Panorama montero

En el cielo la gloria y en la tierra… ¡La Noria! ¡Estuvimos allí!

CRÓNICA

El latido ronco del podenco a parado, me espabiló la modorra que me estaba provocando un tempranero sol de otoño que doraba el monte en todo su esplendor. La fina lluvia de la noche, pese al presagio de que se hubiesen equivocado ‘los del tiempo’ y se aguase la jornada, había dejado el herbazal como una suave alfombra por la que era un gusto caminar en silencio camino del puesto. El 4 de La Baña, un precioso rincón, al pie de una reguera con un hilo de plata de agua cantarina, y un testero recién pintado con los colores de un otoño lluvioso, apretado de jaras, con bastantes claros de tomillos y romeros aromando la suave brisa, y con manchones de chaparros y lentiscos. Guteaban altaneras las perdices, al otro del cerro, sabedoras ellas de que no eran enemigo en esa ‘guerra’. No podía pintar mejor…

Cruzaba el portón de La Noria con el sol cresteando por la cuerda de levante. El cielo, arrebolado en toda una gama de ocres y dorados, ahuyentaba los malos presagios. Olía a migas. También se desprendía el aroma que siempre se respira, y llega al alma, cuando uno vuelve a casa: la amistad. Allí estaban los de siempre, los amigos, los que no olvidas desde la última, los que comparten contigo el dicho que tantas veces olvidamos: «Lo importante no es cazar, lo importante es estar cazando». Javi, el sevillano; Luis, el Páter; el doctor Javier Díaz; Rafa Calatrava y Fina; Jesús –Novatoma– y su equipo, cámaras al hombro; Santiago, Mari Ángeles y Rodrigo (¡joder cómo ha crecido, y nosotros menguando!); Argi… no nos dábamos abasto con los abrazos. Con los Javieres, Lucas y Galdón, el abrazo fue… especial, y con el maestro Paco, emotivo, lleno de cariño, como el de un padre que recibe al hijo pródigo que vuelve a casa…

Los recuerdos, las anécdotas y los dichosos cambios con los que la vida nos premia o nos castiga, se sucedieron mientras dábamos cuenta de unas migas de las de antes (preparadas por el gran equipo de cocineras que tiene La Noria), para dar paso al sorteo, no sin antes escuchar el tradicional ritual de las palabras de Paco, una auténtica disertación montera en la que su propia vida de cazador cobra vida, nunca mejor dicho, como ejemplo de aquello que sí y que no debe hacerse en el monte. Es tan sentido que se queda grabado… y se cumple a rajatabla. Ley montera. El Páter, Luis, rezó las oraciones, los vivas a España, a la Virgen de la Cabeza y… ar Betis… ¡Alegría que no farte!

Los comentarios y alegrías (no hay un puesto malo en la finca) dieron paso a la salida de las armadas camino de la mancha, La Carnicera, que, si hablar pudiera, daría para un libro de buenos lances. Las armadas –Los Pilares, La Umbría, La Baña, y la propia Carnicera–, fueron desfilando camino de su destino, montero, claro, y su pelea con el monte.

Enrique, con las consabidas recomendaciones, me dejó en el citado, y pintado, 4 de La Baña. El día, esplendido para este ya casi invierno, hacía que el monte entrara por todos los poros del cuerpo, placer de dioses, en esta finca que es un auténtico capricho, cuidada hasta en los mínimos detalles por el equipo de SM La Patrona.

Como era de esperar, no tardó en liarse la zapatiesta. Al del 5 no le dio tiempo ni a sentarse en el catrecillo. Y el del 3 no le iba a la zaga… Las pelotas de muflones campaban por sus respetos en el testero. En una de ellas, un monstruo enroscado (primo hermano de la Dama de Elche), pastoreaba con destreza su rebaño de chivos y de muflonas para que lo protegieran de la que se le venía encima. ¡Imposible zumbarle sin liar un estropicio…! También dieron la cara los varetos y las ciervas, «¡coño, dile a tu padre que venga!», pasaba por mi cabeza…

Al rato llegó la calma, esa calma tensa que precede la llegada de las rehalas y que deja el monte en una quietud pasmosa y expectante. Pues en ese mismo instante mi ‘santo se fue de copas’. Entre el solecillo, que era delicioso, el sopor de las migas, el cansancio del viaje y… ¡yo que sé!, sobre todo lo a gusto que se estaba disfrutando del monte, lejos de la maldita civilización, el caso es que ‘me fui por los cerros de Úbeda’ y me olvidé de donde andaba hasta que… el podenco latió a parado. Su ronquido me puso alerta y supe que estaba allí. Su ladrido reclamaba el auxilio de sus congéneres de las rehalas del Teniente y del Acha, que ya volcaban la cuerda contraria, pero muy lejos todavía, porque sabía lo que había dentro del chaparro y era mucho para él solo, por muy valiente que fuera. Repase la espesura con el visor, pero no le vi. Entonces gruñó como la fiera que era. Su aviso iba destinado a mí, el perro no le importaba. «¡Sé que estás ahí, esperándome –me dijo–, pero te vas a quedar con las ganas!». La tímida brisa que ascendía desde el fondo del barranco… me había delatado, estaba aireando.

El podenco siguió su camino en busca de mejores enemigos. Las rehalas se acercaban y volvió el jaleo, tanto que uno no sabía dónde elegir esperando la pieza con la que había soñado la noche anterior. Y, claro, cuando más despistado andaba, él lo supo. Seguía con el visor a lo que entraba por mi derecha tratando de elegir algo… Y por el rabillo del ojo izquierdo vi, casi presentí, como daba la cara hacia la cuerda. ¡Era enorme! ¡Era el de mi sueño! Saqué el rifle del trípode, encaré y le envié un zurriagazo… ¡Nada! Seguía, tan pancho, hacia la cuerda y apenas le veía de mata en mata. Intenté, intuyendo, esperarle por donde debía aparecer. Y apareció… justo al otro lado de donde le esperaba, en el mismo viso, se volvió a mirarme, me guiñó un ojo, lo sé, y levanto su mano derecha, con el dedo corazón inhiesto hacia el cielo, diciéndome «¡ahí te quedas, espabilao!».

En la comida (un manjar la carrillada) se barruntaba algo gordo, aunque en caliente todos seamos un pelín sageraos. Algunos no se acabaron el postre para correr al plantel a ver qué iba llegando. Eran, como en el poema de Lorca, las cinco de la tarde…

A las ocho, de noche por medio mundo, seguían llegando, dirigidos por la sabia mano de Rafael, remolques atestados de bichos. Según se iba conformando el plantel los trofeos se contaban por decenas. Algo mu sonao estaba pasando ante los atónitos ojos de los allí presentes, los propios protagonistas que no acababan, acabábamos, de creerse lo que estaban viendo. ¡Con sólo 15 puestos!

Pasen y vean, miren fotos y den crédito a lo que estamos contando. Luego lean los resultados. La Noria, una finca emblemática, que no famosa precisamente, cuidada con esmero, con cariño, como uno cuida su propia casa, que lo es, por un gran equipo, con Javier Galdón y Javier Lucas a la cabeza, y bajo la atenta mirada del maestro Paco, había dado sus frutos, los frutos de un enorme trabajo bien hecho… y punto.

Cuando a las nueve de la noche se acaba de conformar el plantel, un ovación voluntaria, intensa, emotiva y agradecida, alcanzó el cielo de una preciosa noche estrellada. Algún lucero, envidioso, parpadeaba atónito ante lo que estaba observando.

Lo peor no tardó en llegar… las despedidas, con los pelos como escarpias y un cierto brillo en los ojos, como el que se va de casa y tardará en volver más de lo que quisiera.

Cuando cruzaba el portón de La Noría, con el corazón en un puño, aún me detuve a mirar las sombras en los sopiés y la dorada luz de la luna en el levante por las cuerdas… En una de ellas, en la del 4 de La Baña, sé que estaba despidiéndome. Su gruñido de fiera, en forma de carcajada, resonó en el eco de aquellos hermosos valles de la Sierra de Aracena. Lo sé…

Crónica e imágenes: Redacción

DATOS DE LA MONTERÍA

Organización: SM La Patrona

Fecha: 30 de noviembre de 2018

Finca cerrada: La Noria. Mancha: La Carnicera. Hectáreas monteadas: 460

Término: Zufre (Huelva)

Puestos: 15 / Cupo: 1 venado, 2 jabalíes, 1 muflón, 2 ciervas, 3 muflonas/ Rehalas: 8

Jabalíes: 62 (39 con defensas, 2 oros, 6 platas y 10 bronces)

Venados: 13 (1 oro, 2 platas, 3 bronces)

Muflones: 20 (1 plata, 6 bronces)

Ciervas: 25

Muflonas: 21

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