Ayer, mirando el Feisbuk de mi ‘Santa’, vi un vídeo, colgado por unos chavales, en un herradero de vacas. Ellos pretendían demostrar cómo se hacía esta […]
Entre tórdigas
Juan Pedro Juarez
Una, grande y…
En la mayoría de las ocasiones en las que relleno estas páginas, con menos acierto que más, suelo exponer una opinión, la mía, que, aún […]
Psicopaletoanalista
No recuerdo el grupo ni el título de la canción… Lo único que aún resuena en mi mente, aparte de la melodía, es el nombre […]
¡Jodido muchacho…!
El tiempo magnifica los recuerdos, pero solamente los buenos… Los venados y marranos eran más grandes hace treinta años, aunque, entonces y ahora, los mayores […]
De invitaciones y tradiciones…
Sonaba el teléfono y, allí, al otro lado de la línea, se oían las voces de Carmen, Aurora, Rosi, Asunción o Gema, cada una desde […]
Expertos…
Parece mentira que, con el gran problema que tenemos con los conejos en este país, lo más ocurrente que se le viene a la mente […]
Pequeñas diferencias
Los españoles somos muy dados a cambiar el nombre y significado de las cosas, llamamos comunidad a región, caballo andaluz al español, deporte a la […]
Si dejamos de cazar…
Hay muchas voces que piden que dejemos de cazar para ver lo que ocurriría social, económica y moralmente en este país y me piden que […]
Perdón, Sr. Perelló
Me encontraba yo, hace semanas, en mis quehaceres montaraces y me pareció oír una enorme carcajada, cierto es, en la lejanía y con un acento que no supe distinguir, debido a que, como yo no soy un desocupado ni un alto jerarca ni mato por matar, no voy al extranjero. Si hubiese sido alguna de esas cosas, hubiese reconocido el marcado acento francés de la gruesa carcajada. Ayer lo supe. El acento provenía de un funcionario del Parlamento Europeo al leer una solicitud del Partido Socialista Español.
‘Gorrinas y bellotas’, de las tertulias con Gundi y Ale
Aquel cochino verato cruzó el Tiétar por El Pozuelo, se pasó a El Arenal llegó hasta El Frontón y, al oír a los perros de Casagrande, torció con el Levante en el morro hasta llegar a El Espartero. De ahí, al Bünchen y, cruzando el carreterín, hasta Calabazas y el puente romano y allí, con los jamones doloridos por las navajas de quien lo había echado de Gredos, llegó hasta Navalcán, paraíso que apestaba a grullas, bellotas, huertas y hembras de cebo y montanera. No había gran rastro de jabalinas, aquello eran todas tierras de labor, pero se olía a libertad, a perdigón de “setima” y a ausencia de macarenos.