En la mayoría de las ocasiones en las que relleno estas páginas, con menos acierto que más, suelo exponer una opinión, la mía, que, aún siendo corta, es la única que tengo, más sesgada o menos, con más turbidez intelectual o pareciendo ser el poseedor de una o, a veces, dos neuronas. En cualquier caso, con la lejanía de la realidad con que el eremismo me premia.
«Andar baruto y rochero», allí donde crecí, decían de la personas que siempre andaban solas, ensimismadas o perdidas en su mundo. Para que me entiendan: huraños en otras zonas de menos florido vocabulario.
Ser así conlleva independencia, libertad, autosuficiencia y propiedad absoluta de tus éxitos. Por el contrario, acarrea exclusión, aunque sea inducida, desinformación, limitación en la propiedad y total responsabilidad de tus fracasos. Sigo pensando que el buey solo, bien se lame, pero hay sitios a donde no se llega con la lengua. Así pues, cuando quiere que le limpien las legañas, tiene que juntarse con otro. Por eso, España, cuando las legañas le impedían ver, se unió al resto de Europa.
Claro está, que una cosa es unirse a otro individuo y otra muy distinta es fundirse con o en él, y eso es lo que hicimos en su momento. España, desde entonces, es parte de un solo macropaís y, como parte de él, tenemos voz y voto, pero las leyes que nos imponen son las válidas para todo ese macropaís tan grande que es Europa.
No voy a ser yo, el rey de los ermitaños disfuncionales, el que abogue por la Unión Europea, pero sí afirmaré que no hay vuelta atrás, que los que estamos en ese saco tenemos que aguantar con lo que venga: que nuestro trigo valga menos que el de otro sitio, que nuestro aceite sea manipulado por los italianos y que nuestra industria haya sido arrasada con sonrisas y apretones de manos en vez de con bombardeos.
Hemos sido nosotros los que, con esa absurda manía de votar lo mismo que nuestros padres, hemos dejado que nos pasen por encima, en parte por nuestras legañas y en parte porque los políticos, a estos efectos, sí son huraños y solamente miran por sí mismos. Ahora no nos queda más que ser europeos, tragarnos los sapos que hagan falta y ponernos a funcionar. Es injusto que machaquen una afición como la caza, pero en ello están y no hay más narices que luchar contra ellos.
Así pues, somos europeos y nuestros políticos, que sí cazan, no parece que se acuerden de su padre, galguero de toda la vida, cuando están comiendo en un restaurante de la petit France en Estrasburgo o cuando reposan el chuletón en el parlamento. ¡Bueno, pues hagámonos europeos! Votemos a quien nos defienda y nos haga avanzar hacia Europa y no a quien nos encamine a revoluciones, trasnochadas, de españoles que pidieron independencias para ser cabezas de ratón y no colas de león. Que yo, aún corto de vista, veo a Bolívar poco negro y poco indio.
Volviendo al pueblo, les diré que la razón por la que un niño se excluye y se hace baruto y rochero, suele ser por una tara en la que se fijan los demás y él acentúa. Pero vean que la mayoría de aquellos cuatro ojos, fattys y dumbos ahora son frikis de la informática, de la economía o de la medicina. Pues, hagamos como ellos, hagámonos frikis y pongamos, en vez del grito en el cielo, cemento, chips y agua corriente en las perreras. Juntemos las rehalas del pueblo para que sea el cemento más barato, para que los veterinarios nos cobren menos y para que los de la OCA nos miren con otros ojos.
En Europa se caza, también con perros y, por supuesto, con jaurías. Son famosas las de fox hounds ingleses, las cheniles de Chateau y las jaurías de porcelaines para las liebres y no creo que solamente tengan cinco perros. Tampoco creo que un agricultor francés, con siete u ocho perros, les dé de comer solamente pienso. Yo he visto, está en Youtube, como dan de comer pollos con plumas en una chenil de nobles franceses. Habrá quien les dé pan, carne y, alguno, incluso ayuno. También habrá en Europa perros que ‘estudien’, digo yo.
Demos un paso al frente, seamos europeos y obliguemos, de paso, a Europa a ser europea, ya que Grecia, por lo pronto, está llena de perros abandonados. Obliguemos también a nuestros políticos a ser europeos y que nos dejen hacer vallados, con animales vivos, donde podamos ir, por unos pocos euros, a que nuestros cachorros corran a los jabalíes (eso existe, que yo he estado en ellos). Forcemos a nuestros políticos a que nos busquen los perros robados, a que mantengan a raya a los piratas, a los intrusos y a los ganapanes. Que, dentro de este ‘gran país nuestro’, no haya problemas para transportar armas de caza y que la carne de caza española tenga preferencia sobre la australiana. Es decir, olvidémonos de lo que vale encementar, los chips y las vacunas, y obliguemos, a quien dirija este desmadre, a que todos los europeos seamos ‘de primera con leyes de primera’ y no como ahora, que somos ‘de segunda con leyes de primera’.
Por Juan Pedro Juárez.