Pluma invitada

Pluma invitada: ‘Animalistas y prestigio de cazador’

 

XII jornadas portas garrido XXII jornada de gestión cinegética y Medio ambiente

Esta sociedad, incluidos los animalistas, elimina millones de animales.

Cuando cazaban mi abuelo desde 1920 y mi padre, desde 1935, ser cazador tenía un prestigio social tanto en el medio urbano, donde eran cazadores casi todos los dueños de fincas, como en los pueblos, donde tenían escopeta los que podían comprarla, que eran unos pocos. En cualquier pueblo, la agricultura era la mayor fuente de empleo, pero el salario del jornalero del campo no daba para escopeta. En los pueblos podían costearse un arma el señor cura, el médico, el boticario, el hacendado y cualquiera que tuviera una actividad u oficio que supusiera un salario en moneda que permitía pagarla, como era el caso de mi familia ferroviaria. En aquella época de tanta penuria, finalizada la Guerra Civil, me contaba mi padre que iba de caza y le salían dos o tres pretendientes pidiendo por favor acompañarle para ayudar a traer la caza, que a veces era muy poca. El morralero sabía que las liebres, perdices y conejos no estaban para regalar, pero si de un tiro caían tres o cuatro gazapos, que él limpiaba en un pispás, al final se llevaba un conejo a casa, o el zorro (que también se lo comían) o alguna paloma si caían muchas en el disparo. Volver de caza con la alforja preñada y las patas de la rabona a la vista, era una entrada triunfal en el pueblo, tanto para el cazador, como para el auxiliar que se sentía también protagonista de la hazaña. En mi pueblo, unos 600 habitantes, había al finalizar la guerra (1939) solamente tres cazadores: mi abuelo, mi padre –con escopeta y máuser por ser somatén–, y un labrador del pueblo, que se mantuvieron hasta casi 1950 en que salieron dos escopetas más. En España ya había 195.000 cazadores en este año.

Veinte años después, la célebre Ley 1/1970 de Caza aún en vigor, agitó la sociedad cazadora y rural que empezaba a disponer de dinero para escopeta. La nómina de cazadores pasó a 662.500 en 1970 y comenzó el acotado de España, que llegó a los 30.000 cotos en 1980 y un salto de la afición hasta los 1.152.700 cazadores. La caza tenía prestigio y en los pueblos todo el mundo quería ser cazador, “como los forasteros que vienen aquí”. Así llegamos al culmen de la cinegética en España, en 1990, cuando estábamos enrolados y con licencia 1.443.514 cazadores.

Afinidad con la ecología

Coincidía hacia 1970 un movimiento mundial progresista y libertario que pedía el fin de la Guerra de Vietnam, que por fin se produjo en 1975. En Estados Unidos a finales de los años sesenta y con esa guerra en marcha, nacía el movimiento hippie que pasó rápido a Europa y era antibelicista y preocupado por el medio ambiente; además, recomendaba “hacer el amor y no la guerra”, algo que agradecíamos todos los jóvenes y ahora pienso que entonces también lo agradecerían mucho más los mayores.

Un movimiento que odia las armas y le preocupa el medio ambiente rápidamente encuentra como diana a los cazadores. Y así fue, a pesar de lo que amamos a la naturaleza todos los cazadores –por eso nos embadurnamos de ella cuando podemos–, se erigieron los ecologistas como únicos custodios de la misma. Y nosotros nos quedamos a verlas venir. Esos grupos tomaron posiciones contra nuestra actividad –algunas veces cargados de razón debido al comportamiento de algunos cazadores– y de entonces acá, todo han sido sobresaltos y algunos momentos de concordia.

Desde el mundo de la caza y la mayoría de los sectores conservacionistas serios, en estos últimos veinte años hemos intentado crear puentes, porque hay mucho más que nos une que lo que pudiera separarnos; pero la situación actual de desguace de la Federación ha roto uno de los pilares de la concordia. Recuerdo la llegada a la Escuela Española de Caza y unos años después a los proyectos de FEDENCA de tanta gente del mundo de la ecología, que veía con respeto el esfuerzo de los cazadores organizados por “cazar el saber para saber cazar”. La práctica totalidad de los profesores o investigadores son científicos de todas las universidades y la mayoría de los componentes de la ecología respetuosa estaban encantados de participar en los cursos de medio ambiente que organizábamos en la Escuela de los cazadores españoles.

Animalistas

Recientemente ha irrumpido en la escena una corriente que no tiene nada que ver con la ecología: son los animalistas. Los animalistas templados tienen un comportamiento aceptable y con algunos hemos tenido colaboraciones fructíferas. Pero con la gama dura del animalismo radical y sainetero es muy difícil entenderse. Nos parece desproporcionado comparar y sobreponer los derechos de cualquier animal aislado con los de un medio ambiente mejor para todos sus componentes –especialmente para las personas–, que un fin de la ecología. En ese medio, el lobo, el perro y el león tienen su espacio, pero sin prevalencia sobre otros componentes de ese medio y, desde luego, nunca sobre las personas.

Ha habido tres espectáculos circenses y esperpénticos recientes con la muerte por diferentes motivos de tres animales: el lobo Marley, el perro Excalibur y últimamente el león Cecil, que en algún caso hemos sentido todos. Algunos de los agitadores de este espectáculo no lo hacen a humo de pajas; andan buscando empleo y quieren sobresalir en esos nuevos círculos que irrumpen en el poder más moderno, cometiendo barrabasadas como destrozar propiedades o soltar al medio ambiente  los animales de una granja con el deseo de hacer ver que son gentes “de rompe y rasga” y eso debe pagarse con un hueco en plantilla y nómina.

El ciclón de las redes sociales dimensiona hasta la mayor desproporción posible cualquier movimiento alrededor de algunos hechos, a veces lamentables, y quienes lo lideran juegan a excitar los sentimientos de sus creyentes, que acaban insultando a coro y maldiciendo a cualquier persona que en su libertad actúe en contra de sus criterios o solo por el hecho de tener una afición que no les gusta. Algunos son auténticos talibanes del animalismo más radical, con un perfil que asusta, por lo que son capaces de decir, pero, sobre todo, de hacer. Dicen amar a los animales y a la vez escriben que brindan cada vez que un cazador muere en accidente y burradas de este tipo. Estigmatizan a cualquiera y ponen un sambenito, como la Santa Inquisición, a quienes hagan diana de su odio. Crean violencia sin mesura y no sé hasta dónde vamos a llegar después de ver el atentado contra nuestra Federación de Castilla y León y los reiterados contra nuestra Delegación Provincial de Soria por unos delincuentes comunes, que aún no los tiene controlados la policía. Todos estos sujetos hay que llevarlos al siquiatra o directamente al juzgado de guardia porque hay ilícito penal.

A ningún cazador le van a inducir más cariño por sus perros, ni le van a hacer compadecerse del sufrimiento animal innecesario, porque esos sentimientos forman parte de nuestra alma de cazador racional. Tampoco nos van a amedrentar. Practicamos una actividad reglada y encorsetada por la ley y cumplimos con todos los preceptos requeridos. Aceptamos otras posturas racionales, pero exigimos respeto por nuestros derechos irrenunciables. No debemos permitir que nos desprestigien gentes de ese perfil tan zafio. Personalmente, y ustedes perdonen, voy a defender, con mi comportamiento ético y deportivo, seguir siendo una persona orgullosa de ser cazador y de prestigio, igual que lo fueron mi padre y mi abuelo, además de ser un hombre “en el buen sentido de la palabra bueno”. Porque es mi ilusión y es mi derecho. Y lo puedo decir a voces en la plaza de mi pueblo.

La caza no se va a abolir por mucho que griten, porque es una herramienta medioambiental imprescindible para uso de esta sociedad, que la necesita para regular poblaciones que, en exceso, producen daños que pueden ser inconmensurables y en caso de saturación y plaga, además, acaban autodestruyéndose. Por otro lado, la caza es un derecho al ocio de quien la practica, sirve de alimento y genera mucha riqueza. Parece absurdo que alguien insulte y pida que no se cace deportivamente y acepte la caza llamada eufemísticamente “control poblacional”, que hacen funcionarios, que cobran del erario público por los mismos resultados por los que nosotros pagamos. Esto forma parte de la irracionalidad y el esperpento de ciertos comportamientos.

Muerte de animales 

No sé si es por ignoranci, o porque los animalistas tengan sus clasificaciones de los animales adaptadas al postulado de Orwell “todos los animales son iguales, pero algunos son más iguales que otros”; no lo sé y lo pregunto, porque matar animales es algo rutinario para esta sociedad, incluidos en ella los que nos insultan porque abatimos especies de caza. Todos matamos animales y los animalistas, también. Unos nos son indiferentes, como los miles de insectos que pisamos o matamos con el coche, a no ser que vayamos como la secta jainita que lleva una escobilla para retirar del paso a cualquier hormiga, gusano o bichito. Otros millones de animales molestos o nocivos, como los roedores, son envenenados y exterminados en cualquier ciudad o pueblo, porque así lo exigimos los vecinos, incluidos los animalistas. Un tercer grupo lo constituyen todos los animales comestibles, mamíferos, aves, peces y moluscos.

En esos tres grupos están incluidos muchos miles de millones de animales. En España se matan cada mes unos sesenta y ocho millones y medio de animales de tierra, entre aves y mamíferos. Estas cantidades suponen unos ochocientos dieciséis millones de animales sacrificados cada año para comer, además de mil doscientos sesenta y cinco millones de kilos de pescado y marisco, que suponen varios miles de millones de animales más. ¿Qué diferencia hay entre esas cantidades ingentes de animales sacrificados para la alimentación y los veinte millones de piezas de caza que abatimos los cazadores cada año, también para comerlas? Los cazadores también comemos la caza y, además, transformamos nuestra actividad en mucho dinero que da de comer a otros. El hombre primitivo cazaba una res y comía su familia durante una semana. Ahora con el dinero que genera esa res, aunque sea la más barata –cada jabalí cazado induce unos 400 euros de media–, come y se mantiene una familia todo el mes. Si por su abundancia como cinegéticos o por sus posibilidades como alimento, algunos animales van a morir, también debemos conocer que las piezas de caza, por ser especies libres, han vivido todos los años de su vida con el bienestar animal que ofrece la naturaleza, incluidas muchas mejoras que aportamos los cazadores en los cotos; cosa que no podemos asegurar, pero no discutimos, para otros animales que mueren para mantenimiento de esta sociedad o viven desnaturalizados, como las mascotas de estos animalistas tan radicales.

José Luis Garrido

 

 

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