lo profundo del espeso monte, y sólo la entrada silenciosa y cauta nos brinda alguna oportunidad. En el siempre ruidoso sardón , allí en medio de la calima, me encuentro en los pocos claveros y pastizales con unos pocos animales a los que casi nunca presto atención. Contemplar a los bastardos soleándose en calma, activando su metabolismo, el trajín frenético de la mirla con gusanos y orugas en su ceba de los pollos, el espectáculo del lagarto ocelado detrás de las hembras y el tímido ciervo acompañado por un par de mozos con incipientes crecimientos en sus futuros trofeos que pone en fuga a las siempre huidizas corzas, esto ya es mucho, me es suficiente para sentirme bien y ver colmadas mis expectativas.

Lo que vendría después de un clásico día a corzos fue lo que me pareció impagable: el encuentro con Aurelio, un hombre sencillo y conocedor de los lugares secretos e intrincados del coto, que me proporcionó un día con momentos increíbles.

En uno de estos lugares están las parideras y camas de los siempre fascinantes venados de zonas abiertas y sin cercas. Oscuras camas situadas en sus  refugios diurnos que en su gran territorio disponen los venados. Brazos de río que hay que cruzar teniendo cuidado de no irte a la corriente. Troncos caídos, arrastrados por las tormentas y crecidas en una selva de ribera con guijarros sueltos, zarzas y abundante vegetación, mezclada caprichosamente  impidiendo el paso a cada momento. Allí es donde las pequeñas crías se ocultan en sus primeros días y las madres salen ruidosas en estampida atrayendo al predador que las importuna.

Ese día descubrí, gracias a los gestos de Aurelio, un mundo impenetrable de bosque de ribera, tallos y hojas, y seres en constante comunicación con su grupo familiar con movimientos imperceptibles, en absoluto silencio para no dejarse sorprender por el sigilo del intruso. El objetivo es sobrevivir, aferrarse a la vida manteniendo una atención constante, como la de la cierva con el gabato del año anterior, ofreciéndose, en nuestro caso, ostentosa y visible e intentando, así, que no descubriéramos el encame de los dos cervatos gemelos, inmóviles, desvalidos, con la mirada perdida, intentando pasar desapercibidos.

Entonces miré a este hombre en su abstracción y me di cuenta de muchas cosas. Nunca, ni por asomo, tendré las mismas vivencias del hombre rural ni los sentidos que como habitante urbano he perdido ni muchas de las cualidades sensoriales que aún tiene el cazador de estas tierras, el labriego, el ganadero, el aldeano resistente de una estirpe; los últimos de nuestros pueblos que quieren seguir contemplando la naturaleza con ojos de cazador, disfrutando del campo en sus ciclos, en estos meses en que todas las especies se renuevan anualmente.

El hombre, como especie y para sobrevivir, siempre ha respetado este ciclo, y Aurelio sigue haciéndolo. Ahora, jubilado, vive su tiempo con intensidad de cazador. Quiere adelantarse al despertador de la vida y con su presencia garantiza el valor de las especies. Ahora sé que él me descubrirá de verdad ese camino, tantas veces andado en solitario y con prisas,  para poder conocerlo y disfrutarlo intensamente.

Personas como ésta tienen que seguir enseñando y descubriéndonos este patrimonio natural tan escasamente conocido y valorado por la inmensa mayoría de ciudadanos que nos hemos hecho urbanos a marchas forzadas. Ahora, cuando soplan vientos de cambio en las mentalidades y también en los gobiernos, cuando los medios de comunicación envían mensajes sobre una naturaleza, idílica y espléndida, pero distante, que los urbanitas nunca pisarán ni conocerán ni amarán realmente, los nuevos gobernantes se están dejando guiar por tendencias animalistas simples y sin tiempo de madurar y no por el conocimiento profundo y la preocupación de los que viven en y para el medio ambiente y rural, y esto sólo por el rendimiento en votos, que es mayor en las ciudades y les puede garantizar su propio futuro político.

Es triste contemplar como el manejo de los problemas de nuestros campos está quedando en manos de ideólogos, teóricos y extremistas, algunos de ellos con el único interés de vivir a cuenta de sus continuas reivindicaciones, pero pocos con un verdadero conocimiento práctico como el que hombres y mujeres del mundo rural han legado y quieren seguir legándonos, si paramos un momento y escuchamos, como los animales.

 

por Felipe Vegue

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