Un ‘prenda’, el tal Alfonso Codosero, por desgracia para Valencia, valenciano, se despachó en las redes sociales escribiendo: «Me alegro y brindo cada vez que muere un cazador en accidente de caza. En España o donde sea. Abro una pequeña botellita de cava cada vez que leo que ha sucedido. El botellón gigante de cava, modelo final de F1, me lo guardo para cuando el toro de La Vega enganche a alguien de Tordesillas y lo mate». ¿Cómo lo ven? Yo lo veo así:
Las piaras de garrulos que, como éste, van por la vida de liberales, ‘solidarios’, progresistas, honestos defensores del medio ambiente y amantes ejemplares de los animales, no se limitan a mantener un credo, practicar una afición, ser fieles a una ideología o defender los derechos de los que creen oprimidos –entonces serían respetables, merecedores de consideración y dignos de ser tenidos en cuenta; entonces, estaríamos hablando de otra cosa–, no; estas parvas de fanáticos extremistas, además de pensarse en posesión de la verdad única y absoluta, niegan el derecho a quien no piensa como ellos a expresarse, pensar, sentir o actuar de modo diferente al suyo. Sólo les faltaba una ‘condición’ para convertirse en auténticos y contumaces fascistas: la violencia, y aquí la tienen.
El fascismo, sensu stricto –sí, el que practicó Mussolini y compañía, ¡ese mismo!– es esto: «Corporativismo totalitario con una base intelectual que plantea la sumisión de la razón a la voluntad y a la acción, con componentes victimistas o revanchistas que conducen a la violencia contra todos los que se definan como enemigos a través de un eficaz aparato de propaganda». Aten cabos, comparen y díganme: ¿pueden encajar dentro de ésta definición a los movimientos anticaza y/o animalistas que pululan por las cloacas de la más soez sinrazón?
La violencia, la que termina por derramar sangre y acaba por arrancar vidas, en el ámbito social siempre empieza por la palabra. La palabra es la tierra del semillero en el que echa raíces la planta de la que nacerán navajas. Con ella, con la palabra, comienza todo, con ella se levanta a las masas esclavizadas, a las gentes oprimidas, a los individuos frustrados… Pero con ella, también se moviliza a los ignorantes, se empuja a los mediocres, se arrastra a los débiles y se convence a los incultos. Y en éstas estamos.
El Homo codosero –me niego a admitir que pertenezca a nuestra especie– se siente feliz –brinda– cada vez que muere un cazador o un aficionado a los toros, igual le da. Lejos de tratar de redimir este sentimiento abyecto, repugnante y despreciable, el individuo en cuestión lo proclama –propaganda– a los cuatro vientos y se enorgullece de él. Escupe su odio para, junto a los colectivos –corporativismo– que lo puedan apoyar, ‘reivindicar’ la conveniencia de la lucha –violencia– contra nosotros, los cazadores –sus enemigos definidos–, y poder terminar así alegrándose al vernos enterrados a todos. ¿Encaja?
Siempre llega un momento, lo sabemos los que vivimos y sentimos el rececho, en el que la decisión no se puede aplazar: ¿por aquí o por allí?, ¿espero o sigo?, ¿subo o rodeo el risco…? Ahora, ¿qué hago con gente como ésta?, ¿los ignoro y sigo ‘a lo mío’?, ¿intento razonar, dialogar, demostrar?, ¿les planto cara y voy a por ellos…? Fanático: «Persona que defiende una creencia u opinión de modo exagerado y sin respetar las creencias y opiniones de los demás» (RAE). «Alguien que no quiere cambiar de opinión y no puede cambiar de tema» (Churchill). Pasión: «Emoción definida como un sentimiento muy fuerte hacia una persona, tema, idea u objeto» (RAE). Voluntad: «Elección de algo sin precepto o impulso externo que a ello obligue» (RAE). Coherencia: «Actitud lógica y consecuente con una posición anterior» (RAE).
El tenebroso y miserable despropósito de alguien que así siente y así públicamente se expresa, debe ser motivo de alarma social –de la parte inteligente y sensata de la sociedad, al menos– y causa para la toma de medidas por quien pudiese, a tiempo, hacerlas efectivas. De lo contrario, esto va a acabar mal, muy mal. Si no hay libertad para todos, no la hay para nadie. Si el Estado de Derecho, y la necesaria efectividad de sus leyes, no me protegen, lo haré yo. No van a ser gentes como éstas, ahora disfrazadas de santones animalistas, los que vengan a imponerme el modo en el que voy a vivir mi vida.
Mi vida es la caza, soy cazador, así me siento y así lo seguiré viviendo, hasta que algún codosero le toque ‘brindar’ por mí.
Yo no brindaré si él cae antes que yo.
Por Alberto Núñez Seoane
Imagen superior: fotografía del autor, A. Núñez Seoane.
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