La caza es un placer de ida y vuelta. Durante seis días de la semana el hombre se carga de razones para abandonar por unas horas los convencionalismos sociales, la rutina cotidiana, lo previsible. Al séptimo día, se satura de oxígeno y libertad, se enfrenta con lo imprevisto, experimenta la ilusión de crear su propia suerte… pero al mismo tiempo se fatiga, sufre de sed, de hambre o de frío… En una palabra, se carga de razones para abandonar su experiencia de primitivismo y regresar a su sede urbana, a su domesticidad confortable. El método es tan bueno como otro cualquiera para sobrellevar la vida; o, quizá, mejor que otro cualquiera.
Miguel Delibes: Prólogo a El libro de la caza menor. Barcelona, Destino, 1964, pp. 10-11 y 17.